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30 de abril de 2013

EL ESPEJO SECRETO DEL CONDE


Miguel Sánchez lo descubrió una mañana que limpiaba una mancha de grasa en la moqueta del despacho, pero como la mancha estaba detrás de uno de los sofás del fondo y Miguel se encontraba agachado, el señor conde no advirtió su presencia al entrar. Miguel Sánchez no daba crédito a lo que veían sus ojos. Una pequeña parte de la librería, esa librería que estaba detrás de la gran mesa y que él había limpiado tantas veces, libro por libro, anaquel por anaquel, se convirtió en una puerta giratoria apretando el botón de un simple mando a distancia, aunque el aristócrata pronunciara al mismo tiempo el famoso conjuro de Alí Babá. Como la librería, después de haber devorado a su dueño en cuerpo y alma, recuperó su posición ordinaria, Miguel Sánchez, con la palidez del testigo de una experiencia sobrenatural, recogió sus aperos de limpieza y volvió a sus quehaceres habituales de sirviente abnegado y fiel. Fiel porque jamás comentó con el resto del servicio ni con nadie lo que había descubierto aquella mañana.
         Sin embargo, todo se complicó cuando, al cabo de unos meses, después de buscarlo por toda la casa, una mansión campestre de cuarenta habitaciones del siglo XIX, durante tres días y tres noches, implicándose la Guardia Civil en un rastreo exhaustivo de las fincas de alrededor, el señor conde dejó de dar señales tanto de vivo como de muerto. Naturalmente, Miguel Sánchez, desde el primer momento del rastreo, sopesó la elevada probabilidad de que el perdido estuviera tras la librería del despacho; sin embargo, su instinto le decía una y otra vez que ni bajo tortura debería revelar semejante secreto. Y no fue hasta el final del tercer día de búsqueda, rendidos y resignados los sabuesos, cuando a Miguel Sánchez se le ocurrió levantarse de madrugada y efectuar su propia batida por donde él pensaba que podía estar el desaparecido. Lo malo fue que no encontró el mando a distancia, suponiendo enseguida que el conde lo tendría consigo detrás de la librería, pero un alarde inusual de inteligencia lo llevó a probar con el mando a distancia del garaje. Milagrosamente, la librería volvió a convertirse en puerta giratoria, incluso sin pronunciar las palabras mágicas de Alí Babá.
         Miguel Sánchez encontró al otro lado una pequeña habitación con una butaca en el centro, un mueble bar, una pequeña mesa y un enorme espejo cubriendo una de las paredes. Al principio todo estaba muy oscuro, tanto que se tropezó con el cuerpo del señor conde, que yacía cadáver en el suelo, al lado de la butaca y con el mando a distancia en la mano derecha. Había un vaso lleno de güisqui encima de la mesita. Miguel Sánchez se puso muy nervioso, no sabía qué hacer, sólo se le ocurrió arrastrar el cadáver hasta el despacho y pensó que lo mejor sería dejarlo detrás del sofá, justo en el lugar donde él había limpiado la mancha de grasa. Luego cerró la puerta secreta y se fue a dormir.
         Un par de meses después del entierro del señor conde, la casa recuperó la normalidad y la señora condesa comenzó a recibir invitados como de costumbre. Pero la intriga devoraba por dentro al sirviente, pasándose noches enteras tratando de hallar una razón de utilidad a la existencia de aquella habitación tras la librería. Casualmente, Miguel Sánchez intuyó la verdad del enigma al ver en una película de policías que ese espejo que suele haber colgado en la salas de interrogatorios de las comisarías ha sido hábilmente trucado. Aquella noche volvió al despacho del conde y volvió a entrar en la habitación secreta. ¿Cómo no se dio cuenta la primera vez que estuvo en ese cuarto? Seguramente por culpa de la voracidad de aquellos nervios que le entraron al tropezarse con el muerto. Pues bien, el espejo, tal y como él había supuesto, permitía una visión panorámica de uno de los dormitorios de invitados, justo el que asignaban a la joven y bellísima marquesa de San Cipriano, amante de la señora condesa, cada vez que se alojaba en la casa. Así que se convirtió en un asiduo e incansable espectador de aquella visión erótica cada vez que la marquesa visitaba a su amiga la condesa, añadiendo a sus quehaceres domésticos la tarea de sustituir al difunto señor conde en sus vicios más aristocráticos. En el fondo, el sirviente estaba seguro de que su actitud bien podría ser el comienzo de otra Revolución Francesa. Y es que no hay mejor estrategia revolucionaria que conocer a fondo los vicios de tu enemigo. Al menos, así pensaba Miguel.  

