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10 de junio de 2011

EL INGLÉS

De estudiante, siempre suspendí los idiomas, además de otras materias, claro está, que uno sólo leía novelas de misterio hasta bien entrada la noche, y por el invierno, como Elliot, viajaba hacia el sur. Ahora quieren obligarnos a saber inglés, que es muy bueno para ligar inglesas y perder una pasta larga en la bolsa de Nueva York. Pero es que a mí el inglés no me suena, por todos los santos, y yo creo que las palabras han de tener un sonido, unas señas musicales, incluso un aroma especial, como los vinos de clase y tronío. Ya sé que lo ideal sería que el mundo hablara sólo una lengua, por eso de entendernos mejor a la hora de tirarnos bombas, pero esa lengua, claro, debería ser la española. El español tiene resonancia, empaque y una guturalidad clara, diamantina. Un idioma que dice al pan, pan y al vino, vino. Porque el idioma, según Heidegger es la casa del ser, y si al niño lo llenan de voces foráneas, el ser huirá despavorido a casas más remotas, tal vez para siempre.
El maestro Umbral, que Dios lo tenga en Su gloria, sostenía que no hay más lengua que la materna, y que la profundidad que tiene cada palabra no la va a tener el sustitutivo extranjero. También Ortega decía que para hablar una lengua extraña hay que empezar por volverse un poco imbécil. De ahí que nos parezcan retrasados los turistas que nos hablan en español al pie de los medallones de la Plaza Mayor. No creo yo, por tanto, que ni a los niños ni a nadie les convenga meterse en los umbríos y fríos jardines de los idiomas. Eso sí, deberíamos centrarnos y profundizar sobre el nuestro, el español, que da pena oírlo por esos platós de televisión y esas cadenas de radio: “Ronaldo culminó en el arranque del partido”, en vez de “Ronaldo marcó al principio del partido”.
Decía Fernando Fernán Gómez que la lengua inglesa sólo es necesaria para los ingleses y para los espías, como Fernando Rey, que sabía inglés porque era el espía de Franco en Hollywood. Ahora lo es Almodóvar, que tartajea el inglés porque espía para Zapatero en las Américas de Obama. A los niños españoles hay que sumergirlos en el español, que es su verdadera patria, la patria y la casa del ser, como ya está dicho. Olvídense de Internet y volvamos a los clásicos, a nuestras raíces, al verdadero sustento del alma española. Mucho me temo que estemos perdiendo el sonido y el sentido de nuestras propias palabras. Y será difícil recuperarlo.

Antonio Civantos

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