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8 de junio de 2011

EL AMIGO AMERICANO

Nos sirve el título novelesco de Patricia Highsmith para constatar el amor imposible de Zapatero. Dicen que los amores imposibles son los más románticos. Si lo dudan, ahí tienen, ahora que lo conmemoramos, el amor de Larra por Dolores Armijo, una señora casada que lo tuvo ocupado en una ardentía de temores y temblores. A decir verdad, siempre dije que el amor por la mujer de tu prójimo es el único que merece la pena. Supongo, quién sabe, que por lo que estos amores tienen de aventura, pecado, libertad y morbo necesario para ahuyentar los fantasmas del abismo. Claro que a Larra, este asunto de la Dolores, lo llevó a descerrajarse un tiro y a poner perdida la casaca de sangre, una casaca que ahora lucen, con cuajarones y todo, los columnistas modernos en señal de duelo por el maestro caído. Sin embargo, a mí Larra sólo me gusta en la pluma del maestro Umbral, en su “Anatomía de un dandy”, porque en la suya propia se le nota, debida a su juventud, una ligera y adorable inmadurez. Y, además, eso de pegarse un tiro por la mujer de otro es no entender la esencia de los amores imposibles. Un amor imposible cuando se torna razonable deja de ser romántico, deja de merecer la pena, convirtiéndose, por una ley gravitatoria cualquiera, en el placer soez de los gozos soeces.
Curiosamente, lo mismo que a Larra, sucede a este chico, Zapatero, que no da con la clave de la seducción. El amigo americano, antes Georges Bush, ahora Obama, se le resiste como una novicia en vísperas de jurar sus votos. Bush no quiso recibirlo en la Casa Blanca y el Romeo leonés no se atrevió a echar la escala de Don Mendo y trepar los muros de la patria mía. Sin embargo, ahora parecía que, cualquier noche, noche de ronda, qué triste pasa, Obama le iba a recibir en desabillé y como en un lecho de rosas besuconas, pero hete aquí que ordena a la milico Chacón la retirada inmediata de los tercios de Kosovo, cabreando al personal militar, a todas las naciones amigas, al ministro Moratinos y, sobre todo, al amor americano de sus sueños. Tanto lo cabrea que Obama, vía diplomática, le devuelve las cartas y el rosario de su madre.
Y en esas estamos. Zapatero ha roto el hechizo de luna y reforzado la férrea voluntad de una Dolores Armijo, americana y mulatota, que sigue resistiéndose, despechada, a los requiebros ardorosos de su pretendiente español. Y es que al novio le pierde el vicio nefando de retirar tropas del extranjero, vulnerando acuerdos internacionales, tratados bilaterales, compromisos y otros protocolos de la sacrosanta diplomacia. En efecto, Zapatero parece un verdadero yonqui de la retirada militar. Pensará, como el general Rommel, que una retirada a tiempo puede convertirse, mediante el arte de la guerra, en una gran victoria. Se equivoca, pues con estos “coitus interruptus” jamás llegará a la Casa Blanca, es decir, a ese empíreo trascendente de barras y estrellas que hay más allá de los límites del mundo, por glosar aquí una idea de don Eugenio Trías. Yo que Zapatero, si Obama no me recibiese, pujaría por la pistola de Larra, me pondría su casaca y actuaría en consecuencia. Este joven no debería permitirse más ridículos personales. Ni España tampoco.


Antonio Civantos

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