22 de abril de 2013

LA MUJER DEL PAÑUELO AMARILLO




Después de que Juanito Alvarado leyera la carta se quedó como no sabiendo de qué iba la cosa, es muy probable que el remitente se equivocara al escribir el número del apartado de correos, acepto sus condiciones, decía, llevaré un pañuelo amarillo, le espero el jueves a las ocho de la tarde en la cafetería Nebraska, pero qué clase de broma es esta, se dijo, y empezó a dar vueltas al asunto, estaba claro que se trataba de una mujer, lo dedujo por lo del pañuelo amarillo, seguramente era una de esas citas a ciegas que tanto se llevan, no pasaría nada si seguía el juego y vivía por fin una aventura real, a veces hay que dejarse tentar por el destino, estaba decidido, acudiría el jueves a la cita, si bien le fue difícil conciliar el sueño las cuatro noches anteriores al encuentro, tampoco pudo escribir una sola línea de la novela que tenía empezada, el jueves llovía como si no hubiera llovido nunca y hacía un frío de mil demonios, la cafetería rebosaba de señoras tomando chocolate con churros, le costó lo suyo encontrar a la del pañuelo amarillo, estaba sentada en un rincón, de espaldas a la pared, era morena y tenía los ojos negros, guapísima, sólo creyó percibir en sus labios gruesos como un relámpago de atormentada ferocidad, pero la suerte estaba echada, esta es la fotografía de mi marido, le dijo, esta semana tiene el turno de noche, aquí tiene las señas de la fábrica y los seis mil euros de adelanto, la mitad de lo acordado, tal y como usted me exigió por teléfono, la otra mitad se la daré cuando el forense certifique su muerte, no obstante, dijo Juanito Albarado, después de verla en persona, le cambio estos seis mil euros por acostarme con usted, que sean los doce mil, contestó ella, así que se fueron a un hotel y pasaron la noche juntos, después cada uno se fue a su casa, el escritor no cabía en sí de gozo, qué mujer, qué mujer, se repetía una y otra vez, pero no la volvió a ver hasta tres años más tarde, justo cuando él firmaba en una librería una novela que había titulado “La mujer del pañuelo amarillo”, ella estaba en la cola, la reconoció después de dedicarle su ejemplar, se llamaba Dora Malengo y no había perdido ni un átomo de su belleza, mi marido murió de infarto a la semana de nuestro encuentro, te agradezco todo lo que hiciste por mí, y cuando digo todo me refiero a todo, le dijo, el escritor vio rasgado el velo de la gloria, espérame cinco minutos, le suplicó él, Juanito Alvarado no cabía en sí de felicidad, pasaría otra noche con ella, tal vez el resto de su vida, claro que enseguida empezó a preguntarse lo que esa mujer tardaría en ordenar su muerte, entonces sólo le dedicaré una noche, se prometió a sí mismo, qué me puede pasar por una jodida noche, así que rezó y se fue con ella.


