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12 de junio de 2011

MENTIRA Y FARSA

Me niego a considerar la mentira como éticamente reprobable. Y, mucho menos, a considerarla como lo contrario de la verdad. ¿A qué verdad nos referimos? La mentira, aunque así lo parezca, no es cosa de políticos arribistas y sin escrúpulos. El político es tan sólo un farsante, el adalid del engaño, muy alejado del dominio estético de la mentira. Si por algo se caracteriza esta época en que vivimos es por la decadencia de la mentira como arte, ciencia y goce social. La mentira, como dijo Oscar Wilde, es sin duda la quintaesencia del arte, el cual sería sin ella pura y sencilla imitación. La mentira es la que inspira al artista para trascender la verdad de lo real. Quiero decir que el mentiroso utiliza la verdad como materia prima, recreándola y modelándola en un sinfín de formas inéditas. La mentira, en definitiva, es la piedra angular de la sociedad civilizada, sin ella la vida sería tan aburrida y tendenciosa como una conferencia del juez Garzón sobre “Humanismo, República y Paracuellos”.
Hay una novelita de Henry James titulada, precisamente, “El mentiroso”, la cual trata de un personaje increíblemente respetado y querido por su círculo familiar y social, a pesar de ser famoso por esculpir caprichosamente la realidad. Porque, como digo, un mentiroso, en todo su esplendor y pureza, resulta justamente lo contrario de un farsante, cuyas intenciones suelen ser asaz malignas y perjudicadoras. Los farsantes me repugnan, sobre todo cuando cambian la realidad a su interés y provecho, suplantando, pongo por caso, su verdadera personalidad de garduño cervantino por la de querubín calderoniano. El mentiroso no tiene intención alguna de hacer daño ni obtener prebenda. El farsante, sí. El mentiroso es un artista, miente para dar rienda suelta a su creatividad y, en consecuencia, es un virtuoso del lenguaje y la imaginación.
Por ejemplo, Zapatero anda estos días escenificando cómo quiere repartir la fortuna que vamos a poner en sus manos. Por un lado, garantiza que serán las familias y pequeñas empresas las beneficiarias, mientras que por otro nos entrega a Garzón y sus esqueletos lorquianos para perfilarse en secreto como el Lawrence de Arabia de la banca española. Quiero decir que Zapatero es el paladín de la gran farsa de esta crisis financiera. No hay datos fidedignos de que los bancos españoles pasen por apuros contables, pero sí existen indicios de que los socialistas, a Dios pongo por testigo, jamás volverán a pasar hambre. Se establecen muchos vínculos de amistad si uno reparte veinticinco billones de pesetas. ¿Quién será el Botín que en adelante se atreva a negarles un préstamo? ¿Acaso les van a mandar al hombre del frac para cobrárselo? Pues bien, si los socialistas hasta la fecha han amaestrado la voluntad del Congreso, conseguido la parcialidad del Poder Judicial, incluido el Tribunal Constitucional, comprado la connivencia de las televisiones, a partir de este momento también controlarán la política financiera de la banca privada, que será su rehén hasta la noche de los tiempos. Y es que el fascismo también se socializa.

Antonio Civantos
L´ELISIR D´AMORE

Calificar de abucheos a los abucheos del desfile resulta de una injusticia pavorosa, además de demostrar un pésimo oído musical. Quién podría pensar que aquella música celestial pudiera ser considerada como vulgares octavas sangrantes. En realidad, la izquierda española nunca ha sabido de escalas y tonos. Desde luego, el tipo de la cruz gamada, creo que le llaman Goebels, me dijo al entregarme las partituras que empezara mis trinos en cuanto apareciera un tal Zapatero. Y les aseguro que se trataba, nada menos, que del “L´elisir d´amore”, esa obra operística de Gaetano Donizzetti. Ya saben lo mucho que nos gusta a los nazis toda esa metalería de cortinones rojos, sopranos, tenores y algún que otro y delicado castratti. Recuerdo que cuando los comunistas quemaron el Reichstag, nosotros, los jefes del partido, sector gastronómico, asistíamos a la representación de “La Walkyria”, ópera del gran maestro Ricardo Wagner, de tan grata y profunda inspiración para el espíritu germánico. Claro que los tiempos cambian y de vez en cuando nos concedemos la liberalidad de celebrar a los maestros italianos, una cultura al fin y al cabo tan cercana a la nuestra. No en vano, el bueno de Benito estuvo a nuestro lado durante toda la guerra y, a la sazón, también era un grandísimo aficionado a la música, sobre todo a las óperas de Verdi. Al parecer, el "duce" se transfiguraba cuando oía cantar “Va pensiero” al coro de esclavos de Nabucco. Había que sujetarlo para que no volviera, con los ojos cargados de imperio, a invadir la pobre Etiopía, según contaba la otra tarde mi buen amigo Gabrielle D´Anunccio en una de nuestras tertulias de café, aquí en Messolonghi.
Sin embargo, mi ánimo desciende hasta su más extrema bajamar cuando me dicen que fueron abucheos los abucheos del desfile. Mentira y gorda. A decir verdad, primero cantamos “Una furtiva lágrima”, seguido de “Caro elisir… Trallarallara… Esulti pur la barbara” y luego terminamos con el “Nessun dorma” de Puccini. Me gustaría que vieran ustedes llorar a toda una falange de “skinhead” a los sones sublimes de esta maravillosa música. Y es que nosotros, los de extrema derecha, somos así de sensibles. Y también sabemos que nuestras ideas políticas se han quedado anticuadas, aunque al menos confieren color y diversidad al paisaje de lo políticamente correcto. Por ejemplo, mi partido trata de imponer una división de poderes real y efectiva, aunque sabemos que es una utopía y las utopías sólo están para soñarse, como si fueran una lejana y luminosa Thule. También deseamos elegir en las urnas, además del legislativo, al poder ejecutivo, como hacen los franceses y americanos. Y, naturalmente, nuestro principal anhelo, algo vulgar y descabellado, es considerar a la lengua española, me refiero a la de Cervantes y Vargas Llosa, como idioma que cada español pueda libremente hablar, escribir, aprender y enseñar en todos y cada uno de los rincones de España. Lo siento, pero es que nosotros, los de extrema derecha, somos así de cabrones y de fachas. Eso sí, adoramos los desfiles y la música de las esferas. Ya verán al año que viene la ópera que le tenemos preparada. ¡A no ser que dimita!



Antonio Civantos
EL TURISTA ACCIDENTAL


Ahora que empezaba a encontrarme mejor, me ataca un resfriado espeso, de humor negro. Es como si un guardia marroquí, con su bonete rojo de moro Muza, me hubiera dado una paliza tras obligarme a saltar la valla de Ceuta mediante una pértiga olímpica. Creo que me lo agencié la tarde del sábado, sentado a un velador de uno de esos aguaduchos de la orilla del río. En realidad, me he levantado de la cama –esa compleja ciudad, como la llamó el maestro Ruano-- sólo para escribir estas líneas. Naturalmente, me he puesto la bata de invierno, tres pares de calcetines y las zapatillas de paño, como las de don Pío. Bueno, en realidad me ha faltado la boina para llegar a su altura. Cuando me he mirado al espejo, he creído ver a uno de esos histriones ancianos del teatro de Benavente. Así que tengo ahora convertida la cama en territorio conquistado, incluso estoy por redactar el estatuto correspondiente. En el primer artículo dejaré bien claro que mi cama es una nación. Una nación de naciones dentro del Imperio español. Porque España no es otra cosa que un Imperio frío de camas calientes o, posiblemente, todo lo contrario. Habría que preguntárselo, claro está, al inefable Javier Sardá, que ahora disfruta merecidamente del dinero que le han dado a ganar sus putas y maricones de baratillo. Desde luego, mi cama, como es natural, está helada por la tiritera actual de la fiebre. Además, estoy releyendo un librito de Azorín, Confesiones de un pequeño filósofo, y a mí Azorín siempre me pareció un escritor algo diminuto de frase, desapasionado, como de sangre fría. Sin embargo, me entretienen los capítulos sobre el internado de Yecla, que me hacen recordar mis terribles años escolares de Madrid.
Después de comer, veo por la televisión una magnífica película, El turista accidental, de Lawrence Kasdan, un magnífico director americano que empezó como guionista de Hollywood. La historia trata, como ustedes ya saben, de un tipo que escribe guías para viajeros profesionales. Les aconseja qué ropa y objetos han de llevar en la maleta, qué otros deben evitar, cómo deben comportarse en los aviones, qué hoteles y restaurantes han de elegir en cada ciudad, qué burdeles son los más sofisticados. Sin embargo, en su vida personal, nuestro amigo es todo un tratado de dudas, fobias, manías y temores. Se siente perdido como un niño en el bosque de Pulgarcito. Ni siquiera sabe distinguir, cuando la tiene delante, a la mujer de sus sueños. Así es. Podemos escribir una guía para viajar por el mundo, pero no para vivir la vida con probabilidades de éxito. Porque todos quisiéramos llevar siempre consigo una guía práctica que nos señalara los sentimientos correctos en cada uno de los acontecimientos que vivimos, las palabras que deberían salir de nuestros labios, la conducta moral a seguir en cada momento y, por supuesto, que nos explicara por añadidura la misteriosa esencia de los hechos.
Sin embargo, ningún habitante de este planeta es dueño de una guía mágica semejante. A decir verdad, estamos a expensas de nuestros instintos de especie, de nuestros impulsos inconscientes y, sobre todo, de nuestras ambiciones más groseras. Pero, especialmente, los españoles, en este momento de nuestra historia, el peor sin duda desde la muerte de Franco, nos sentimos perplejos ante el resentimiento de un partido político que se ha propuesto liquidar España como si fuera material de derribo. Uno se asemeja, por tanto, a un turista accidental que ha perdido la brújula, el equipaje y hasta el sentido de la orientación. Se avecinan tiempos revueltos, amigos míos, y no disponemos de un libro de instrucciones que nos aconseje al respecto. Lo mejor será, digo yo, que ante el asedio nos hagamos fuertes en la cama, como enfermos griposos y crónicos, hasta que estos sans-culottes nos lleven a la checa correspondiente. Tarde o temprano nos darán el paseo.


Antonio Civantos
EL TRAIDOR

Uno pensaba que solamente en Castilla florecían los topillos al socaire de las cosechas. Sin embargo, han detenido uno en las Canarias, con su frac alcanforado de agente doble, el espía Florez, que saboreaba los primores de la dolce vita a costa de vender secretos a los rusos. Yo sabía del paradero de algunos espías gracias a la literatura de género, sobre todo por las novelas de Graham Greene, que fue el primero, junto al alemán Johannes M. Simmel y Ian Fleming, en escribir acerca de asuntos de espionaje. No obstante, además de lucir en la Literatura, ahora los espías, maquillados y acicalados, también se exhiben como estrellas mediáticas en los platós de los telediarios, en un afán de convertir los servicios secretos de un país en otro espectáculo de luz y sonido al uso. No sería de extrañar, por tanto, que dentro de nada veamos al jefe de los espías españoles informando a los televidentes, en cualquiera de los infinitos programas rosas, acerca de quién se acuesta con quién en España.
Claro que después de lo ocurrido, uno se pregunta qué información puede vender un español que le interese a un ruso, porque si nuestras fuerzas de defensa incluyeran un arsenal atómico de primer orden: unos misiles nucleares apuntando a la cuenta corriente de Mohamed VI, pongo por caso, se comprendería la curiosidad, pero con cuatro petardos oxidados, cien máuseres sin retroceso y un par de cañones de los tiempos de Floridablanca, ustedes me dirán dónde radica el busilis de este caso.
¿Qué habrá podido vender el agente Florez?
La verdad es que he tardado en caer, y después de mucho cavilar llego a la conclusión que, teniendo en cuenta dónde vivía el traidor, lo único que de allí podría interesar a un ruso es la fórmula secreta del “gofio canario”, uno de los tesoros mejor guardados de la gastronomía mundial. Me refiero, claro está, a la receta del ingeniero don Juan García del Castillo, aunque la fórmula venga en realidad de los guanches, raza primitiva de aquel archipiélago. Curiosamente, el quid de este delicioso plato es el tiempo de torrefacción del garbanzo, que será con suma probabilidad lo que el agente doble haya vendido al enemigo. No quisiera parecer agorero, pero si esta conjetura se demostrase España estaría perdida, hundida en la miseria para siempre. ¡Que fusilen al traidor!

