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1 de agosto de 2018


2 de julio
En coche durante mucho tiempo. Compruebo que los grupos de ciclistas circulan, con absoluta comodidad y desfachatez, por el medio de la carretera. Desde luego son carne de cañón. No me extraña que hayan respondido incorporándose a las filas más “victimistas”. El victimismo se ha convertido en la solución más rentable para cualquier minoría: causan pena y obtienen subvenciones. Ciclistas, mendigos, feministas, homosexuales y “animalistas”, entre otros grupos, hoy día ya son verdaderos “lobies”, que debidamente atendidos pueden ser una cantera inagotable de votos. Tenía razón Oscar Wilde cuando decía que no se debería querer a nadie que haya sido golpeado.
Me aterra ese joven voluntarioso que acaba de llegar a la Moncloa de la mano de comunistas, separatistas, terroristas y oportunistas. El último socialista que ocupó ese mismo trono surgió de las cenizas de varios trenes. Incluso un pucherazo habría sido más decente, como en febrero de 1936. Pero lo peor de este chico, ¿cómo se llama?, ¿Sánchez?, no es su mirada hueca, sino ese gesto inconfundible de los que se proponen cumplir con su deber. El sentido del deber en manos de cualquier socialista es, a mi juicio, como una bomba de relojería. Tarde o temprano estallará en nuestros bolsillos. De manera que opto por cerrar los postigos, meterme en la cama, encender la lámpara de la mesilla y leer al padre Orlandis.


Viernes,  12 de julio
 Me gustan las flores de plástico. Ni producen alergia ni son cómplices de las avispas. Así que le he dicho a Nora que cambie la naturaleza natural del jardín por otra con signos de vitalidad artificial. De otra manera evitaré en lo posible jugarme la vida a la intemperie. 
Por fin he terminado el trabajo que llevaba entre manos: la adaptación al cine de una novela de Henry James. Necesito productores que no sean artificiales, como mis flores, sino de carne y hueso.
De modo que paso la mañana leyendo a Fenelón. Me conmueve lo que escribe sobre la educación de las niñas. Se trata de un libro maravilloso. Sólo hay que practicar todo lo contrario a lo que aconseja para que dicha educación resulte plenamente efectiva.
Viene a tomar el té mi amigo Jxxx, uno de los hombres más aburridos de Madrid. Me trae un regalo inesperado. Un hachero del siglo 15. Me dice que lo robó de la sacristía de la catedral de Autun, siendo huésped del obispo. No es gran cosa, pero sólo el hecho de que un esteta como él se atreva a una acción tan sacrílega, conmueve mis principios. 
Me acuesto temprano. Sobre las ocho. Traté de ver una película romántica, pero mis párpados claudicaron a la primera cursilada. 

Sábado, 21 de julio.
Me atraco de fresas a la hora de la merienda. Dicen que las mejores del mundo son las de San Petersburgo. Lo comprobé el año pasado durante un viaje que me organizaron para visitar el Ermitage. Al fin el Palacio de Invierno devuelto a una causa noble. Una pena que estuviera asolado por cinco mil turistas chinos. ¿Quién puede disfrutar del arte con semejante marabunta? Aún así me emocioné al contemplar “La educación de la Virgen”, de Guido Reni. En dicho cuadro podemos ver a la Virgen, sentada en una silla, enseñando costura a unas jóvenes de su misma edad. Una pena que la belleza no se pueda explicar. Sentimos que algo es bello, pero no sabemos por qué. En cualquier caso, necesitaba que me conmoviese una escena tan femenina. Resulta tan extraña en estos tiempos. Sobre todo ahora en que las señoras se mueren por superar a los hombres en su bestialidad . En realidad el feminismo es su justificación para llegar a ser sargentos de la Guardia Civil. Y eso que el tricornio no les favorece en absoluto. Hablando de feministas, me conmuevo hasta los fondos más abisales de mi ser cada vez que veo por TV a la González Sinde. ¡Qué mujer! Eso sí, sólo dice tonterías, pero las dice tan deliciosamente, ay, que no puedo evitar media docena de suspiros.

Domingo, 22 de julio
No tiene razón Cyril Connolly cuando escribe que, al llegar a viejos, solo cuentan aquellas personas que contribuyen a la emancipación del espíritu. Connolly es uno de mis escritores habituales, pero me gustaría decirle que también hay quien ha contribuido a nuestro bienestar material, físico, terrestre. Son personas sin interés intelectual, pero tan importantes que sin ellas no habríamos podido dedicarnos ni al estudio ni mucho menos a la creación. No se qué haría a la hora de elegir entre unas y otras. En todo caso estaría condicionado por la conveniencia, es decir, por puro egoísmo. El egoísmo bien entendido empieza por uno mismo. Los pies en el suelo, los objetos y su utilidad, el calor de las cercanías, ¿quién podría vivir si ellos? ¿No son nuestras anécdotas cotidianas? Precisamente, como dijo Ortega, siempre podremos elevar la anécdota a categoría. Quien haya leído los cuentos de Raymond Carver sabe lo que quiero decir. Sin olvidarnos, claro está, de nuestro Ramón. Y en pintura, por ejemplo, ¿no es lo que hizo Vermeer? También lo dice Connolly: ¡Espiritualiza lo prosaico, Palinuro, y no apuntes demasiado alto!