                                               FIN          

20 de abril de 2013

SOCIALISMO MADURO




A mí es que Soraya Rodríguez se me parece a una de esas vecindonas de las corralas antiguas y castizas de Madrid, aquellas destrozonas sin problemas hipotecarios y dispuestas a tirarse del moño entre aguas, azucarillos y aguardientes. Soraya Rodríguez, con una sonrisa artificiosamente ingenua, todos los miércoles se las tiene tiesas con la Soraya del otro bando, mínima como un parpadeo, pero que es sin duda la primera de la clase y la que suele llevarse el caramelo de la seño. Claro que a mí la Soraya que más me gusta es la Soraya de Persia, con esos ojos verdes como huertas y los diamantes brillándole sobre las dunas del escote imperial. Soraya de Persia, divinamente esbelta, fue desahuciada por las exigencias dinásticas de su marido, sin que Ada Colau le propinara la vaina de una cacerolada argentina, sí, hombre, a ese cabronazo del Sha y a todas sus concubinas, babilónicas mujeres teñidas por los resplandores y neones de algún club nocturno de Manhattan. 
En realidad, los problemas hipotecarios nunca fueron hasta ahora asunto de pobres y ricos, por lo menos en lo que respecta a mi pueblo. Digo yo que esto de las hipotecas debe ser más bien cosa de la modernidad. Antiguamente, a la familia que por un mal negocio tuviera la mala suerte de caer hipotecada quedaba estigmatizada para siempre y  a ninguno de sus miembros se le permitía la entrada en el casino. Las hipotecas siempre estuvieron mal vistas y nunca fueron consideradas como de personas decentes y cristianas. Cuando de alguien se decía que estaba hipotecado hasta la boina es como si se le señalara de antemano el camino del infierno, pues se tenía por cierto que en el cielo no se entraba si de uno colgaba el vicio nefando de un crédito hipotecario o pecado financiero de similar gravedad.
Sin embargo, los tiempos cambian que es una barbaridad y el espíritu alegre de los años previos a la crisis dio rienda suelta al candombe verbenero de la codicia, poniéndose de moda tanto los tangas de lamerona como las hipotecas a domicilio.. Claro que lo más chocante fue ver a la clase obrera entrándole al crédito como al bocadillo de calamares, encontrándose ahora medio enfangada en asuntos de fincas, juicios y desahucios. No obstante, también resultó de lo más curioso contemplar cómo los bancos, con lo mirados que otrora parecían para soltar el fajo, prestaban los doblones con la garantía de una nómina susceptible de disolverse en el aire por cualquier vaivén de la economía.
Naturalmente, las Sorayas parlamentarias, como dos viejas comadres de Windsor, se arrojan a la cara el agua colérica de los desahucios. Lo malo es que la socialista, entorchada con la demagogia venezolana del tarugo Maduro, dice que quiere expropiarnos el patrimonio, como cuando Largo Caballero y sus gibelinos descamisados expoliaban las viviendas vacías de los que huían de las checas y los paseos a la luz de la luna. Como es natural, esta joven socialista no empezará su requisa por los pisos de Bono ni por el ático de Pepiño ni por la mansión francesa de Elena Salgado ni por el chalet caribeño de la cuartelera Chacón, sino seguro que empieza a cebarse, un suponer, con los comedores nutritivos y vicariales de Cáritas, dedicados a quitar las telarañas del hambre a los pobres de la calle. Y todo porque la caridad cristiana no le gusta al rojerío, por lo menos eso dijo Tomás Gómez en la Asamblea de Madrid, aclamado después por los suyos como si fuera el Lenin de Chamberí. Quiero decir que, antes de que empiecen a humear las iglesias, yo me voy  en busca de Soraya de Persia y sus encajes póstumos de tul ilusión. En estos tiempos, amigos míos, incluso la necrofilia puede servir de consuelo.