Antonio Civantos
EL TRAIDOR

Uno pensaba que solamente en Castilla florecían los topillos al socaire de las cosechas. Sin embargo, han detenido uno en las Canarias, con su frac alcanforado de agente doble, el espía Florez, que saboreaba los primores de la dolce vita a costa de vender secretos a los rusos. Yo sabía del paradero de algunos espías gracias a la literatura de género, sobre todo por las novelas de Graham Greene, que fue el primero, junto al alemán Johannes M. Simmel y Ian Fleming, en escribir acerca de asuntos de espionaje. No obstante, además de lucir en la Literatura, ahora los espías, maquillados y acicalados, también se exhiben como estrellas mediáticas en los platós de los telediarios, en un afán de convertir los servicios secretos de un país en otro espectáculo de luz y sonido al uso. No sería de extrañar, por tanto, que dentro de nada veamos al jefe de los espías españoles informando a los televidentes, en cualquiera de los infinitos programas rosas, acerca de quién se acuesta con quién en España.
Claro que después de lo ocurrido, uno se pregunta qué información puede vender un español que le interese a un ruso, porque si nuestras fuerzas de defensa incluyeran un arsenal atómico de primer orden: unos misiles nucleares apuntando a la cuenta corriente de Mohamed VI, pongo por caso, se comprendería la curiosidad, pero con cuatro petardos oxidados, cien máuseres sin retroceso y un par de cañones de los tiempos de Floridablanca, ustedes me dirán dónde radica el busilis de este caso.
¿Qué habrá podido vender el agente Florez?
La verdad es que he tardado en caer, y después de mucho cavilar llego a la conclusión que, teniendo en cuenta dónde vivía el traidor, lo único que de allí podría interesar a un ruso es la fórmula secreta del “gofio canario”, uno de los tesoros mejor guardados de la gastronomía mundial. Me refiero, claro está, a la receta del ingeniero don Juan García del Castillo, aunque la fórmula venga en realidad de los guanches, raza primitiva de aquel archipiélago. Curiosamente, el quid de este delicioso plato es el tiempo de torrefacción del garbanzo, que será con suma probabilidad lo que el agente doble haya vendido al enemigo. No quisiera parecer agorero, pero si esta conjetura se demostrase España estaría perdida, hundida en la miseria para siempre. ¡Que fusilen al traidor!

Antonio Civantos
EL ROMÁNTICO DE LA MONCLOA

Hemos de agradecer a Zapatero la revolución romántica que nos invade. El romanticismo es el gran cambio de valores que el hombre perpetra una vez admitida su dulce perversidad. Es extraño, decía Novalis, que el verdadero y propio origen de la crueldad radique en el placer. Nuestro amigo, por tanto, ha propiciado en España la segunda revolución romántica de su historia. Como Baudelaire, en su himno a la belleza, este chico también nos dice: ¿Qué importa que vengas del cielo o del infierno? O hace causa común con ese soneto de Victor Hugo: “La muerte y la belleza son dos cosas profundas, que tienen tanto de sombra y de azul que se diría que son dos hermanas igualmente terribles y fecundas, poseídas por el mismo enigma y el mismo secreto”. España, amigos míos, se mece voluptuosamente en un nuevo decadentismo estético. Y todo gracias a ese gran romántico de la Moncloa. El mal como preferencia vuelve a cundir igual que si representáramos un relato de Edgar Allan Poe, aunque ya no es el criminal un terrible personaje de su obra, el criminal ha sido liberado de su culpa por la nueva estética socialista. Arrebata tu propio placer de los dientes del dolor, cantaba un poema del italiano D´Annunzio.
Pero el gran romántico monclovita, en su afán de salvarnos de ese mal clásico que a todos nos aterra, el terrorismo, ha cambiado los conceptos por otros más asequibles y familiares a las huestes de su bando. Ya no son los asesinos vascos quienes exhiben los afilados cuernos del diablo, sino los votantes del Partido Popular, parias del mundo que suplican ser escuchados en el Parlamento, como si la democracia, esa gran zorra callejera, no tuviera otra cosa que hacer. Son los políticos de la derecha y sus fieles quienes han de asumir, como ya lo hicieron en la II República, igual que los comunistas durante el franquismo, el interesante rol de seres malignos y perversos. Ya no son los etarras la representación genuina del mal, pues se han convertido, gracias a la hechicería monclovita, en hombres de palabra, negociadores de la paz, soldados geniales de la nueva estética. Gudaris del amor.
Sin embargo, me gusta saborear esta nueva sensación de paria de la tierra, de apestado social, de ser incorrecto y perverso. Y les aseguro, amigos míos, que disfrutaré a plena conciencia de mi nuevo lugar en el infierno socarrado del Dante, sobre todo porque me apetece ocupar el cubil que dejaron las fieras etarras, apestado aún con el hedor de sus crímenes, unos crímenes que felizmente han sido elevados por la nueva revolución a la categoría de epopeya mitológica. En realidad, me di cuenta de mi nuevo estatus social cuando la otra noche, en un restaurante zamorano, alguien muy querido me acusó de herir, con mis artículos de prensa, el alma inocente de muchos bienpensantes, acusándome en el fondo de sadismo literario. No obstante, ¡qué perverso placer sentí entonces! Fue el momento en que descubrí, entre otras muchas cosas, la terrible y placentera finalidad de mi vida: corromper el alma de todos los Dorian Gray de este mundo, como si yo fuera la reencarnación diabólica del mismísimo lord Henry Wotton. Porque, como escribió el inigualable y genial marqués de Sade: ¿Qué acción existe más voluptuosa que la corrupción? No conozco ninguna otra que excite más deliciosamente, no hay otro éxtasis parecido al que se experimenta entregándose a esta diabólica infamia. ¿Es que no hay leyes contra mí en este nuevo orden?

Antonio Civantos

10 de junio de 2011

A CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO

La primera chica que te gustó se llamaba Margot. Nada de extrañar porque se trataba de una chica rubia, como nibelunga, de mucho estilo, esbelta, delgada y de piel traslúcida. Aunque es posible que también te atrajese por lo desgarrado del nombre. Margot no es nombre para una niña de doce años, sino para una mujer con todo un pasado sobre sus encajes. A ti siempre te atrajo lo misterioso de las mujeres, su parte más oscura, y ese nombre, Margot, ya te sonaba a pecado. Tu alma empezaba instintivamente a acunar a Baudelaire sin conocer siquiera su existencia. La niña era prima de los Lemonier y la conociste una tarde en el Retiro. Tú ibas con un chico que se llamaba Luis. A Luis le admirabas porque era algo mayor que tú y daba más el tipo de hombre. Y enseguida te diste cuenta de que Margot inclinaba sus preferencias hacia él. Pero ocurrió algo inesperado. Tal vez no fueses consciente de ello, pero te gustaba verlos juntos y, en la soledad de tu cuarto, imaginabas los galanteos de tu amigo y la risa enamorada de ella. Te sentías feliz en el sufrimiento de verles felices. Mucho más que si hubieses sido tú el elegido.
Te excusas escribiendo que la chica no te hizo caso porque no sabías coquetear en hombre, una de esas rúbricas tuyas tan literarias que te dieron la fama de estilista, pero que se alejaba de la verdad como la luz se aleja de los astros. En realidad, descubriste para tu sorpresa que sentías un enorme placer en el sufrimiento amoroso. De manera que aquel primer desdén femenino del que fuiste objeto te abrió el sentimiento hacia los goces de la inmolación. Disfrutabas abiertamente contemplando la felicidad de tu hembra en brazos de otro hombre. A decir verdad, pudiste comprobar la rareza que te acechaba cuando te enamoraste de otra niña, Cristina, una chica de ojos prometedores, como tú mismo la describiste. Al principio, la perseguías obsesivamente por los lugares que ella solía frecuentar, pero aquel amor dejó de tener sentido para ti en el momento en que ella empezó a corresponderte. Cristina no te garantizaba el sufrimiento necesario para tu goce y felicidad. No te valía como novia. Echabas de menos a Margot. A los doce años, querido maestro, comenzaba tu extraña vida amorosa. Una extrañeza que nadie debe juzgar mediante los cánones de la moralidad, si no por cualquier otro código inventado o por inventar. Todo lo contrario. Tu vida amorosa es la leyenda que cualquier dandy quisiera para él. Aquel extraño comportamiento ante el desamor de la ingrata niña Margot es, sin duda, el primer síntoma inequívoco de tu alma de dandy. Comenzaba la leyenda.
Antonio Civantos
EL PREMIO GORDO

Cada veintidós de diciembre me rebullen los números por dentro. Y lo triste es que siento como un prurito de avaricia que ronronea mientras esos angelitos cantan y las nubes se levantan. Sin embargo, en sus voces hay como un regusto dulce que me sabe a infancia. Hasta el olor del brasero encendido de mis nueve años me llega entre sus trinos. ¡Qué poca rima tiene eso del euro! ¡Qué cacofónico! La peseta era más rumbosa; al menos llenaba la boca de consonantes, la frase siempre era más larga y a los niños cantores les salía la cosa en alejandrinos, como a los poetas franceses. Claro que los dioses de la suerte tienen establecida la costumbre de no premiarme con el Gordo, que a uno los ojos también le arden de avaricia como si fueran de alquitrán caliente. Claro que me consuelo cuando veo a los agraciados saltando y triscando a la puerta de los bares, exhibiendo sus perversas dentaduras de bovino y bebiendo sidra el Gaitero en horribles vasos de plástico blanco. Prefiero permanecer recogido y luminosamente resignado antes que la vulgaridad me golpee en el pecho como una roca malhumorada.
Me pregunto si le habrá tocado la lotería a Rajoy. Es fácil de suponer que, a tenor de la tristeza dolorida de su rostro al salir la otra mañana de Moncloa, la suerte, como a un servidor, le haya vuelto la espalda. Rajoy es el conde de Orgaz en funciones de holandés errante. Zapatero lo tiene de allá para acá al socaire de aparentar cierta normalidad democrática. Rajoy es para el de León una sesión de cine publicitario. Por eso son los suyos caminos en cuesta y ondulados, como aquellas tablas de lavar de las lavanderas antiguas. Rajoy tiene el aspecto de alguien con la barbilla siempre hundida en el hueco de la mano, como tratando de imaginar la trama que le puedan estar orquestando desde la acera de enfrente. Aunque en esa acera, naturalmente, no piensan tanto en él como se imagina. Los pensamientos de la acera de enfrente están ocupados en cómo justificar los fuegos florales de San Sebastián, donde arden los versos igual que si fueran autobuses urbanos iluminando el navajeo de la noche.
Queramos o no, le decía el otro día a un amigo receloso, vivimos recostados en la niebla hermosa y terrible de la política, agazapados bajo un cielo tal vez demasiado crudo, atribulados por la banalidad y transidos en demasía por emociones de vía estrecha. En Europa, hace mucho tiempo que la política ha dejado de ser un arte, como en los tiempos gloriosos, pongo por caso, del victoriano Disraeli, cuando en ocasiones política y dandismo coincidían entre las cretonas de los salones y parlamentos. Entonces, la política y la historia eran como un premio gordo para sus protagonistas, una emoción intelectual para sus espectadores. Ahora la política es un castigo para los cinco sentidos del alma, como una tortura china que viniese cada día a recordarnos el origen barriobajero de nuestra estirpe. Imagínense, el personaje que hoy marca los destinos en España se llama Arnaldo Otegi, elegante discípulo de la escuela francesa de Talleyrand, fino esgrimista en el arte de la canción callejera, una canción de insinuante olor a tristeza, infinitamente pesarosa, como si estuviera cargada de humo de pólvora. Pues bien, amigos míos, este tipo de insolente descaro es nuestro premio gordo de Navidad. Alguna furia ha debido desatarse en el infierno. De cualquier forma, felices fiestas. Sinceramente.

