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6 de junio de 2011

Todo mi desprecio hacia los que viven en la pocilga del contento. No otra cosa ha sido España durante los últimos cuatro años. Revolcarse con placer sobre el lodo siempre fue una cuestión opcional. En el debate del lunes, el joven leonés llevaba puestas las respuestas sobadas de un paria. ¿Qué hubiera sido de este chico sin la providencia de la guerra de Irak? Sin embargo, rezad por Rajoy, ávido de velocidad y fuerza, como hubiera cantado Elliot. Rezad también por nosotros ahora y en la hora de nuestro próximo fracaso electoral. La chusma se resbala entre el griterío, groseramente hinchada por el sonido silencioso de la ignorancia.
Quince minutos me duró el interés, avergonzado de que un hombre de temple como Mariano Rajoy pueda sentarse, cara a cara, frente a un cuerpo hace tiempo desalmado. Volví al final, por si el moderador había optado por la decencia de una carta de ajuste, pero me encontré con la derecha española sumergida, entre tubas y violines, en las delicias de un cuento infantil. ¿Acaso no era la niña de Rajoy la mismísima sirenita de Andersen?
Les recomiendo el refugio de la dignidad en momentos tan aciagos. Uno es pesimista por naturaleza y, aunque siempre trato de encontrar el tono justo entre el horror y el júbilo, mucho me temo que hayamos perdido las elecciones, por escasa diferencia, ya lo sé, pero irremediablemente perdidas. Y es que hasta la mayoría de los ricos, tal vez por mala conciencia, se nos ha vuelto de izquierdas. Claro que antes han comprado las grandes cadenas de radio y televisión, todo les llega a las puntas de los dedos cual flores de jardín, y, por supuesto, han conseguido, a fuerza de bonos del Estado, el monopolio ético de la justicia y la bondad. Naturalmente, los fines de semana se desmovilizan para jugar al golf, mientras un caudal de derechos civiles les surca las mejillas como lágrimas de Barón Dandy. A los demás, claro está, sólo nos queda el sumo placer del cinismo y la insolencia.
No obstante, recuerden, amigos míos, que a todos les brilla el mismo pelaje. Todos pertenecen a la misma ralea en el gran burdel de esta democracia simulada: socialistas, batasunos, comunistas, nacionalistas de derechas, republicanos y otras gestapos del salón Kitty. Ellos son la columnata barroca del nuevo poder establecido. Ellos son la última hornada arzobispal de una nueva religión virtual y alta tecnología. Ellos son, en definitiva, los nuevos dioses de la modernidad, los elegidos para informar de las tinieblas exteriores a los presos de la caverna global.
Confieso mi terrible pecado social: apagué la televisión, abrí el periódico y entretuve el vacío con la prosa sabia y serena del maestro Gamazo. No quise presenciar esta nueva farsa, este nuevo circo de alta fidelidad entre dos personajes claramente virtuales, con un discurso tan previsible como manoseado y aburrido. Es un hecho irremediable que Zapatero es ya el muñeco virtual que ha de servir de referencia ideológica, incluso religiosa, a estas nuevas generaciones que se cuelgan del ciberespacio como si fueran chorizos de Cantimpalo.
Por desgracia, en el otro extremo del arco voltaico, Rajoy es la viva imagen del político del pasado. Rajoy es un hombre liberal y culto que antepone la verdad, la eficacia y la honradez a la conveniencia de las formas y el marketing electoral. Hasta la chaqueta le quedaba demasiado corta de manga y estrecha de sisa, por eso no le abrochaba. Rajoy, como recién salido de un cuadro del Greco, no consigue ofrecernos la imagen del político moderno, superficial, mentiroso, populista, seductor y, preferentemente, analfabeto que adoran las masas. La derecha española necesita, urgentemente, un político joven y fauno del estilo de Sarkozy, un rijoso de la pradera mediática, con una Carla Bruni desmelenada sobre el brocal de la Historia. Mientras tanto, solo nos queda sufrir con dignidad la humillación que nos inflingen nuestros semejantes. Turba de abejas rabiosas.


Antonio Civantos

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