15 de abril de 2013

LA GENERACIÓN PERDIDA



CARTAS A DORA MALENGO
MARBELLA, 14 DE ABRIL DEL 2013

QUERIDA DORA: el trajín de presentaciones y entrevistas que he soportado últimamente me ha gastado el sosiego necesario para escribirte como mereces. No obstante, las presentaciones han ido bastante bien, sobre todo la de Marbella, más cuajada de público que la de Sevilla, demostrando que esa fama que le imaginan de ciudad babilónica nada tiene que ver con la realidad de sus vecinos, honrados trabajadores con gran interés por los actos culturales. En realidad, las dos presentaciones resultaron muy entretenidas; la de Marbella porque el coloquio se mantuvo gracias al buen hacer de don Rafael de la Fuente y luego con buena parte del público asistente; y la de Sevilla porque me cayó del cielo un señor que discrepaba de mis teorías sobre Hemingway, tomando el coloquio un rumbo más entretenido y salvándose in extremis del peñazo en que se había convertido. Mi agradecimiento para este espectador atrevido, sea quien sea, pues al final del acto no pude saludarlo y felicitarlo por su intervención y, sobre todo, por la compra del ejemplar que se llevó. Ejemplar que no me puso a la firma, como si nuestro debate hubiera contaminado la sana relación que siempre debe reinar entre el autor y sus lectores.
         Una de las cuestiones que dirimimos fue acerca de la naturaleza de la “generación perdida”, ya que el amable discrepante sólo admitía a tres escritores como socios exclusivos: Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y John Dos Passos. Es decir, que para ser miembros honorarios de la “generación perdida”, tenían que ser americanos, haber vivido en París en los años veinte, haber combatido en la Gran Guerra y, sobre todo, tenían que haber sido bautizados como de esta generación nada menos que por Gertrude Stein, la gran sacerdotisa yanqui de los americanos en París. Y la verdad es que se trata de una teoría bastante extendida, pero que a mí me parece ciertamente ridícula si tenemos en cuenta que tres escritores, por muy importantes que sean sus nombres, no pueden formar ni de lejos una generación como Dios manda.
Curiosamente, Scott Fitzgerald fue movilizado para ir a la guerra, pero nunca salió de América hacia las trincheras europeas, circunstancia que debería imposibilitarlo para ocupar vacante y ser miembro honorario de tan populosa generación. William Faulkner, en cambio, sí combatió en esa guerra, pues fue piloto de la R.A.F., y también  estuvo en París en los años veinte, aunque por poco tiempo. Claro que al no ser bendecido, como era preceptivo, por la reina del Chantecler, o sea, por ese gran bollacón de Gertrude Stein, bien podría excluirse de dicha generación. Sin embargo, John Dos Passos, lo mismo que Hemingway, sí cumple con las tres condiciones exigidas para pertenecer al club, quedándose ambos escritores algo solitarios, generacionalmente, y como a media luz los dos.
         Personalmente, pienso que ya que hablamos de generación literaria, lo mejor es pensar como Ortega que todos los escritores nacidos en la misma época vienen al mundo dotados con ciertos caracteres comunes, unos caracteres que les diferencian de la generación anterior y, por supuesto, de la que sigue. De modo que rechazo cordialmente que a una generación pertenezcan en exclusivas aquellos escritores escogidos por cualquier antólogo con signos de menopausia prematura.
Desde mi punto de vista, entre los miembros de la “generación perdida” deberían figurar todos aquellos escritores americanos que, directa o indirectamente, sufrieron las consecuencias de la Gran Guerra. No obstante, lo normal es que las generaciones literarias convivan tanto con la generación precedente como con la generación que le sigue, produciéndose una vorágine de generaciones mezcladas que suele ser apasionante para el trabajo de los críticos. Yo estoy completamente seguro, mi querida Dora, de que ningún escritor es consciente mientras vive y escribe que pertenece a una generación.