Antonio Civantos
EL PRECIO DE LA INMORTALIDAD

La vida exige un tiempo de reciclaje, un descanso para que las piezas desajustadas por culpa del albur callejero encajen unas sobre otras, como en uno de esos puzzles imposibles. El mes de agosto, por ejemplo, debería servir como oasis de introspección, como aquellos retiros espirituales de otro tiempo, un periodo para ponerse en paz consigo mismo, para tratar de comprender aquello que posiblemente supere nuestra capacidad de raciocinio.
Sin embargo, el mundo sigue girando como si tal cosa. Y los acontecimientos se amontonan en nuestro ánimo como si éste fuera el estercolero del alma. Soldados y civiles siguen muriendo en Irak y Afganistán; los etarras continúan su juego de pelota vasca, como diría el aristócrata De Juana; en la carretera, hay cada día una sucesión de difuntos y, para colmo, este terrible accidente de aviación en Barajas. ¿Es que no tenemos suficiente con la muerte natural?
Esta sociedad nuestra, que no desea morir de ninguna manera, que aumenta cada década su esperanza de vida, que trata de desentrañar los misterios de la materia para conseguir la inmortalidad, parece como si hubiese establecido un pacto secreto con la propia Muerte. Un pacto que fija el precio de una existencia larga y sin sufrimiento. Un pacto por el que, a cambio de una vida sin fin, estaríamos obligados a entregarle en sacrificio un cierto número de almas en buen estado.
Desde luego, la sociedad moderna está más que capacitada y dispuesta para entrar en esta clase de tratos: coches rápidos y potentes; armas nucleares a medida de cualquier mano insensata; aviones de hojalata y susceptibles, por tanto, de despanzurrarse sobre la pista de despegue; conflictos bélicos en zonas idóneas para llenar los bolsillos de los fabricantes de armas; terroristas de cualquier ideología en busca de un paraíso lleno de huríes, aizcolaris y dulzainas. Quiero decir que esta civilización es la idónea para llegar a un acuerdo equitativo con la Muerte: una larga vida para miles de millones de afortunados a cambio de la de unos pocos miles de infelices. Desde luego, el pacto no podría ser más ventajoso para ambas partes. El problema, claro está, radicaría en la trascendental elección de los chivos expiatorios. ¿Quién formaría parte de este jurado en España? Sírvanse ustedes los nombres que quieran. A discreción.

Antonio Civantos
EL PRECIO DE LA INMORTALIDAD

La vida exige un tiempo de reciclaje, un descanso para que las piezas desajustadas por culpa del albur callejero encajen unas sobre otras, como en uno de esos puzzles imposibles. El mes de agosto, por ejemplo, debería servir como oasis de introspección, como aquellos retiros espirituales de otro tiempo, un periodo para ponerse en paz consigo mismo, para tratar de comprender aquello que posiblemente supere nuestra capacidad de raciocinio.
Sin embargo, el mundo sigue girando como si tal cosa. Y los acontecimientos se amontonan en nuestro ánimo como si éste fuera el estercolero del alma. Soldados y civiles siguen muriendo en Irak y Afganistán; los etarras continúan su juego de pelota vasca, como diría el aristócrata De Juana; en la carretera, hay cada día una sucesión de difuntos y, para colmo, este terrible accidente de aviación en Barajas. ¿Es que no tenemos suficiente con la muerte natural?
Esta sociedad nuestra, que no desea morir de ninguna manera, que aumenta cada década su esperanza de vida, que trata de desentrañar los misterios de la materia para conseguir la inmortalidad, parece como si hubiese establecido un pacto secreto con la propia Muerte. Un pacto que fija el precio de una existencia larga y sin sufrimiento. Un pacto por el que, a cambio de una vida sin fin, estaríamos obligados a entregarle en sacrificio un cierto número de almas en buen estado.
Desde luego, la sociedad moderna está más que capacitada y dispuesta para entrar en esta clase de tratos: coches rápidos y potentes; armas nucleares a medida de cualquier mano insensata; aviones de hojalata y susceptibles, por tanto, de despanzurrarse sobre la pista de despegue; conflictos bélicos en zonas idóneas para llenar los bolsillos de los fabricantes de armas; terroristas de cualquier ideología en busca de un paraíso lleno de huríes, aizcolaris y dulzainas. Quiero decir que esta civilización es la idónea para llegar a un acuerdo equitativo con la Muerte: una larga vida para miles de millones de afortunados a cambio de la de unos pocos miles de infelices. Desde luego, el pacto no podría ser más ventajoso para ambas partes. El problema, claro está, radicaría en la trascendental elección de los chivos expiatorios. ¿Quién formaría parte de este jurado en España? Sírvanse ustedes los nombres que quieran. A discreción.

Antonio Civantos
EL OTOÑO DE LOS GENERALES

Ya me advirtieron mis colegas de café con leche y puestas de sol, aquí en Messolonghi, acerca de la improbabilidad que algún general español vetara por patriotismo la bandera venezolana. Y aunque por aquí todo el mundo se dedica a leer a románticos como Lord Byron, nuestro santo patrón, todavía nos queda alguna veleidad militarista, siempre desde el punto de vista estético, claro está. Por ejemplo, en el desfile de la Hispanidad, todos nos entusiasmamos con los uniformes de la Guardia Real, hasta algunos quisimos ver a don Alfonso XII en la persona de un joven oficial con bigote decimonónico. Pura nostalgia de tiempos que, por desgracia, ya no volverán, siempre que los teóricos cuánticos no digan lo contrario. La física experimenta tantos requiebros que a saber si no estaremos en un tris de volver al pasado. Desde luego, para mis colegas sería todo un acontecimiento regresar en el tiempo y acompañar a Byron en la guerra contra el turco. Para mí, en cambio, el placer estaría en recuperar el viejo y olvidado emblema del honor. En otra época, un suponer, no se habría permitido que nuestros soldados desfilaran enarbolando la bandera de un país, Venezuela, que nos acabara de insultar. Pero ahora resulta que fue el Gobierno del país insultador, o sea, el cachicán Hugo Chávez, quien retiró su bandera del desfile, insultándonos de nuevo. Y nuestro embajador en Caracas sigue allí, tan tranquilo, vendiéndole barcos de guerra al gorila, que es lo que se espera de una sociedad desquiciada como la nuestra.
Mi ingenuidad, sin duda, se ha visto reflejada en la estupidez de mi artículo anterior. Pero no por esperar que nuestro Gobierno actuara en consecuencia, sino porque los generales, a la vista de tanta humillación, se hayan tragado ese orgullo del que tanto cacareaban en mis tiempos de milicia y tiro al blanco. Claro que lo mandado es que cumplan con el ordenamiento constitucional, ¡estaría bueno!, pero al menos nos gustaría sentir un pálpito de decepción en alguno de ellos, como a título personal, fuera de servicio, es decir, algún gesto para que los españoles percibamos que aún queda descaro bajo esas estrellas y bastones de mando. Con una sencilla declaración al uso nos hubiéramos conformados: “Los generales españoles nos sentimos profundamente decepcionados por el silencio de nuestro Gobierno ante los insultos que el Presidente de la República de Venezuela, don Hugo Chávez, ha dirigido a nuestra nación y a nuestro ejército”. Naturalmente, doña Carmen Chacón, a pesar de no ser don Manuel Azaña, habría respondido con la destitución inmediata del general tonante, pero al menos los españoles nos sentiríamos arropados por alguna institución de importancia. Porque, en realidad, el Partido Popular, con ese temor y temblor a entrar en debates que sirvan para manipular sus intenciones, permanece tan callado como un exquisito pato a la naranja, esperando, sin más, a que el difunto monclovita se pudra en puro “faisandage”. A los españoles se nos ha ido la voz, la vergüenza, el dinero y cualquier atributo de estimada vulgaridad. Dijo el pontífice.

Antonio Civantos
EL NAVEGANTE DEL BÁLTICO

Hay quien avizora la forma de cómo meterle mano a la audacia viajera del sindicalista. Sin embargo, yo creo que les iría fenómeno aminorar el volumen de sus pretensiones maledicientes. Al fin y al cabo, Fernández Toxo sólo pretendía pasar desapercibido, como cualquier millonario español, en un lujoso crucero por el Báltico. En realidad, el sindicalista se lo merece, no en vano ha evolucionado desde las bajuras infernales del “metal” a la súbita grandeza de los cielos sindicales. Y aunque fuere a costa del Presupuesto, hemos de reconocer que el muchacho se ha ennoblecido de social importancia.
Algunos dicen que la huelga del 29 de septiembre ha sido organizada desde su camarote de lobo de mar, mientras de noche contemplaba los neones enfebrecidos de Copenhague. Otros que al llegar de madrugada a Helsinki y presenciar la luz ambarina y diurna de la noche polar. Sin embargo, uno cree que la inspiración de “la gran putada” le vino al recalar en San Petersburgo y hacer su entrada triunfal en el Hermitage y en el Palacio de Invierno, antiguas residencias de los zares que fueron convertidos por la Revolución en museos del pueblo. Claro que la colección de pinturas fue comenzada por Catalina la Grande, sin la cual el pueblo ruso hoy sólo contemplaría la blancura cadavérica de los muertos que Stalin pintaba al óleo antes de maitines.
Yo apuesto a que fue en el Palacio de Invierno donde Fernández Toxo imaginó la gran huelga general que las empresa españolas, en quiebra la mayoría, van a tener que soportar bajo sus propias ruinas. Y ahí tienen ustedes al gran viajero Toxo, navegando por el Báltico, teñido por los mil fuegos de la victoria y bailando “Los pajaritos” en plan minué con la señora del capitán.
Si el otro día decíamos que Cándido Méndez era en realidad William Beckford, hoy nos atrevemos a proclamar que Fernández Toxo no puede ser otro que el Beau Brummell, quien vivió mayormente a expensas de su amistad con el Príncipe de Gales. Hoy, naturalmente, somos los españoles quienes pagamos los caprichos viajeros de este originalísimo y millonario dandi del metal. A decir verdad, nos complace vivamente que el dandismo sindical se muestre a la altura de nuestras posibilidades tributarias. Y los contribuyentes sinceramente nos alegramos de que la existencia penetre en los dirigentes sindicales como un bálsamo purificador de alta rentabilidad.
Sin embargo, no hay noticias de si Fernández Toxo lloró ante la “Madonna Litta” de Leonardo da Vinci, o delante de la “Venus de Táurida, dos de las bellísimas zarinas del lujoso Hermitage. Curiosamente, todos estos millonarios de la izquierda suelen hacer gala de una sensibilidad artística a prueba de cualquier purga estalinista. Que se lo pregunten, por ejemplo, al marxista Roures, capaz de conjugar la pública chabacanería mediática con el más exquisito de los gustos privados. Recuerden que el gran Galvano della Volpe, tan marxista como ellos, les escribió una “Historia del Gusto” para que tuvieran algo que decir al respecto. Por eso estoy deseando oír los trinos del navegante del Báltico. Ese dandi de las profundidades.

Antonio Civantos
EL LEOPARDO DE HEMINGWAY

Después del espejismo reivindicativo de esa españolidad futbolera y cañí, nos llegan noticias de Cataluña. El correveidile plenipotenciario catalán, el atildado Durán y Lleida, vino al Congreso para amenazarnos en nuestra propia casa. Y, solamente, una mujer, la vascuence Rosa Díez, ¡toma nísperos!, le contestó por fin con la Constitución en la mano. ¿Cuál fue la amenaza del miramelindo? Pues nada menos que la de romper su compromiso con el Estado español. ¿Y a qué espera ese chico tan perfumado? Lo único que iba a perder España son esos cinco magníficos futbolistas del Barcelona. Nada más. Y nosotros, los españoles, además de todo este trajín de palpitaciones, nos ahorraríamos los miles de millones de euros que Zapatero les ha prometido en reconocimiento a nuestra nueva y sumisa condición de ciudadanos colonizados.
Rosa Díez, en lo referente a la flagrante inconstitucionalidad del Estatut, habló de corrupción institucional y política, acertando plenamente. El Tribunal Constitucional, o como quieran ustedes llamarlo, ha vuelto a prevaricar, como prevaricó aquella vez en el asunto Rumasa, convirtiéndose en lo que todos los demócratas pensamos. Sólo nos queda el consuelo de que en los libros de Historia figurará, con letras de oro, el nombre de la soberana de este atropello y el de su intrépido corruptor, un político llegado de provincias con el afán de escalar las cumbres nevadas del Kilimanjaro y buscar el leopardo de Hemingway.
En cambio Rajoy, don Mariano, midiendo al milímetro los pasos que le separan de la Moncloa, evita cualquier comentario acerca de un asunto tan crucial para nuestro futuro. Y eso que hemos de reconocer que actuó a la perfección, tal como se esperaba de él, cuando aquello de las firmas para el referéndum y la consecuente impugnación del Estatut. Sin embargo, con respecto a la sentencia confirma que le han vuelto a dar gato por liebre, quiero decir que va el tío y se atrinchera en el escaño bajo la plebeya hermosura de la Cospedal. Naturalmente, detrás de estos silencios se esconde, como se ha demostrado, la estrategia electoral del millonario Arriola, señor de Villalobos, un tipo que pergeña sus campañas apoyándose en el supuesto de que la mayoría de los españoles somos tontos y, sobre todo, en la absoluta tranquilidad del voto cautivo de la derechona, la cual suele votar, un servidor incluido, por ese miedo histórico a la victoria del marxismo/leninismo, sobre todo en la versión empirocriticista y glamurosa de Belén Esteban, VII Asamblea.
Lo siento en el alma, pero yo creo, amigo mío, que la actual situación política de España, no digamos la económica y financiera, se encuentra en un callejón sin salida. Jurídicamente, los españoles, ante una Constitución institucionalmente vulnerada, nos hallamos al albur de los colonizadores catalanes y pronto estaremos de los vascos. Hasta tenemos que pagarles, como digo, el tributo correspondiente. Y no sería extraño que Pepe Montilla haya dispuesto ya, al igual que un día lo dispusiera Maciá, un ejército de almogávares en la frontera, con el cobrador del frac a la cabeza, por si alguno no se aviene a la pernada y al gabelazo. ¡Ay, si los borbones levantaran la cabeza!



