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10 de junio de 2011

EL OTOÑO DE LOS GENERALES

Ya me advirtieron mis colegas de café con leche y puestas de sol, aquí en Messolonghi, acerca de la improbabilidad que algún general español vetara por patriotismo la bandera venezolana. Y aunque por aquí todo el mundo se dedica a leer a románticos como Lord Byron, nuestro santo patrón, todavía nos queda alguna veleidad militarista, siempre desde el punto de vista estético, claro está. Por ejemplo, en el desfile de la Hispanidad, todos nos entusiasmamos con los uniformes de la Guardia Real, hasta algunos quisimos ver a don Alfonso XII en la persona de un joven oficial con bigote decimonónico. Pura nostalgia de tiempos que, por desgracia, ya no volverán, siempre que los teóricos cuánticos no digan lo contrario. La física experimenta tantos requiebros que a saber si no estaremos en un tris de volver al pasado. Desde luego, para mis colegas sería todo un acontecimiento regresar en el tiempo y acompañar a Byron en la guerra contra el turco. Para mí, en cambio, el placer estaría en recuperar el viejo y olvidado emblema del honor. En otra época, un suponer, no se habría permitido que nuestros soldados desfilaran enarbolando la bandera de un país, Venezuela, que nos acabara de insultar. Pero ahora resulta que fue el Gobierno del país insultador, o sea, el cachicán Hugo Chávez, quien retiró su bandera del desfile, insultándonos de nuevo. Y nuestro embajador en Caracas sigue allí, tan tranquilo, vendiéndole barcos de guerra al gorila, que es lo que se espera de una sociedad desquiciada como la nuestra.
Mi ingenuidad, sin duda, se ha visto reflejada en la estupidez de mi artículo anterior. Pero no por esperar que nuestro Gobierno actuara en consecuencia, sino porque los generales, a la vista de tanta humillación, se hayan tragado ese orgullo del que tanto cacareaban en mis tiempos de milicia y tiro al blanco. Claro que lo mandado es que cumplan con el ordenamiento constitucional, ¡estaría bueno!, pero al menos nos gustaría sentir un pálpito de decepción en alguno de ellos, como a título personal, fuera de servicio, es decir, algún gesto para que los españoles percibamos que aún queda descaro bajo esas estrellas y bastones de mando. Con una sencilla declaración al uso nos hubiéramos conformados: “Los generales españoles nos sentimos profundamente decepcionados por el silencio de nuestro Gobierno ante los insultos que el Presidente de la República de Venezuela, don Hugo Chávez, ha dirigido a nuestra nación y a nuestro ejército”. Naturalmente, doña Carmen Chacón, a pesar de no ser don Manuel Azaña, habría respondido con la destitución inmediata del general tonante, pero al menos los españoles nos sentiríamos arropados por alguna institución de importancia. Porque, en realidad, el Partido Popular, con ese temor y temblor a entrar en debates que sirvan para manipular sus intenciones, permanece tan callado como un exquisito pato a la naranja, esperando, sin más, a que el difunto monclovita se pudra en puro “faisandage”. A los españoles se nos ha ido la voz, la vergüenza, el dinero y cualquier atributo de estimada vulgaridad. Dijo el pontífice.

Antonio Civantos

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