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24 de agosto de 2014

SOR PASCUALINA


Sábado, 23 de agosto de 2014
DIARIO

Entonces llegó Sor Pascualina de Alemania, Pascualina Lehnert, y se quedó en el Vaticano de mano derecha y asistenta del Papa, que el Papa era Pio XII y había que ayudarlo. Bueno, pues a mí me parece que Pio XII ha sido el único Papa que ha habido en mi vida por la sencilla razón de que estas cosas de los Papas empiezan y terminan con la infancia. Entre otras cosas porque es cuando se queda todo muy grabado y luego es lo que sale en el diván del psicoanalista, que para eso está. Y en mi infancia siempre hubo un retrato de Pio XII, por lo menos yo recuerdo uno en la clase de las Carmelitas de cuando era párvulo allá por el pleistoceno, si bien me parece que fue ayer. Y es que los Papas, desde hace un tiempo, son como párrocos zascandiles y andan todo el rato de aquí para allá, montados en la Sepulvedana, y venga echarle kilómetros a la vida y adiós pampa mía que a La Habana me voy y te lo vengo a decir.
         Pero esta cosa del ajetreo papal viene de que ya no hay en el Vaticano una Sor Pascualina que los atornille a la silla pontificia y, por descontado, tenga a los cardenales más derechos que una vela, que así era ella de marimandona y todo iba por donde tenía que ir y hasta los del Banco Ambrosiano no movían un duro sin que ella les firmara el vale correspondiente. Sor Pascualina fue durante los años del papado de Pio XII la garantía de que la Iglesia iba por el buen camino y las misas se decían en latín y los curas seguían con la sotana puesta, moda primavera/verano, que era lo más desengañado para estudiar teología y andar entre pecadores, socialistas de salón y otras especies exquisitas de traje dominical y marrón glasé.
         Perdonen ustedes, pero es que a mí me gustaban las misas en latín y hasta me metí a monaguillo para ayudar en lo que fuese, y les juro que recitaba mi parte de memoria y de lo que no me acordaba, sobre todo cuando llegaba esa cosa tan refinada del “Confiteor”, lo chapurreaba con lengua de trapo y en paz. Y es que la Misa tiene que ser en latín para darle misterio,  gradilocuencia y metafísica si queremos que el rito sea terapéutico y sirva para algo. Las religiones tienen que ser misteriosas, poco claras, irracionales, es decir, alejadas de la razón, que ésta sólo sirve para andar por casa y, si acaso, ver el telediario de las nueve. Un idioma como el latín, que apenas sabe nadie, pues eso, que le da empaque a la cosa y parece que todo son fórmulas mágicas y arcangélicas para llegar a Dios. No me quiero ni acordar, pero cuando tradujeron la Misa al español, yo es que me quedé de piedra por lo banal que resultaba todo y además me llevé un mosqueo de los de no te menees porque, después de haberme aprendido de memoria todos los latines de la Misa, van y me la cambian y el esfuerzo aquel se me quedó en nada y luego las reclamaciones me dijeron que al maestro armero.
         Y no hablemos ya de la sotana, joder, que entonces a los curas se les veía venir a la legua y como que te podías recomponer, vinieran ellos montados en la Vespa, andando a palo seco o en el caballo verde de Pizarro, que es yegua y hay que montarla. Entonces te fijabas a lo lejos que venía una cosa negra que se te acercaba y tú ya sabías que había que santiguarse, esconderse o ir a besarle la mano, que eso les gustaba mucho. Pero es que ahora no sabes si el bulto que viene es un funcionario del ayuntamiento, el carnicero de la esquina o mismamente el párroco ligón con traje Príncipe de Gales, tan gerineldo, que te va quitar la novia en cuanto te confíes y te vayas a rezar penitencias y jaculatorias al reclinatorio de mamá, que es una santa.
         Todo este tejemaneje eclesiástico y medio lunfardo que ahora padecemos viene a cuenta del Concilio Vaticano II, promovido por Juan XXIII, que no se habría celebrado de haber tenido mano Sor Pascualina, que era muy suya y sabía de qué vaina iba todo el rollo ecuménico de los cardenales heresiarcas y librepensadores, por así decirlo. Han pasado los años y ya hemos visto que sin ella en la recámara de la Sixtina, manejando los hilos de la curia, Maradona se ha puesto la tiara papal y ahora se propone recorrer el mundo entre tangos, gaucherías y echando pestes contra el capitalismo, que no en vano se le filtran las humedades y los desfalcos por las paredes del banco Ambrosiano y, para colmo, le fluyen por doquier miríadas de párrocos salidos y menoreros, que han leído nada menos que a Nabokov y a D. H. Lawrence, y encima se quieren casar por lo civil con la vecindona del quinto y desfogarse en el trajín matrimonial, que la vida es muy corta y hay que apurarla.