Antonio Civantos
EL INGLÉS

De estudiante, siempre suspendí los idiomas, además de otras materias, claro está, que uno sólo leía novelas de misterio hasta bien entrada la noche, y por el invierno, como Elliot, viajaba hacia el sur. Ahora quieren obligarnos a saber inglés, que es muy bueno para ligar inglesas y perder una pasta larga en la bolsa de Nueva York. Pero es que a mí el inglés no me suena, por todos los santos, y yo creo que las palabras han de tener un sonido, unas señas musicales, incluso un aroma especial, como los vinos de clase y tronío. Ya sé que lo ideal sería que el mundo hablara sólo una lengua, por eso de entendernos mejor a la hora de tirarnos bombas, pero esa lengua, claro, debería ser la española. El español tiene resonancia, empaque y una guturalidad clara, diamantina. Un idioma que dice al pan, pan y al vino, vino. Porque el idioma, según Heidegger es la casa del ser, y si al niño lo llenan de voces foráneas, el ser huirá despavorido a casas más remotas, tal vez para siempre.
El maestro Umbral, que Dios lo tenga en Su gloria, sostenía que no hay más lengua que la materna, y que la profundidad que tiene cada palabra no la va a tener el sustitutivo extranjero. También Ortega decía que para hablar una lengua extraña hay que empezar por volverse un poco imbécil. De ahí que nos parezcan retrasados los turistas que nos hablan en español al pie de los medallones de la Plaza Mayor. No creo yo, por tanto, que ni a los niños ni a nadie les convenga meterse en los umbríos y fríos jardines de los idiomas. Eso sí, deberíamos centrarnos y profundizar sobre el nuestro, el español, que da pena oírlo por esos platós de televisión y esas cadenas de radio: “Ronaldo culminó en el arranque del partido”, en vez de “Ronaldo marcó al principio del partido”.
Decía Fernando Fernán Gómez que la lengua inglesa sólo es necesaria para los ingleses y para los espías, como Fernando Rey, que sabía inglés porque era el espía de Franco en Hollywood. Ahora lo es Almodóvar, que tartajea el inglés porque espía para Zapatero en las Américas de Obama. A los niños españoles hay que sumergirlos en el español, que es su verdadera patria, la patria y la casa del ser, como ya está dicho. Olvídense de Internet y volvamos a los clásicos, a nuestras raíces, al verdadero sustento del alma española. Mucho me temo que estemos perdiendo el sonido y el sentido de nuestras propias palabras. Y será difícil recuperarlo.

Antonio Civantos

9 de junio de 2011

EL IMPERIO DE LO EFÍMERO

Uno no entiende mucho de economías. Me gustaría poseer para ustedes una elocuencia de cátedra salmantina como bálsamo para estos momentos de incertidumbre. Tan sólo les puedo decir que, como piensa la inmensa mayoría de los mortales, ha sido el resplandor espectral del dinero quien ha provocado la debacle financiera que ahora padecemos. Sin embargo, lejos de mi propósito una caída en el abismo fácil de las moralizaciones. Pero hasta el yonqui de Burroughs, tan lejos de cualquier moralidad frailuna, decía que el dinero se convierte en una triste pasión cuando suplanta a todas las demás. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por nuestra apasionada embriaguez? Tal vez nuestro pecado de nuevos ricos haya sido confundir el lujo con la felicidad. Para Pascal Bruckner, inteligente y exitoso filósofo francés, el lujo consiste en disfrutar de todo lo que escasea: el silencio, la meditación, la lentitud recobrada, la ociosidad estudiosa… Sin embargo, no creo que estos supuestos sean los manejados por la asociación de consumidores anónimos. Las señoras no van al Corte Inglés en busca de silencio y meditación, aunque bien mirado es posible que el viajero de autopista sí recobre cada fin de semana la lentitud perdida. Antiguamente, se consideraba un axioma que sólo la aristocracia, más tarde también la alta burguesía, tuviera acceso al lujo. En la actualidad, cualquier asalariado tiene derecho a ostentar los emblemas más resplandecientes de la majestad. Y esa majestad, amigos míos, no es otra cosa que el consumo indiscriminado. De ahí la cantidad de hipotecas basura generadas por la banca americana en una orgía de codicia y derroche sin precedentes. Pero lo más terrible y descorazonador es que la bancarrota haya provocado que el mundo ya no sea feliz. A decir verdad, la infelicidad se ha apoderado de todo lo que no sea consumo. Una crisis como la que vivimos será para algunos lo más parecido al fin del mundo, el mismísimo Apocalipsis de san Juan, una verdadera catástrofe ecológica, mucho más grave que cualquier cambio climático de tres al cuarto. El único consuelo es que las desgracias siempre son un elemento generador de derechos humanos. No me extrañaría que Zapatero, además de inventar en Washington la socialdemocracia, propusiera que se añada el lujo del consumo a la lista de los Derechos Humanos. Claro que, por el contrario, uno desconfiaría de todo aquel que pregonase su desprecio por el Becerro de Oro. Decía Séneca que habría que clasificar el dinero entre las cosas preferibles. Porque, en realidad, el dinero es eso que casi nadie tiene. Estos últimos años no hemos sido colmados por el tintineo de la bolsa, dinero contante y sonante, sino por la excesiva facilidad de endeudamiento. Quiero decir que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y ese espejismo de riqueza y poderío se ha desvanecido en el aire como aquel día se desvaneció, premonitoriamente, la brillante esbeltez de las Torres Gemelas. Ahora, un silencio sepulcral bordea el lujo diamantino de las villas hipotecadas. Ya se pudren los besos de la aventura.

Antonio Civantos
El héroe de Wikileaks

Ahora que Zapatero ha consentido en ahorrar mil millones de euros robándoselos a parados sin ninguna asignación, me doy cuenta de la importancia de un `hacker´ como Julian Assange, el bendito fundador de Wikileaks. Porque hay decenas de medidas para ahorrar esos jodidos mil millones. Primero: dinamitando todos y cada uno de los parlamentos regionales con sus diputados dentro. Eso sí, recogiendo primero todos los bolígrafos, ordenadores, mobiliario y otros recuerdos de interés humano. Segundo: reduciendo a la mitad el número de cargos públicos que vegetan en todas las administraciones. Tercero: demediando la miriada de sueldos millonarios que cobran los políticos con cargo público. Cuarto: subastando todos los coches oficiales. Quinto: centralizando todas las competencias autonómicas. Sexto: privatizando las televisiones públicas. Séptimo: suprimiendo las subvenciones a centrales sindicales, organizaciones empresariales y partidos políticos. ¿No llegaría Zapatero con estas medidas a más de mil millones de ahorro? ¿Y saben ustedes por qué no se van a tomar? Porque los políticos se han organizado en una casta indestructible. Los políticos han creado un mundo a su exacta medida y una sociedad a su imagen y semejanza. Un mundo que sólo es para ellos una finca particular de recreo, una mesa de juego donde dirimir el grado de poder de cada uno, pero también un coto de caza donde los ciudadanos sólo somos inocentes piezas cinegéticas tratando de sobrevivir a sus batidas y fuego a discreción. Y esta vez quien ha caído heroicamente en la montería del monclovita es esa pobre sucesión de desposeídos por la Historia y sin ningún ingreso para llenar la olla diaria del Dómine Cabra.
De modo que ante la aparición estelar de un personaje como Julian Assange, me dispongo a presenciar, agradecido, el maravilloso espectáculo de ver rasgarse los velos que dejan al descubierto las miserias de toda esta patulea mundial que nos roba, engaña y desgobierna. Lo malo es que al pobre chico lo persiguen, en plan jauría desesperada y sedienta de sangre, toda la mafia política del mundo. También me entristece que al patriota americano que filtró los documentos del pentágono, otro héroe, lo tengan encerrado en una mazmorra con la llave perdida y sin vistas al mar.
Por otra parte, los documentos desvelados no ponen en peligro la seguridad de ningún país, pero sí desvelan el grado de estupidez, corrupción, perversidad torturadora y amoralidad que adornan a la clase política. Extraordinario, por ejemplo, el relato de la felación moratiniana, como un becario bajo la mesa, en el asunto de los vuelos de la CIA. Desde luego, la diplomacia española, en tiempos de Zapatero, sólo se ha dedicado a complacer los apetitos más libidinosos de todas las cancillerías mundiales. Y no digamos la orgía que ahora se tienen montada los marroquíes, con ese exacerbado vicio suyo, a costa de la virginidad postrera de los chicos y chicas del palacio de Santa Cruz. Y, ya que estamos en ello, ¿no les gustaría, por ejemplo, que algún `hacker´ del CNI enviara a Wikileaks los documentos secretos del 11M? ¡Comprenderíamos tantas cosas!


Antonio Civantos
EL GRAN TIMONEL

España oye cantar al cisne negro de Baudelaire. Quiere decirse que estamos a las puertas de algún huracán encharcado de miseria. De momento, hemos empezado a notar en la piel el saludo nervioso de ligeros sarpullidos, como mensajes adelantados de la ópera trágica que se avecina. Lo de ahora tan sólo es la visita de los primeros heraldos, en un perezoso remolino de malos augurios, pero a la vuelta nos esperan, conjurados, los ejércitos de la noche.
En verdad, la arrogancia del mal, con su barbilla enérgica, se relame en lontananza, esperando a que nuestros cuerpos esponjen y, sobre todo, a que pierdan su cualidad felina de viejos luchadores. Y, para colmo, hemos elegido al timonel equivocado. Ni Apolonio de Rodas lo hubiera escogido como grumete en su incansable búsqueda del Vellocino de Oro. Por no tener, no tiene manos ni para sostener el vuelo de una copa de champán. Mucho menos, las riendas de una carreta cimarrona y desbocada de tiro como es la España de hoy.
Seguramente, cuando un enjambre de parados y una legión de empresarios en quiebra crucen la línea de sombra, transidos de miseria, y el déficit público sea un pozo de placeres imposibles, el Gran Timonel nos arengará acerca de las incomodidades del liberalismo salvaje y nos propondrá una vuelta a los gozos paradisíacos del intervencionismo totalitario.
Decía Miguel Sebastián aquello de la paciencia agotada, como si la nuestra fuera infinita, igual que la de Pepiño, que es un gallego como en perpetuo amago de estornudo. Pepiño alimenta el optimismo de sus incondicionales desde un ático celeste, a no sé cuanto el metro de geranio y Porcelanosa, muy parecido al de la primavera romana de la señora Stone.
Para los socialistas, según la experiencia de Churchill, la patria es el partido, por eso repiten a todas horas, como loritos de vieja, la consigna mañanera del jefe de propaganda. No les pidan, por tanto, un pensamiento más o menos original y equilibrado. El discurso de la Pajín, por ejemplo, es pura bazofia masturbatoria, valga la redundancia. A decir verdad, los socialistas nunca crearon riqueza, ni creyeron en ella, a no ser convertida en comisiones o fondos reservados.
De manera, amigos míos, que no esperen salir de la crisis tan fácil y tan pronto como predica, con su elocuencia soñadora, el Gran Timonel, quien carece de cualquier clariver y otras inteligencias más comunes. Los españoles, de nuevos ricos hemos pasado, otra vez, a viejos pobres. Y es que España siempre será como una larga posguerra de luces y sombras. O algo parecido.