         Un ejemplo de mezclas de generaciones y los estilos pertinentes ocurrió en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial., ya que se mezclaron los de la “generación perdida” con los movimiento literarios que la siguieron. Como muy bien sabes, a los escritores de la camada siguiente los dividieron en tres grupos estéticos bien diferenciados: unos formaron parte de la llamada “generación beat”, a otros los afiliaron al “nuevo periodismo” y un tercer grupo quedó compuesto por una serie de escritores sin una etiqueta específica que llevarse a la boca. Más o menos son todos de la misma edad, ya que la mayoría vino al mundo, aproximadamente, entre 1925 y 1935.
Por ejemplo, el padre del “nuevo periodismo” fue sin duda Truman Capote (1924) con el modelo narrativo utilizado en su novela de no ficción, “A sangre fría”. Y a Capote lo siguieron escritores y periodistas de la talla de Tom Wolfe, Norman Mailer, Gay Talese, Terry Southern, Jimmy Breslin y otros muchos.
De la que llamaron la “generación beat”, el mayor fue William Burroughs (1914) y el más joven Ken Kesey (1935). Entre ellos hay que destacar escritores como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Neal Cassady, Gregory Corso y Lawrenve Ferlinghetti.
En los del tercer grupo, un magma indiferenciado en toda regla, conviven los mejores escritores de la época, si exceptuamos a Truman Capote, un escritor que bien podría estar, por la naturaleza variada de su obra, con unos y con otros, indistintamente, y sin que a él le importara un carajo. Pues bien, a este grupo que no forma ninguna jodida generación ni cosa parecida pertenecen escritores de la categoría de Philips Roth, Bernard Malamud, John Updike, Saul Bellow, Ray Bradbury, William Styron, Gore Vidal, William Saroyan, Charles Bukowski, Raymond Carver y por ahí todo seguido hasta donde tú, mi querida Dora, quieras parar.
Curiosamente, he de confesarte que, por alguna razón misteriosa, siempre me interesaron esos tipos del “nuevo periodismo”, un grupo de reporteros que se dedicaron a escribir sus crónicas de actualidad empleando el estilo novelístico. Te juro que resulta una delicia la lectura de los reportajes de Gay Talese y de Terry Southern. Es como si los hechos de la vida real que ellos relatan se volvieran de ficción, es decir, puro arte literario. ¿Y sabes una cosa? Pues te diré que es lo más difícil que uno puede intentar en literatura.
         Otro hecho que me extraña muchísimo es que nadie haya reunido a las escritoras americanas en cualquiera de las generaciones al uso. ¿Acaso no pertenecen a cualquier generación, perdida o hallada en el templo, mujeres como Djuna Barnes, Dorothy Parker, Lillian Hellman, Dawn Powell, Carson McCullers o Flannery O´Connor? Todas ellas magníficas escritoras.
Resumiendo, creo que esto de las generaciones literarias es un ardid de los críticos y académicos para facilitarse el trabajo y dejar arrinconados caprichosamente a todos aquellos escritores que no rindan pleitesía a ciertas formas estéticas previamente establecidas por ellos mismos. Los escritores sólo pertenecen a su tiempo o al tiempo que ellos prefieran, y jamás deberían consentir ningún encasillamiento generacional.
Por ejemplo, si me permites hablar de mí, fíjate si seré reaccionario que yo me identifico más con el magisterio de un escritor como Faulkner, un suponer, que con cualquiera de mi generación, Lorenzo Silva incluido. Si me dieran a escoger y tuviera poderes sobrenaturales, me gustaría trasladarme en el tiempo a los años sesenta del nuevo periodismo americano para ser amigo y discípulo de Jimmy Breslin, pongo por caso, y también para escribir cuentos como Dorothy Parker y, sobre todo, para asistir a la fiesta, negro y blanco, que Truman Capote celebró, 1968, en el Hotel Plaza de Nueva York. Sin duda, la gran fiesta del siglo XX. ¡Oh, Dora, amor mío, qué fácil me resulta imaginarte sorteando, entre miradas de fuego, toda aquella lava ardiente y mondaine de un esteticismo entre wharholiano y Coco Chanel!
         Tuyo para siempre.
         Antonio
P.D. La fotografía no es de la “generación perdida”, sino de algunos amigos que tuvieron la caridad de asistir a la presentación de mi novela en Marbella.