De modo que la Iglesia, sin Sor Pascualina, que era alemana y tenía un par, se ha desmandado cerros arriba y a la feligresía ya no le gustan los ritos católicos por la sencilla razón de que se entiende todo y ya se sabe que lo que se entiende no puede ser muy profundo ni misterioso ni nada que valga la pena. Una religión que te explica a Dios, para mí que no es muy seria y nada de fiar por la sencilla razón de que Dios es  inexplicable y precisamente por eso es Dios y no por otra cosa. Yo si fuera Papa volvería de nuevo a Trento y prohibiría a los curas que leyeran, un suponer, Las edades de Lulú, y después les enfundaría la sotana a toda esa clerigalla de párrocos levantiscos, rijosos y trabucaires y, qué carajo, también les haría aprenderse de memoria las encíclicas de Pió XII, que son numerosas y edificantes. Unas encíclicas que Sor Pascualina revisó y les dio curso legal después de pasarlas a limpio con caligrafía de monja y el amor místico de una santa. La Iglesia ya no es la misma sin Sor Pascualina por la sencilla razón de que ahora, como he dicho, se entiende todo y a mí no me convence lo que entiendo por la sencilla razón de que se entiende. No sé si me explico.

18 de agosto de 2014

CHARLES BUKOWSKI


Sábado, 16 de agosto del 2014
DIARIO

A mí es que Bukowski, que era de Los Ángeles, California, se me sale un poco del presupuesto literario. Sin embargo, el muy cabronazo cumplía los años el mismo día que yo, el 16 de agosto, y eso para mí ya es un eximente, qué carajo, de  cualquier clase de delito, por muchas guarrerías que escribiera, que fueron variadas y algo así como infinitas. Claro que yo también las escribí en mi primera novela, y lo peor de todo fue que las leyó mi madre, por eso la pobre no hacía otra cosa que repetirme: “hijo, no escribas tantas guarrerías”. Pero la culpa no la tuve yo, sino mi ingenuidad al pensar que si las había escrito Bukowski, maldita sea, la cosa no podía estar mal y hasta me felicitarían por el hecho. Sí, sí, felicitarme, pues a poco me condenan a galeras. No obstante, he seguido leyendo a Bukowski, sobre todo en el día de nuestro cumpleaños. Por ese motivo hoy le he dedicado unas horas de lectura y ahora ya tan de noche reivindico su memoria en este diario.
En cambio, mañana domingo, por ser fiesta de guardar, leeré un poco a San Agustín, unas páginas de sus “Confesiones”, maravilloso libro y muy edificante, por cierto, pero hoy sábado, como digo, se lo he dedicado al guarro de Bukowski a manera de felicitación, ya digo, y hasta le he cantado el “Happy birthday”, que siempre lo entono mal y desafino.
Por ejemplo, uno de los relatos que he leído de Bukowski ha sido ese que se titula “Cojones”. Hay que joderse con este tío. No sé las cosas que me habría dicho mi madre si yo hubiera titulado de esa manera. Sin embargo, la historia de este hijo de satanás tiene fuerza y me ha dejado boquiabierto y babeando, maldita sea. Ahora comprendo lo encarajados que tuvieron que quedarse todos esos editores de mierda que tardaron en darse cuenta de que allí había un escritor. Claro que aquí en España le habría ocurrido lo mismo. Aquí las editoriales prefieren a niñitas que escriben como ursulinas entre costuras y en plan marxista/feminista y para mí que es la puta mafia gay quien manda en el cotarro y por lo que a mí respecta ya les pueden ir dando a todos mientras dilatan.