Antonio Civantos
EL FINAL DE UN IMPERIO

De vez en cuando nos llegan noticias desoladoras. Sin ir más lejos, la otra noche supimos que el Real Madrid había perdido su imperio en las procelas ultramodernas de la periferia. El polvo, con perdón, vuelve al polvo. Porque el Real Madrid es esa media España, entre visigótica y requeté, que Garzón quería juzgar envestido con los ropones polancoides de don Cebrián y compañía. Toda una España en su mitad más funeral y marmórea, casi lapidaria, ha muerto definitivamente ante el empuje del diseño y la alta tecnología catalana, aunque para ello haya tenido que utilizar la robótica imparable de un argentino infinitésimo y cabrón.
De cualquier forma, a la antigua aristocracia madridista, casi galdosiana, ya ni siquiera le cunde apelar a la memoria cuajada de victorias ancestrales, pues al recordarlas le llega algo así como un insufrible olor a raíces quemadas. No solo el Real Madrid ha perdido otra liga, eso no importa cuando se tienen treinta y una, sino que a mayores se ha dejado entre las briznas del césped algo tan sutil como todo un imperio. El Real Madrid ha perdido la Historia en la fiebre del sábado noche. Aquí tenemos de nuevo las lágrimas patrióticas de otro “Noventa y ocho” y el dolor inconsolable de este nuevo Ganivet futbolero que soy yo.
Sombrero de ala caída, llovida de varios cielos. Orejas de muerto enhiesto y de inteligente cadáver. Así describió Umbral la silueta de Kafka, una vez que lo vio pasar errante entre las sombras de Majadahonda. Así creo yo que es el cadáver expuesto del madridismo, como un Kafka paseante al socaire de las paredes de un castillo medieval. El cadáver del Real Madrid representa también el cadáver del centralismo político, de la unidad de España, de la heterosexualidad morganática, del gol de Zarra y la Misa cantada en San Francisco el Grande, cuando aquello del cardenal Tarancón, el paredón y su rapapolvo democrático.
Ante nosotros, amigos míos, se levanta un nuevo Estado, español o no, pero mucho más centrífugo, periférico y sansimoniano que nunca. Entre Zapatero y Laporta, tanto monta, anda su liderazgo: dos genios de la política y los dos ampliamente desenvueltos en los escenarios televisivos de Pasapoga, el Molino Rojo y otros salones de la vida. Para mí que estos dos pollos son algo así como los biznietos respectivos de Cánovas y Narváez, claro que en otro plan más de diseño y alta tecnología, mucho más superferolíticos y de coche oficial eléctrico y otras progresías geniales de la crisis.
Después de la victoria del Barcelona en Madrid, España ha quedado en buenas manos, aunque muchos recemos con tanto fervor como en una madrugada de difuntos. No me extrañaría que en estos días el Estatut saliera, limpio y fantasmal, de su madriguera en el Alto Tribunal. Eso sí, algo despeinado por las mil y una noches de su abandono.
Antonio Civantos
EL FIN DE LA HISTORIA

Hoy me siento vacío de alma, como si las musas me hubieran abandonado, tomándose un día libre para refrescarse en el río y abusar de los brochazos solares. Porque uno se niega sin su concurso a volver sobre lo mismo, es decir, sobre la melopea política de todos los días, como si en la vida no concurrieran otros cometas de estela más luminosa. La política sólo debería interesarnos en forma de historia literaria, esperando que los libros futuros nos cuenten las hazañas de este gobierno zapateril para conseguir la idea republicana de una España medio rota, descompuesta y sin novio. ¿Cómo la verán los historiadores dentro de un siglo? Lástima que nuestra calvicie de entonces nos prive del regodeo en el análisis. Claro que después de vivir la manipulación actual de la II República, no habría que extrañarse de que a Zapatero algunos le apodasen el Grande, como si tal cosa.
Sin embargo, dicen que la Historia ha llegado a su fin, que desde ahora hasta la catástrofe final viviremos una Transhistoria, es decir, una historia cuyos acontecimientos responden al mismo descontrol reproductivo de las células cancerígenas. Al parecer, la Historia, lo mismo que el Arte, ya no dispone de un argumento lógico, ni de cánones interpretativos que se acomoden y apacienten el lento vivir de las gentes. Hasta la literatura ha sido despojada por algunos filósofos, Derrida entre ellos, de cualquier prurito de interpretación. Y si la Literatura se precipita en semejantes abismos, imagínense ustedes en qué lodazal puede convertirse esta Transhistoria. Ya todo es un batiburrillo informe en el que nada representa lo que verdaderamente es. Todo se ha relativizado. No hay clases sociales, ni en consecuencia lucha de clases, ni oscuros objetos del deseo, ni nada que cumpla su función primitiva. Cualquier indocumentado puede ser presidente del Gobierno, el eufemismo es el alma del lenguaje, el cubo de la basura puede ser venerado como obra de arte y un pegador de patadas a un balón es subido al altar de los héroes, otrora reservado para los que tuvieran algún trato con los dioses.
En realidad, amigo mío, se nos ha impuesto la ley de la confusión de los géneros. Una confusión que nos permite tratar a los terroristas como iguales, respetarlos en mesas de negociaciones, inventar derechos que los protejan ante la justicia y hasta compararlos en dignidad con sus víctimas. Ya nada se refleja realmente, ni en el espejo ni en el abismo. Y, tal como dice Baudrillard, ya no hay revolución, sino una circunvolución, una involución perversa del valor. Todo se ha disparado en una virulenta reacción en cadena, en un puro desorden metastásico. Ya no existen reglas fundamentales, criterio de juicio, ni siquiera para los placeres y, mucho menos, para el arte. La Historia amigo mío, más allá de su final, se ha convertido en un proceso que transciende la frontera entre el bien y el mal, colocándose muy por encima, como en una nebulosa imposible de divisar. He aquí el problema de las sociedades modernas, he aquí, por tanto, el problema de la sociedad española, campeona en relativizar todo lo relativizable. Si el retrete de Duchamp fue elevado a categoría de obra de arte, ¿por qué unos trenes destrozados por la pólvora terrorista y unas cuentas vidas arrancadas y mostradas a la audiencia televidente no podrían llegar a formar parte de cualquier museo de los horrores? ¿No ha sido siempre lo siniestro el verdadero trasfondo de la estética? Pues eso.

Antonio Civantos

8 de junio de 2011

EL COCIDO COMO SISTEMA

El cocido madrileño se ha puesto de moda entre los damnificados del rabino mister Madoff. Se trata del mismo cocido que tan mal le sentaba a Larra, algo dispéptico de nacimiento, entre otros males de amor y fantasía. De la langosta Thermidor y el caviar con blinis y nata agria, las multitudes de astracán han degenerado en grandes pultifagónides, es decir, en ávidos consumidores de garbanzos con berza y algún palomino por añadidura. Y todo por la bendita codicia de tener un yate amarrado a los norayes de Puerto Banús y otros caladeros de bajura y lencería fina. El rabino mister Madoff, con sus trucos y tocomochos de timador de estación de autobuses, ha devuelto a los ricos a los años cincuenta, como si en sus dedos de ilusionista se pergeñaran también los misterios del tiempo. La España exuberante, derrochadora y hortera de los constructores ha devenido en la España sempiterna y galdosiana de Ignacio Aldecoa y Martín Santos, de donde nunca debió salir.
Mientras tanto, el socialismo verité de Zapatero se gasta los maravedíes en acuñar alianzas de civilizaciones, estatutos de nacionalidades altisidóricas y vanidosas, y en mantener a todo trance las alcaldías de las chicas de oro de ANV, con los rulos erizados por la pólvora de sus crías incendiarias y de natural algo bestias. Si el rabino Madoff ha despeluchado a sus millonarios predilectos, Zapatero se propone dejarnos a todos sin blanca con tal de que las autonomías mantengan, a todo confort de Club Social de Cheyenne, ese tropel interminable de políticos, funcionarios, consejeros, asesores y cualquier ave de rapiña que se quiera posar sobre nuestras espaldas presupuestarias. ¿Para qué trabajan, pues, las empresas españolas? No hay duda que para mantener a una muchedumbre de paniaguados que pululan, sin ningún fin aparente, por la geografía autonómica de esta vieja, depauperada y jodida nación. El primero es el Honorable, ciento sesenta mil euros de sueldo anual, seguido por todos los que ustedes ya saben, un ejército de sanguijuelas improductivas que nos chupan la sangre con la avariosis vitalicia que les distingue. Las autonomías se han convertido en el mayor agujero negro de la economía española. Amigos míos, sólo somos contribuyentes que avanzamos hacia el tumulto de la derrota final.
De cualquier manera, el cocido madrileño, no se olviden nunca, ha de ser de tres vuelcos o de tres saltos o como ustedes acostumbren a decir. Escribió don Eugenio D´Ors que el cocido y la familia son la misma vaina, no puede haber el uno sin la otra. Hasta las Cajas de Ahorro, por fin, han cambiado sus rentables aromas de ladrillo y hormigón por el tufo del garbanzo que cuece a fuego lento entre sus números rojos. Como digo, hemos pasado del Vega Sicilia al porrón de clarete en la taberna de enfrente, de la langosta Thermidor al pollo asado del súper de la esquina. No obstante, este pollo sabe a pularda rellena cuando se come con los buenos amigos de siempre. Por muy arruinados que estén.

Antonio Civantos
EL CHINITO LUJURIOSO

Yo siempre pensé que el chino era un pueblo remansado, pero ya veo que me equivoco después de conocer a Ma Yaohai, un chinito al que le gustan las orgías bien montadas, cambios de pareja y por ahí todo seguido. Pero al chinito Ma Yaohai ahora le tiemblan los dientes porque al Régimen no le complace que el personal se divierta más allá de la monogamia multípara que tiene establecida en cuestiones de sexualidad y bailes de salón. Y eso que a Mao le iba la “marcha” y, según dicen sus biógrafos, resultó ser un rijoso de mal olor con demasiadas perversiones bajo su barbilla de fauno y con ciertas exigencias en cuestiones de jovencitas de ojos risueños y como rasgados. Sin embargo, al chinito Ma Yaohai, como no es el autor del Libro Rojo, no le permiten que se entretenga en dibujos raros fuera de los muros convencionales de la regla común, por mucho derecho a la intimidad y otras mandangas que él alegue en defensa de sus talleres inguinales.
Así están las cosas en China y su régimen comunista. Porque a la hora de la verdad, los comunistas no son tan verbeneros como nos quieren hacer ver Llamazares y sus mariachis del Frente Popular. Los comunistas, cuando llega el momento, lo primero que prohíben es el Kamasutra, el Decamerón y las películas de Bárbara Rey, que ahora de viuda y domadora sigue estando tan buena como cuando aquello del destape de José Sacristán y compañía. Pero, como digo, a los comunistas se le seca la pólvora inguinal en cuanto huelen la dictadura del proletariado, que debe ser algo así como el bromuro tranquilizador que nos daban en la mili.
No obstante, lo peor que puede hacer cualquier Régimen político es prohibir las excursiones sexuales del chinito Ma Yaohai. Tarde o temprano estos regímenes castradores mueren por la bragueta y la lencería fina. El Mayo del 68 francés no fue otra cosa que una revolución sexual en respuesta a las prohibiciones del rector de la universidad de Nanterre. Y, sin ir más lejos, el franquismo no tuvo continuidad porque se empeñó en esconder la sexualidad detrás de los confesionarios de la Iglesia. A mi entender, la Transición tuvo tanto éxito político porque la muerte de Franco fue como un corrimiento general de tierras. En realidad, la Constitución del 78 se aprobó sin apenas un mínimo de reflexión porque los españoles estábamos dedicados al pillaje sexual, es decir, a comprobar las delicias de las camas ajenas y al alegre candombe de los vicios franceses y otros placeres venusinos de rojo satén.
Los comunistas chinos deberían saber que el cachondo de Ma Yaohai y sus colegas de orgía se conformarían con una democracia simulada: un par de partidos que se alternen en el poder, las televisiones controladas, la justicia politizada y una loca libertad en plan floreo genital y de boquitas pintadas a lo lady Chaterley. Quiero decir que el poder siempre sería suyo. Incluso no deberían tener miedo a la libertad de expresión, puesto que, en general, nadie reflexiona en profundidad ni nadie lee un libro salvo que sea el “best seller” de algún escritor nórdico, alto y rubio como la cerveza. De esta guisa, el chinito Ma Yaohai sería sin duda el mejor aliado para cualquier régimen político. Un adepto inquebrantable.