13 de abril de 2013

DON GARCILASO EL ESCRACHEADOR




Me escribe nada menos que don Garcilaso de la Vega, un tanto rebrincado de rimas, para afearme, no sólo mi actitud beligerante contra los escracheadores, sino mi falta de humanidad con los desahuciados, parados, arruinados y demás parias de la tierra. Sin embargo, mi artículo de la semana anterior sólo arremete, insulta y humilla a todos aquellos que arremeten, insultan y humillan a las órdenes de la escracheadora Ada Colau. Tampoco mi artículo menciona a la Eta y a sus víctimas, ni dice sandeces acerca de personas honradas, pacíficas y solidarias. Me extraña mucho que un poeta de la importancia de Garcilaso de la Vega haya leído tan deficientemente mi artículo, a no ser que sea otra víctima más de la LOGSE.
No obstante, por tratarse, como digo, de Garcilaso de la Vega, un poeta al que rindo pleitesía desde mi juventud, me voy a sincerar con él y de paso con todos ustedes. Porque tiene razón, don Garcilaso, ya lo creo, pues yo también pienso que en mi artículo anterior se me ve el plumero. Y no sólo el plumero, sino la cola vanidosa y florida del gran pavo real que pretendo ser. Tenga en cuenta, don Garcilaso, que no todos estamos capacitados para ser tan comprometidos, solidarios, bondadosos y justicieros como usted y sus amigos de izquierdas. ¿O no es usted de izquierdas, don Garcilaso? Porque yo reconozco que soy de derechas. Mi abuelo siempre votó a Gil Robles, mi padre fue falangista y yo no tengo más remedio que, genéticamente, ser de derechas y tirar por los populares. Aunque le aseguro que no volveré a votarles, como ha sido mi costumbre, por la cosa de que me hayan subido los impuestos a traición, después de que prometieran lo contrario.
¡Con el dinero de uno, don Garcilaso, no se juega!
El dinero es muy importante y es la razón de que me chiflen los banqueros. No sólo porque vayan limpios y aseados y se vistan con trajes elegantes, camisas de seda y luzcan unas corbatas que dé gusto verlos, sino también porque tienen dinero y a mí me enamora la gente que tiene dinero, no para robárselo, claro, sino para codearme con ellos en algún club de golf o en la hípica de Bono y luego ir a jugar al tenis con Botín, querido Emilio, y pedirle trescientos mil del ala, como hizo Garzón, para unos cursos de literatura española acerca de la influencia de la poesía de Agustín de Foxá en la izquierda revolucionaria europea.
¿Me comprende usted, don Garcilaso?
Quiero decir que no soy tan buena persona como usted, lo siento, y le juro que me gustaría serlo. No sé qué demonio capitalista me tiene poseído por dentro, pero le aseguro, don Garcilaso, que soy incapaz de compadecerme de los desahuciados, y pienso que los bancos son unas ONG al lado de los sindicatos españoles, y que en tiempos de Franco, qué razón tenía mi padre, no había tanta corrupción ni tanto mangante como hay ahora.
En cambio, usted, don Garcilaso, tan demócrata, tan bondadoso, tan solidario, estoy seguro de que ayuda con su dinero a pagar las hipotecas que los desahuciados deben al banco. Aunque también es verdad, no me lo negará, que los ochenta y ocho mil desahuciados de la época de Zapatero echaron de menos sus visitas escracheadoras a los guripas de entonces, es decir, a los ángeles arcangélicos del PSOE. Yo creo que usted y sus amigos deberían reivindicar que el dinero robado a los parados por socialistas y comunistas de la Junta de Andalucía, más de mil millones de euros, pudiera servir, un suponer, para pagar las hipotecas de esta pobre gente. Perdone mi impertinencia, don Garcilaso, pero es que no puedo evitar ser tan facha. Y bien que lo siento. ¡Es usted tan bueno!





De: garcilaso de la vega [mailto:2013poeta2013@gmail.com]
Enviado el: sábado, 06 de abril de 2013 22:38
Para: Seccion Opinion (El Adelanto)

Asunto: Cartas al director y Opinión
Estimado Director: Le escribo referente al artículo de Antonio Civantos sobre Ada Colau y la moda del Escrache, en El Adelanto. Me parece indignante que este escritor en todo el artículo solo se dedica -como hace el gobierno del PP- a insultar y culpar a los que hacen el escrache, y sin embargo, no diga nada del escrache moral y físico del gobierno y nuestros políticos. Estos no hicieron nada por solucionar este y otros problemas sociales y económicos, sino es por la arriesgada y afanosa presión popular, el populacho matón como él llama despectivamente.
Insulta y humilla a los coordinadores de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y de Stop Desahucios, y los equipara a los nazis contra los judíos, a los de ETA contra sus víctimas, y les tilda de radicales de ultraizquierda, o les llama borrachos del sábado noche y anarquistas antisistema !Qué lamentable es que un columnista, en un medio comunicación público, diga esas barbaridades y sandeces de las personas honradas y solidarias!

Respeto las ideas del articulista contrarias al escrache, pero se le ve el plumero, porque al igual que no culpabiliza a los responsables de estos desastres sociales y económicos del país, está criminalizando a los que han quedado en paro, a los desahuciados, a tantos que se suicidan, o se arruinan; a los que desalojan a golpes de sus legítimas casas, los masacran, o los estafan los banqueros…
El escrache puede que sea una coacción dura, bordeando las reglas del juego democrático, pero si es pacífico y coherente, qué tiene que temer el político. Y cuando suceden los escraches, los políticos y el gobierno no saben más que decir: “estos escraches y manifestaciones subvierten las reglas del juego, la legalidad vigente y la esencia del sistema representativo que nos hemos dado”.
¿Pero se preguntan los políticos y el gobierno si es eso precisamente lo que se está debatiendo y replanteando ahora? Ese descrédito total de nuestro sistema político actual por parte de la ciudadanía –al igual que en Italia, Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre- es lo que se está cuestionando en España, por culpa de la inoperancia, avaricia y corrupción de muchos políticos, y de muchos de los dirigentes de la gran banca y de las grandes empresas.
Nosotros, los ciudadanos indignados, no somos “el enemigo”, sino las víctimas de la crisis y de la gran estafa hipotecaria que se ha dado en este país a raíz de la burbuja inmobiliaria. Y no olvidemos que hay una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que ha declarado ilegales la mayoría de los desalojos hechos en España.
Gracias por su atención.
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G. Vega