Antonio Civantos
SI LOS CURAS SUPIERAN

Hay como un desgaste premeditado del alma española. Se presiente como una férrea voluntad en despojarnos de la boina milenaria. Y modernizar a los españoles consiste, al parecer, en apartarles de sus tradiciones más arraigadas por medio del decreto ley. Durante la legislatura que agoniza hemos debatido, sin ir más lejos, acerca de la naturaleza de la fiesta de los toros, recuerden que a la ministra Narbona no le gusta vestirse de grana y oro, lo mismo que al nacionalista Clos, y ante la reacción popular suscitada pospusieron el cierre para más adelante. También la Monarquía ha salido a colación no hace demasiado, un globo sonda antimonárquico ha sobrevolado las conciencias de los españoles, supongo que para pulsar el grado de republicanismo de la ciudadanía, y mucho me temo que, velis nolis, el debate seguirá su curso en los próximos años. Naturalmente, tanto reyes como toreros son considerados figuras anacrónicas, irracionales, sin una razón de ser en un mundo ultramoderno de internautas galácticos, de científicos cegados por el brillo de la materia inverosímil, aduladores de las fibras neuronales y, en general, intrépidos filósofos de la talla de Pepiño Blanco. En la España del siglo XXI no caben, en definitiva, ciertas imágenes del pasado. El moderno racionalismo progresista no desea convivir al lado de símbolos arquetípicos tan ancestrales como los del rey/divino y el de un héroe solar matando al dragón del misterio.
Pues bien, a esta modernización de la vida española hay que añadir una nueva batalla. Al parecer, a la Iglesia católica también le toca batirse en retirada. Los curas no entran en los planes modernizadores de Zapatero. Como es natural, el clero se le rebrinca desde los púlpitos, entonando unos kiries que no gustan al de León, sobre todo los que van destinados a moverle, electoralmente, la silla gestatoria de la Moncloa. Zapatero no quiere a la Iglesia metida en las escuelas, pretende evitar la influencia que pueda ejercer sobre los niños de hoy, que son los futuros electores de mañana. Esta es la causa de que el Gobierno, con suma astucia, haya introducido en los planes de estudio la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que es el caballo de Troya ideológico de los socialistas y, sobre todo, su estrategia electoral para el futuro.
Sin embargo, más vale que este chico tenga cuidado con el terreno que pisa. La Iglesia es mucho más vieja que el PSOE, mucho más sabia, más culta y, por experiencia histórica, encaja a la perfección los reveses del destino. Además, ha vencido y perdido en mil batallas y, para colmo, tiene de su parte a todos los santos del cielo. Blaise Pascal nos recuerda, en uno de sus “Pensamientos”, que entre los planes de Cromwell estaba diezmar inmisericorde a la cristiandad y, sobre todo, pretendía que el Papa temblara ante su voluntad. Sin embargo, un pequeño calculito de nada, colocado casualmente en la luz uretral, lo llevó sin remedio a la tumba. La monarquía y el culto católico fueron inmediatamente reestablecidos, el Papa siguió durmiendo con beatífica placidez y la cristiandad continuó con sus rezos y novenas a San Expedito y a Santa María Egipcíaca.
Al día de hoy, no sabe uno, claro está, cuál es el estado de la uretra presidencial, o si estos socialistas modernos disponen del suficiente chorro miccional como para liquidar una tradición milenaria. Desde luego, Felipe González, cuando le llegó el momento, analizó el problema eclesiástico con más claridad que este joven de ahora y, en consecuencia, algo mejor le fueron las cosas en la feria. De cualquier forma, una España sin reyes, sin toreros, sin toros, sin curas y sin monjas sería una desnaturalización inconcebible del alma española. Sólo nos quedarían los Flores. Algo es algo.


Antonio Civantos
EL CANTO DE LAS SIRENAS

Siento verdadero orgullo por ese tropel de mujeres gordas que ahora pueblan las calles. A los españoles, qué carajo, siempre nos han gustado las gordas. Necesitamos sentir plenitud carnal entre las manos, también bajo las caderas viejas de nuestras artrosis más íntimas y, sobre todo, al tacto mudéjar de los labios ávidos y presurosos. Siempre he lamentado, como buen reaccionario que soy, no haber vivido a lo largo y ancho del siglo XIX. Curiosamente, siento nostalgia de una época que nunca he vivido ni viviré, de una época en que la mujer era admirada por su plenitud de dunas y temblores.
Claro que, por otra parte, también los románticos y sus descendientes reivindicaron la estética de la mujer enfermiza, ojerosa, esquelética y como entre la vida y la muerte. Les recomiendo la lectura de las “Noches florentinas”, de Henrich Heine, una deliciosa historia de amor entre un joven y una moribunda de piel casi traslúcida. Décadas después, Valle Inclán escribió una de sus Sonatas, creo que fue la de otoño, inspirándose en el mismo asunto: al marqués de Bradomín se le muere una muerta entre abrazos de madrugada. Estos amores como de ultratumba nos llegaron de América, justamente de la pluma misteriosa y terrible de Edgar Allan Poe. Recuerden ustedes su espeluznante relato, “La caída de la casa Usher”, donde Lady Madelaine logra abandonar el nicho para caer rendida en los brazos amorosos de su amante.
Es posible, mi querido amigo, que este modelo de amores de gotero y catafalco subyugue tan sólo a los buenos lectores, pero les aseguro que en la vida real, si es que existe una realidad al margen de la literaria, piensa uno que donde esté una verdadera hembra, una mujer de peso, imponente y como algo desparramada de pelvis, que se quiten esas modelos de tallas imposibles, suspiros andantes y sin un pellizco que llevarse a los dedos.
De haber vivido en la época, un servidor se hubiera enamorado, pongo por caso, de doña Emilia Pardo Bazán, bombona, una de esas mujeres que llenan la salita de estar desde el mismo quicio de la puerta. ¡Ay, cuando doña Emilia se quita la dentadura!, le contaba, indiscreto, Unamuno a Blasco Ibáñez. También Ramón Gómez de la Serna, mi adorado Ramón, se enamoró de jovencito de una gorda maravillosa, Carmen de Burgos, Colombine, diez años mayor que él, un monumento de señora que tuvo encendido de amor a medio Modernismo, desde Cansinos Assens a Paquito Villaespesa, que se escribía con todas las vanguardias del momento. Para colmo de bienes, casi todas las heroínas literarias del XIX, me refiero a las del Realismo español, fueron tan bravas como generosas de carnes. Juana la Larga, por ejemplo, creación de don Juan Valera, es una deliciosa matancera de inabarcables y amplias miras, tanto de proa como de popa, un monumento naviero en toda regla.
También fuera de España, muchos hombres ilustres perdieron la cabeza por mujeres gordas. Entre ellos, el genial y rijoso León Tolstoi, que se le conmovió la entrepierna en cuanto avistó a la señora Tolstoi, Sonia de nombre, la cual lució orgullosa una de las gorduras más elegantes y atractivas de su tiempo. Según el libro de Shirer, “Amor y odio”, Sonia fue una mujer muy femenina, además de inteligente, encantadora y bellísima. Aunque también haya alguna biografía que diga todo lo contrario, por ejemplo la de Cavallari, en la que ha sido falsamente descrita como una arpía sin entrañas.
Quiero decir que adoro, admiro y amo tiernamente a las mujeres gordas, siempre que su amplitud, claro está, haya sido adquirida gracias a la melosidad de la vida, es decir, a esas golosinas furtivas en las largas noches de invierno, a resguardo de infinitas tazas de chocolate ardiente y otros inocentes afrodisíacos. Sin embargo, amigos míos, hay otras gorduras que han sido edificadas con la sangre caliente de nuestros muertos, y me refiero, claro está, a las terroristas de Batasuna y a toda su grey de asesinas sebosas. Y me importa un carajo el pataleo cómplice de cualquier oscuro feminismo. ¡Hay tantas clases de complicidad!

Antonio Civantos
EL AMIGO AMERICANO

Nos sirve el título novelesco de Patricia Highsmith para constatar el amor imposible de Zapatero. Dicen que los amores imposibles son los más románticos. Si lo dudan, ahí tienen, ahora que lo conmemoramos, el amor de Larra por Dolores Armijo, una señora casada que lo tuvo ocupado en una ardentía de temores y temblores. A decir verdad, siempre dije que el amor por la mujer de tu prójimo es el único que merece la pena. Supongo, quién sabe, que por lo que estos amores tienen de aventura, pecado, libertad y morbo necesario para ahuyentar los fantasmas del abismo. Claro que a Larra, este asunto de la Dolores, lo llevó a descerrajarse un tiro y a poner perdida la casaca de sangre, una casaca que ahora lucen, con cuajarones y todo, los columnistas modernos en señal de duelo por el maestro caído. Sin embargo, a mí Larra sólo me gusta en la pluma del maestro Umbral, en su “Anatomía de un dandy”, porque en la suya propia se le nota, debida a su juventud, una ligera y adorable inmadurez. Y, además, eso de pegarse un tiro por la mujer de otro es no entender la esencia de los amores imposibles. Un amor imposible cuando se torna razonable deja de ser romántico, deja de merecer la pena, convirtiéndose, por una ley gravitatoria cualquiera, en el placer soez de los gozos soeces.
Curiosamente, lo mismo que a Larra, sucede a este chico, Zapatero, que no da con la clave de la seducción. El amigo americano, antes Georges Bush, ahora Obama, se le resiste como una novicia en vísperas de jurar sus votos. Bush no quiso recibirlo en la Casa Blanca y el Romeo leonés no se atrevió a echar la escala de Don Mendo y trepar los muros de la patria mía. Sin embargo, ahora parecía que, cualquier noche, noche de ronda, qué triste pasa, Obama le iba a recibir en desabillé y como en un lecho de rosas besuconas, pero hete aquí que ordena a la milico Chacón la retirada inmediata de los tercios de Kosovo, cabreando al personal militar, a todas las naciones amigas, al ministro Moratinos y, sobre todo, al amor americano de sus sueños. Tanto lo cabrea que Obama, vía diplomática, le devuelve las cartas y el rosario de su madre.
Y en esas estamos. Zapatero ha roto el hechizo de luna y reforzado la férrea voluntad de una Dolores Armijo, americana y mulatota, que sigue resistiéndose, despechada, a los requiebros ardorosos de su pretendiente español. Y es que al novio le pierde el vicio nefando de retirar tropas del extranjero, vulnerando acuerdos internacionales, tratados bilaterales, compromisos y otros protocolos de la sacrosanta diplomacia. En efecto, Zapatero parece un verdadero yonqui de la retirada militar. Pensará, como el general Rommel, que una retirada a tiempo puede convertirse, mediante el arte de la guerra, en una gran victoria. Se equivoca, pues con estos “coitus interruptus” jamás llegará a la Casa Blanca, es decir, a ese empíreo trascendente de barras y estrellas que hay más allá de los límites del mundo, por glosar aquí una idea de don Eugenio Trías. Yo que Zapatero, si Obama no me recibiese, pujaría por la pistola de Larra, me pondría su casaca y actuaría en consecuencia. Este joven no debería permitirse más ridículos personales. Ni España tampoco.


Antonio Civantos

6 de junio de 2011

DRY MARTINI

Se hace difícil trasegar la podredumbre generada por el Gobierno. Sin embargo, no hay más remedio que digerirla como buenamente se pueda. Naturalmente, recomendaría la solución de un dry martini a la caída de la tarde, justo cuando los pájaros dejan de gorjear y los pensamientos se amansan como las aguas de un lago después de la tormenta. Pero es posible que no sea suficiente, aunque sería recomendable paliar el hedor que nos llega desde los suburbios institucionales del poder socialista. Claro que por otro lado, se me antoja una total ingenuidad esperar un rayo de honradez en estos pobres ineptos que ahora nos desgobiernan. Al fin y al cabo, no son otra cosa que miembros activos de esa masa rebelde que ha usurpado el poder a una minoría cualificada para ejercerlo. Las masas ocupan hoy todo el orbe social que conocemos, desde el Gobierno de la nación, la justicia, las comunicaciones y el arte hasta cualquier otro movimiento cultural que pueda surgir en el horizonte. Es el motivo, claro, de la mediocridad reinante en la ola de modernidad que nos invade. Como escribió Ortega, las masas se han hecho indóciles frente a las minorías: no las obedecen, no las siguen, no las respetan, sino que, por el contrario, las dan de lado y las suplantan. Sí, amigos míos, resultaría una verdadera ingenuidad desgarrarse las vestiduras por culpa de estos mastines pueblerinos que ahora disfrutan de las glorias del poder. Contra ellos sólo nos queda, como digo, la levedad inocente de un dry martini al anochecer: cinco partes de ginebra inglesa, el espíritu de una sombra de vermut blanco y el brillo verde de una aceituna cordobesa. Todo menos llorar para su contento.

Antonio Civantos
DRY MARTINI

Se hace difícil trasegar la podredumbre generada por el Gobierno. Sin embargo, no hay más remedio que digerirla como buenamente se pueda. Naturalmente, recomendaría la solución de un dry martini a la caída de la tarde, justo cuando los pájaros dejan de gorjear y los pensamientos se amansan como las aguas de un lago después de la tormenta. Pero es posible que no sea suficiente, aunque sería recomendable paliar el hedor que nos llega desde los suburbios institucionales del poder socialista. Claro que por otro lado, se me antoja una total ingenuidad esperar un rayo de honradez en estos pobres ineptos que ahora nos desgobiernan. Al fin y al cabo, no son otra cosa que miembros activos de esa masa rebelde que ha usurpado el poder a una minoría cualificada para ejercerlo. Las masas ocupan hoy todo el orbe social que conocemos, desde el Gobierno de la nación, la justicia, las comunicaciones y el arte hasta cualquier otro movimiento cultural que pueda surgir en el horizonte. Es el motivo, claro, de la mediocridad reinante en la ola de modernidad que nos invade. Como escribió Ortega, las masas se han hecho indóciles frente a las minorías: no las obedecen, no las siguen, no las respetan, sino que, por el contrario, las dan de lado y las suplantan. Sí, amigos míos, resultaría una verdadera ingenuidad desgarrarse las vestiduras por culpa de estos mastines pueblerinos que ahora disfrutan de las glorias del poder. Contra ellos sólo nos queda, como digo, la levedad inocente de un dry martini al anochecer: cinco partes de ginebra inglesa, el espíritu de una sombra de vermut blanco y el brillo verde de una aceituna cordobesa. Todo menos llorar para su contento.

Antonio Civantos
EL 14 DE ABRIL

La segunda Republica salió de la cacharrería del Ateneo camino de la Puerta del Sol. Al frente de la comitiva iban Azaña, Valle Inclán, Ortega, Pérez de Ayala, Belarmino y otros Apolonios. Alfonso XIII había tomado las de Villadiego al contar con los dedos, equivocadamente, las concejalías afines y contrarias. Se precipitó el rey en su huida a uña de caballo, como si ya le hubieran levantado la guillotina rebanadora en la Plaza Mayor. Ahora sale un libro de Pilar Eyre sobre doña Victoria Eugenia para cantar las cuarenta a don Alfonso, como si éste hubiera sido el sátiro insaciable que, salvo honrosas excepciones, cualquier mujer hubiese repudiado. No obstante, a pesar de que don Alfonso se perfilara como un incansable navegador de ansias, saltimbanqui de alcobas propias y ajenas, no era óbice como para levantarle barricadas desde el Ateneo hasta la plaza de Oriente. Lo del “primoriverazo” ya supuso otra cuestión más seria, naturalmente, porque cargarse de un plumazo la Constitución después de jurarla allana cualquier camino hacia la nada más absoluta. No en vano, algún historiador le ha moteado, cargado de toda la razón, como el rey perjuro.
No digo yo que la II República no estuviera bien traída, sobre todo por los absurdos errores de la Corona, aunque sería de recibo aceptar que el invento no fue bien llevado, disipándose entre los miedos a la derecha monárquica de toda la vida, prohibiéndola por ley cualquier participación política, y el afán revolucionario de la izquierda, incluyendo al PSOE de Indalecio Prieto y Largo Caballero. Incluso llegaron a interponer toda clase de trabas a la derecha republicana de Gil Robles, la CEDA, que ganó las elecciones del treinta y tres y no permitieron que formara gobierno.
No es de extrañar, por tanto, que las huestes republicanotas de Zapatero reivindiquen en privado aquel régimen, que nació ya con el cinturón sanitario incorporado, como en el espurio pacto del Tinel de nuestro tiempo. También Julio Anguita, Felipe Alcaraz y otros marxistas de rancio abolengo se columpian por algunos púlpitos cantando las alabanzas del régimen republicano. Aducen que sería necesaria la elección democrática del Jefe del Estado. Quién lo diría, pero a los comunistas de hoy les ha entrado el vicio de las urnas, como si sus devaneos ideológicos fueran el paradigma del sufragio universal.
Obviamente, a Zapatero le faltan demasiadas lecturas y le sobran infinitas improvisaciones para llegar a la categoría política de Manuel Azaña. El rey Juan Carlos lo sabe de sobra, pero lo trata sin la severidad regia que debiera, como si el de León hubiera sido educado en el jardín de los frailes, igual que el señorito Manolo. Pero la crisis, como una peste colérica y medieval, ha venido a joderlo todo. A los españoles ya no nos interesan los tebeos de la memoria histórica y demás leyes de doña Bibiana. A los españoles, por ahora, sólo nos entretienen las cifras del paro, la actividad económica de nuestras empresas, el fondo de pensiones y la salud financiera de las entidades bancarias. Lo demás son monsergas de asesores monclovitas. Entre otros inútiles.

Antonio Civantos
EL COLONIZADOR

Esa cosa tan atildadita que nos mandan los colonizadores catalanes, tan suave, dulce y prometeico, creo que se llama Durán y Lleida. Pues a mí este señor me viene de perlas, sobre todo porque provoca en mi ánimo la nausea sartriana y de tal modo exonero, entre plato y plato, mis excesos de consonantes y subjuntivos. Naturalmente, también el miércoles en el Congreso, su discurso paternalista y como de colonizador me conmovió profundamente hasta en mis últimos tramos, como si cada palabra suya fuera una de esas píldoras carminativas que aligeran el alma.
A decir verdad, este señor tan fino y tan acabadito que de Cataluña llega para servir al rey, ha sido nombrado portavoz en Madrid de la nueva nación catalana. Hasta Rajoy, en sus silencios indecentes y “arriolanos” acerca de los “aspectos inconstitucionales del Estatut”, se muestra proclive a la sumisión y al abandono de los más elementales principios. A Rajoy sólo le interesa, como le dijo un Zapatero ya de cuerpo presente, llegar a la Moncloa aunque sea en patinete y con los colonizadores catalanes cogidos del brazo. Es decir, del brazo incorrupto de Durán y Lleida, que a veces no sé si se trata del representante de Avón o del correveidile plenipotenciario del Estado de Cataluña.
¿Cómo le puede brillar tanto la calva a este señor? Debería aprender Anasagasti y rebanarse la ensaimada pilosa en pos de una brillantez craneana como la de su colega el catalán. Porque ahí tienen ustedes al Lleida, tan colocadito, tan meapilas, tan aseadito, pero es el que ahora manda en todos nosotros, los antiguos españoles. Amigos míos, Cataluña ya ha consumado con creces la separación que pretendía. Lo malo es que, en su alocada huida hacia la nada más absoluta, Cataluña nos ha llevado con ella. Es decir, que España se ha convertido, con las bendiciones pertinentes del Tribunal Constitucional, en una colonia irreversiblemente catalana. Los españoles hemos sido colonizados por las huestes de Pepe Montilla el Botifler, y estamos regidos por la Carta Magna del Estatut. Obviamente, esta fechoría ha sido propiciada y perpetrada por el cateto más laureado que ha parido la historia de la antigua España, José Luis Rodríguez Zapatero, y, por supuesto, con la cobarde pasividad de Mariano Rajoy y una derecha dormida en sus laureles más africanos.
De modo que desde ahora en adelante, mis queridos lectores, yo lo siento mucho, pero me hago catalán, soy catalán, somos catalanes, y voy a celebrarlo con unas “butifarras con mongetes”, joder, que están buenísimas y por dentro le ponen a uno de lo más antitaurino y como de color azulgrana. ¡Ay, si don Juan Carlos levantara la cabeza!

Antonio Civantos
Todo mi desprecio hacia los que viven en la pocilga del contento. No otra cosa ha sido España durante los últimos cuatro años. Revolcarse con placer sobre el lodo siempre fue una cuestión opcional. En el debate del lunes, el joven leonés llevaba puestas las respuestas sobadas de un paria. ¿Qué hubiera sido de este chico sin la providencia de la guerra de Irak? Sin embargo, rezad por Rajoy, ávido de velocidad y fuerza, como hubiera cantado Elliot. Rezad también por nosotros ahora y en la hora de nuestro próximo fracaso electoral. La chusma se resbala entre el griterío, groseramente hinchada por el sonido silencioso de la ignorancia.
Quince minutos me duró el interés, avergonzado de que un hombre de temple como Mariano Rajoy pueda sentarse, cara a cara, frente a un cuerpo hace tiempo desalmado. Volví al final, por si el moderador había optado por la decencia de una carta de ajuste, pero me encontré con la derecha española sumergida, entre tubas y violines, en las delicias de un cuento infantil. ¿Acaso no era la niña de Rajoy la mismísima sirenita de Andersen?
Les recomiendo el refugio de la dignidad en momentos tan aciagos. Uno es pesimista por naturaleza y, aunque siempre trato de encontrar el tono justo entre el horror y el júbilo, mucho me temo que hayamos perdido las elecciones, por escasa diferencia, ya lo sé, pero irremediablemente perdidas. Y es que hasta la mayoría de los ricos, tal vez por mala conciencia, se nos ha vuelto de izquierdas. Claro que antes han comprado las grandes cadenas de radio y televisión, todo les llega a las puntas de los dedos cual flores de jardín, y, por supuesto, han conseguido, a fuerza de bonos del Estado, el monopolio ético de la justicia y la bondad. Naturalmente, los fines de semana se desmovilizan para jugar al golf, mientras un caudal de derechos civiles les surca las mejillas como lágrimas de Barón Dandy. A los demás, claro está, sólo nos queda el sumo placer del cinismo y la insolencia.
No obstante, recuerden, amigos míos, que a todos les brilla el mismo pelaje. Todos pertenecen a la misma ralea en el gran burdel de esta democracia simulada: socialistas, batasunos, comunistas, nacionalistas de derechas, republicanos y otras gestapos del salón Kitty. Ellos son la columnata barroca del nuevo poder establecido. Ellos son la última hornada arzobispal de una nueva religión virtual y alta tecnología. Ellos son, en definitiva, los nuevos dioses de la modernidad, los elegidos para informar de las tinieblas exteriores a los presos de la caverna global.
Confieso mi terrible pecado social: apagué la televisión, abrí el periódico y entretuve el vacío con la prosa sabia y serena del maestro Gamazo. No quise presenciar esta nueva farsa, este nuevo circo de alta fidelidad entre dos personajes claramente virtuales, con un discurso tan previsible como manoseado y aburrido. Es un hecho irremediable que Zapatero es ya el muñeco virtual que ha de servir de referencia ideológica, incluso religiosa, a estas nuevas generaciones que se cuelgan del ciberespacio como si fueran chorizos de Cantimpalo.
Por desgracia, en el otro extremo del arco voltaico, Rajoy es la viva imagen del político del pasado. Rajoy es un hombre liberal y culto que antepone la verdad, la eficacia y la honradez a la conveniencia de las formas y el marketing electoral. Hasta la chaqueta le quedaba demasiado corta de manga y estrecha de sisa, por eso no le abrochaba. Rajoy, como recién salido de un cuadro del Greco, no consigue ofrecernos la imagen del político moderno, superficial, mentiroso, populista, seductor y, preferentemente, analfabeto que adoran las masas. La derecha española necesita, urgentemente, un político joven y fauno del estilo de Sarkozy, un rijoso de la pradera mediática, con una Carla Bruni desmelenada sobre el brocal de la Historia. Mientras tanto, solo nos queda sufrir con dignidad la humillación que nos inflingen nuestros semejantes. Turba de abejas rabiosas.


Antonio Civantos
¿DÓNDE ESTÁN LOS POETAS?