2 de abril de 2013

LIMONES SALVAJES DE MALIBÚ



CARTAS A DORA MALENGO
MARBELLA, 1 DE ABRIL DEL 2013

QUERIDA DORA: yo lo que pasa es que no puedo estar sin leer mucho tiempo, ya que empiezo a notar una sensación de desequilibrio, como si al mundo le faltara sustancia y se diluyera a mi alrededor, y para mí que esto no puede ser ni bueno ni saludable. Lo cierto es que he tratado de no leer estos días de Semana Santa; también he dejado de escribir y no sé cuantas privaciones más que me he impuesto como penitencia nazarena, salvo esa cosa tan importante y gozosa en la vida de los hombres que es el vicio nefando del paseo diario. Los paseos me sirven para pensar y, sobre todo, para alinearme planetariamente con el fin de establecer de una vez por todas cuáles son los placeres sencillos de la vida.
         Naturalmente, Dora, he llegado a la conclusión de que el poder, cuanto más poder mucho mejor, es el rey de los placeres sencillos, y nada como llegar a ser presidente de los Estados Unidos de América, un suponer, para sentir con plenitud la virtud de la humildad y la paz interior. Porque una vez dueño absoluto del cubil de todos los cubiles, uno ya puede colocarse en la parrilla de salida para obtener el premio gordo del dinero, es decir, aquel oro de Moscú que se fue a los cielos, además de otras comisiones al estilo del mejor Bárcenas, sin desdeñar, obviamente, la facilidad de los Griñanes para arañar de las arcas públicas un buen pellizco de cientos de millones de euros, pues no sólo de hamburguesas vive el hombre, porque en realidad ya sabemos que el alma necesita, tanto como el buen champán, la beatitud que otorga el dinero, además de otros misticismos que el decoro y la prudencia me impiden nombrar.
         Tampoco quiero dejar pasar esta oportunidad, mi querida Dora, para volverte a invitar a otra de las presentaciones del “Yo, Hemingway”. Esta vez el evento lo celebraremos en la acogedora, luminosa y amable ciudad de Marbella, en el Centro Cultural del Cortijo Miraflores, el viernes día cinco de abril, a las siete y media de la tarde. La presentación estará a cargo de don Rafael de la Fuente, una de esas pocas personas sabias, honradas y trabajadoras que por desgracia escasean en el mundo y que ha tenido el detalle, todo un gesto de verdadera y sincera humildad, de hablar de la obra de un escritor desconocido como yo, que para colmo se atreve a cuestionar en su libro la valía literaria y humana nada menos que de Ernest Hemingway, uno de los escritores más famosos de la Historia, Premio Nobel de Literatura (1954), Premio Putlizer (1953), además de haber sido también uno de los escritores más rentables para el negocio editorial que hayan existido jamás, incluida la famosa autora de la serie de Harry Potter y sus pócimas mágicas y misteriosas y en ese plan.  
De modo que, para que lo sepas, mi querida Dora, yo soy el primero que piensa que mi novela, por su iconoclastia y tendenciosidad, es un atrevimiento en toda regla, una blasfemia, y si me excomulgaran desde algún sanedrín literario me tendría que aguantar, ya lo creo, y humildemente te digo que aceptaría la penitencia e incluso el destierro en alguna playa asilvestrada de Malibú o Santa Mónica. Claro que si te quieres venir conmigo y sufrir, en plan Jezabel, los inconvenientes del exilio, pues yo encantado de la vida y como si me hubiera tocado la lotería. Ya sabes, amor, que puedes contar, si decides acompañarme, con el regalo de un tanga subacuático de la marca Versacce, Máximo Dutti, Oscar de la Renta o cosa similar. ¿Acaso no sientes ya en la boca, Dora, amor mío, el dulce sabor de los limones salvajes de Malibú?
Tuyo para siempre.
Antonio