A Zapatero se le rebrinca la patria. Muchos frentes abiertos para tan escasa sesera. Con leer a Borges no le llega a este joven para tanto como sucede: los catalanes le prenden fuego al Presupuesto y a la Corona, los vascos ponen fecha a un referéndum de atrezzo y guardarropía y a unos jóvenes de Andalucía se le exonera el vientre de tanto republicanismo, ajo blanco y porra antequerana. Pero esta es la España que Zapatero ha pergeñado, paso a paso, tacita a tacita, la España que le estallará entre las ingles cuando menos se lo espere. Lo mejor que puede hacer este chico es perder las elecciones de Marzo, a no ser que quiera presenciar desde tribuna privilegiada el derrumbe del Imperio, definitivamente. Lástima que no tengamos a los del 98 para que nos glosen la catástrofe, tal como hace un siglo con la pérdida de Cuba y Filipinas. Una pena que se nos suicidara Ganivet; ahora bien hubiera podido escribir otro Idearium sobre los restos de este otro naufragio interior, que es lo que hoy nos toca vivir. Aquel otro fue un naufragio exterior, ultramarino, aunque sangriento y épico, con Alfredo Mayo en plan héroe mitológico, según el guión estelar de Cifesa y Benito Perojo.
Sin embargo, lo que no barrunto muy bien es de qué baúl van a sacar la república que reivindican, pues una vez separada la periferia, ya me dirán ustedes dónde izar la bandera de la cosa, como si extremeños, castellanos y andaluces tuviéramos el cuerpo para entonar, a estas alturas de la informática, el himno de Riego, a no ser que lo cantemos por Farina, Bambino y Juanita Reina. Además, para mí que a esta tercera república le faltan poetas, ateneos y demás cacharrerías. Porque yo creo que la de Azaña se instauró abrileña gracias a los poetas que la alumbraron. Me refiero a aquellos poetazos de la llamada generación del 27, quienes, mientras desgastaban el peluche de los cafés, construyeron el invento, verso a verso, entre metáfora y metáfora, como el que no quiere la cosa. La nómina ya se la saben ustedes: Cernuda, Dámaso, Alberti, Lorca, Guillén y toda esa basca. Aunque también voceaba Azorín, entre mínimo y minutísimo, contra el Ancien Regime. No obstante, el gran prosista de la II República fue don Manuel Azaña, que según la maldad del maestro Umbral, todavía no se sabe muy bien qué clase de gloria pretendía, si la política o la literaria. Claro que al final del engendro, cuando el circo se vino abajo, quienes se impusieron fueron los poetas del otro bando: Ridruejo, Foxá, Sánchez Mazas, Maeztu, Giménez Caballero, García Serrano, etc, que fueron, por así decirlo, los bardos de la victoria.
La cosa republicana, por tanto, siempre ha tenido que ver más con poetas, novelistas, oradores y otras faunas que con políticos, militares y abogados, aunque éstos sean los que luego salgan en las fotos y en los jodidos exámenes del Preu y otras eternidades. Y es el caso, amigos míos, que en esta nueva reivindicación del régimen republicano se eche de menos a los poetas, falta en realidad toda una generación lírica representativa, al menos unos juegos florales, un Ateneo con cacharrería que haga fluir los sonetos, las cuadernas vías, las coplas a la muerte de su padre y, en fin, algo en que los legos y leguleyos nos apoyemos y que nos abandere en nuestra marcha triunfal y regicida hacia la Zarzuela.
Sin embargo, no veo yo el panorama político demasiado lírico, sino todo lo contrario, porque este alcalde de Humilladero, provincia de Málaga, poéticamente me parece eso, humillante, como su propio nombre indica. ¿Es que no tiene la izquierda sacrosanta un poeta decente que llevarse a la boca? ¿No tiene Prisa en sus cuadras uno de esos escritores apesebrados que nos lleve entre rimas y versos hasta el Palacio de Invierno? Como si lo viera, la III República sólo va a ser un tinglado manejado por izas, rabizas y colipoterras. Claro que al menos serán personajes de Cela. Algo es algo.


Antonio Civantos

5 de junio de 2011

DON JAIME

La actualidad no es otra cosa que la psicosis de lo real, por eso uno estaba convencido de que el desarrollo de la crisis económica desembocaría en una Kale Borroka sindical, sin embargo las centrales prefieren empolvarse su labio leporino, es decir, mantener a buen recaudo su perversa, interesada y dependiente relación con el gobierno socialista. Naturalmente, la sonrisa de Zapatero sigue despejada de nubarrones, cuando debería teñirla con los mil fuegos de la debacle que se avecina, porque hasta ahora lo que alborota el ambiente son ligeros y amables avisos de tormenta, como esas tardes negras y preñadas de pedrisco que aún no quiere caer. Todavía nos faltan varios infinitos para avistar los abisales fondos de esta kermés heroica que nos aguarda. Mientras llega, a la progresía le ha dado por zaherir la figura de don Jaime de Marichalar, como si fuera el personaje público donde centrar el debate ideológico que nos asola. En cuanto al capitalismo se le quiebran las carcajadas, de alguna cloaca salen las ratas leninistas empuñando sus manuales de entreguerras. El capitalismo herido precisa tisanas capitalistas, pero Zapatero tiene sonrisa de titiritero hambriento y no le importan las hambrunas si no peligra su trono. Él sabe en el fondo que la quiebra económica del país no le moverá de la Moncloa, sus asesores tienen mucha experiencia en el juego electoral y prefieren alejarlo del tufillo reformador de los populares, confiando en que la crisis se resuelva en los bosques keynesianos de Wall Street. Pero por esta política de ojos cerrados a los españoles nos costará más tiempo y dinero cruzar la lluviosa madrugada de difuntos que nos espera. Claro que, mientras tanto, bien pudiéramos entretenernos con la persona del duque de Lugo, que es sin duda el único culpable de lo que acontece. En una democracia falsa y pervertida como la nuestra, no es de extrañar que la prensa del Régimen se gire hacia los miembros de la familia real, hacia la Monarquía, única institución que mantiene la pureza original de los valores democráticos. Desde luego, no se van a dedicar a dudar de la independencia del Consejo del Poder Judicial, a pesar del triste espectáculo de su nombramiento. Por desgracia, basta fijarse en la elocuencia fanfarrona de los políticos para saber, como decía Franco, que todo está atado y bien atado. Perdonen, pero me encuentro entre los admiradores incondicionales del duque de Lugo, el cual pone un toque de dandismo inglés entre la inestimable campechanía borbónica, digo yo que alguna razón tendría el maestro Umbral para acunarlo entre sus metáforas. Mientras tanto, Zapatero vuelve a gobernar con la misma ineptitud caótica y cerril que la vez anterior, sus maneras provincianas manchan el paisaje como pinceladas negras y pesadas sobre una acuarela de Turner. Ya veremos si logra mantener el clariver de la sonrisa en el desfile estelar de los ejércitos fantasmales de la noche. Tal vez, para la ocasión, bien pudiera enseñarle don Jaime uno de sus gestos más altivos y aristocráticos. Un quintal de gomina para aquel perfumado y jadeante momento.

Antonio Civantos
DICTADURAS MODERNAS

La política es un juego cuyo premio final es la ocupación del poder. Cuando la burguesía, americana y francesa, puso en práctica la democracia moderna, había unas reglas muy bien marcadas para que ninguno de los contendientes cruzara el rubicón de la trampa. Montesquieu, pongo por caso, fue uno de sus inspiradores. La división de poderes era una garantía para que ningún político levitara por encima de las leyes. Uno de los ejemplos que la historia reciente nos ha legado fue el tremendo asunto del Watergate. Nixon, como ustedes recordarán, fue expulsado de la Presidencia de los Estados Unidos por transgredir las leyes electorales de su país. Pero, curiosamente, uno cree que fue este caso lo que alertó a los políticos de todo el mundo. Si la ley era capaz de darles una patada en el trasero y expulsarlos de sus tronos y privilegios, habría que inventar algo para impedirlo. ¿Y qué mejor solución que amordazar al poder judicial? En España, naturalmente, fue la izquierda quien emponzoñó la norma al politizar la designación de los miembros del Consejo del Poder Judicial. Desde 1985 el partido que gana las elecciones controla el mecanismo del nombramiento de los jueces en casi todas las magistraturas. Montesquieu ha muerto, exclamó ufano Alfonso Guerra una vez perpetrado el crimen. Obviamente, pervertida la democracia, el político vencedor campa por la vida pública bajo la capa española de la impunidad. Recuerden ustedes cómo se salvó de la quema el máximo responsable del GAL. También, hace apenas un año, el Fiscal General del Estado miró al tendido mientras los comunistas vascos representaban a Batasuna, partido ilegalizado, en el Parlamento de Vitoria. Un poder judicial independiente no lo hubiera consentido. Tampoco nos olvidemos del juez Javier Gómez de Liaño, que por instruir una causa contra un magnate español, dueño y señor de las voluntades socialistas, fue insultado, humillado y expulsado injustamente de la carrera judicial.
Pues bien, amigos míos, la manipulación de la vida política vuelve a estar de actualidad. La imagen del líder de la oposición, Mariano Rajoy, mezclada entre imágenes de torturas a presos iraquíes, estremece de nuevo los cimientos de la democracia española. Obviamente, el Fiscal General del Estado, siempre tan solícito a la conveniencia gubernamental, ha mirado hacia el rincón de la desvergüenza. Tanto desgarrarse las vestiduras liberales por el trabajo de Urdaci, ¿se acuerdan?, y ahora dejan en pañales al mismísimo Goebels. ¿Por qué no interviene el Consejo Audiovisual de Cataluña? Mis queridos amigos, las nuevas dictaduras se levantan sobre las viejas democracias. Ya no se precisa un golpe militar para detentar el poder. Ahora se camufla una dictadura manipulando hábilmente la Constitu-ción, las leyes y los reglamentos. El proceso electoral ya no es un obstáculo para la voluntad dictatorial. Las urnas sólo son una respuesta fiel a la propaganda organizada. Las imágenes de Rajoy entre torturados y torturadores es el primer paso para ganar las próximas elecciones. Las últimas, las del 14 M, son un nítido ejemplo de cómo se puede cambiar la voluntad de los electores. Espero que no se ponga de moda llegar a la Moncloa en trenes de cercanía. Y es que las dictaduras modernas son tan sutilmente crueles como burdas eran aquellas de uniforme, brazo en alto y cornetín. Incluso el dictador actual puede pasar por un librepensador de toda la vida. El objetivo, claro está, es conseguir la permanencia en el poder sin descuidar las apariencias democráticas. Obviamente, la clave radica en el control disimulado de la libertad de expresión, poniendo el poder de la información al servicio de hábiles manipuladores. Ya han empezado en Cataluña mediante la creación de un órgano de censura. Naturalmente, terminarán con otro semejante en el mismo corazón de Madrid. Sin embargo, muchos estaremos alerta.

Antonio Civantos
DESGRACIAS

Confesemos la existencia del mal sin añadir a las desgracias de la vida la absurda complacencia de negarlas, aconsejaba Voltaire. Cada pueblo tiene su desgracia particular. Por ejemplo, Japón convive con sus temblores de tierra, Rusia ha de soportar la cara gélida del sinvergüenza de Putin y los españoles llevamos décadas bajo la bota militar de la Eta. No obstante, la desgracia es un elemento constitutivo de la condición humana. Vivimos en un universo moral, es decir, vivimos a la sombra de los imperios del bien y del mal. Y uno tiene la sensación de que somos incapaces de resignarnos a los vaivenes de esta suerte. Para los españoles, Eta se ha convertido, durante los últimos cuarenta años, en su mal particular, en la maldad personificada. Claro que la sociedad española, al igual que todas las sociedades modernas, se ha empeñado en instalarse de pleno derecho en la felicidad, luchando a brazo partido contra cualquier atisbo de sufrimiento. Desde la Ilustración, el hombre no tiene otro desiderátum que instaurar la felicidad sobre la Tierra. Sin embargo, los males no dejan de resurgir y multiplicarse a medida que los acorralamos, al igual que la famosa hidra mitológica, y, si ustedes se han dado cuenta, la Eta es semejante a este monstruo, pues siempre resucita y recupera sus miembros amputados, recibiendo in extremis el oxígeno salvífico que necesita. Tan sólo le basta con establecer una de sus treguas para resurgir de los rescoldos como el Ave Fénix, pletórica e inmaculada. Desgraciadamente, también las negociaciones con los distintos gobiernos españoles han sido y serán su principal fuente de energía vital. Cualquier crisis de identidad, los etarras la curan sentándose frente a la ingenuidad del político de turno. Ellos saben en el fondo que su final sólo sería posible si fueran condenados a un total y absoluto aislamiento. Claro que ha de tratarse primero de un aislamiento mental, para después proceder a un aislamiento mediático, político, económico y social. A estos asesinos hay que tratarlos como a cualquier delincuente vulgar, pues en cuanto los elevamos de categoría se pegan a nuestra piel como viscosas sanguijuelas. Y a pesar del horror y el espanto, mientras cultivamos una insensibilidad indispensable para el equilibrio, hemos de vivir y prosperar. En realidad, sólo podemos ser felices a pesar de algo.


Antonio Civantos