Para que se hagan una idea, les copio un par de párrafos de “Cojones”: “También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me interesan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado”. Y por ahí todo seguido hasta la siguiente historia que se titula: “Todos los ojos del culo de este mundo y el mío”. Pero no se escandalicen, joder, que la sangre no llega al río y, como les digo, mañana, en compensación, voy a leer a San Agustín, que es otra cosa en sus expresiones, un decir muy distinto, pero que también anduvo de joven, el muy perillán, lo que se dice algo perdido entre esas mujeres de negro satén que suelen respirar por sus encajes y después que me quiten lo bailado.
Claro que Bukowski no tuvo una madre rezadora y santa como santa Mónica, sino un padre violento,  pegón y con muy mala baba, que para empezar hay así como un abismo de diferencia. Bukowski lo tiene escrito en un par de novelas que se titulan: “Hijo de Satanás” y  “Peleando a la contra”, si mal no recuerdo; pues bien, a ellas me remito y exijo su redención como ser humano, aunque raramente se duchara y luego mojase la pluma en excremento de rata.
En mi opinión este cabronazo de Bukowski es el tipo políticamente más incorrecto de la literatura del siglo XX. Desde luego, para mí se trata del escritor más machista, el más obsceno y con la saliva más negra de cuantos escritores haya parido madre, que ya van siendo demasiados, tantos digo que hay algo así como una peste del tipo de la bubónica o la del Ébola, que viene a ser lo mismo.
Adviértase que a Bukowski no lo he incluido entre los más borrachos del escalafón, si bien lo era y de gran calidad, entre otras cosas porque escritores borrachos ha habido mogollón y les juro que en el gremio hay como toda una estirpe de alcohólicos geniales, y no sé yo qué habría hecho la literatura sin el latigazo aguardentoso del chupito mañanero, que fuera de su alcance no hay inspiración que valga y tan sólo existe el abismo del papel en blanco, el infinito y la nada. Pues eso.


11 de agosto de 2014

HANNAH ARENDT




Domingo, 10 de agosto del 2014
DIARIO

Anoche hablé de esa cosa tan mala que es el Mal con Hannah Arendt, mi amiga judía, la cual se me apareció en sueños entre una nube de humo de tabaco negro de picadura, colilla y media en los labios, como aquellas vejanconas glaxofonadas de las corralas de Lavapiés. Naturalmente, la invité a una copa de güisqui y aceptó, como sospechando que la velada iría para largo. Yo es que a esta chica siempre la he tenido en buena ley y la he leído a menudo, pero no sólo por lo de Heidegger, que también, sino porque escribió muy derecho y con buena letra acerca de los totalitarismos y la condición humana, dos asuntos que para mí caminan de la mano y en paralelo, como hermanos de sangre. Ustedes ya me entienden.
No llevábamos mucho tiempo hablando de temas tan importantes como el tiempo, en su significado más climatológico, cuando ella desvió la conversación hacia ese empeño tan suyo y meditado de otorgar al Mal la dudosa condición de la banalidad. Adviértase que tiene escrito un libro al respecto, y recuerden también que Hannah Arendt fue corresponsal nada menos que del New Yorker en el juicio que se celebró en Jerusalén contra Eichmann, un nazi confeso de las terribles S.S., que fue el encargado de firmar los transportes de judíos hacia los distintos campos de exterminio. Sin embargo, el muy cabrón se defendió con el argumento de que él sólo era un funcionario del Estado alemán cumpliendo burocráticamente con su trabajo.
Así que Hannah Arendt, siempre tan inteligente, al observar a este individuo y oír sus palabras, se dio cuenta de que estaban juzgando a un auténtico don nadie, es decir, a un tipo que por su pequeñez y vulgaridad hacía que el Mal pareciese algo banal. Yo le dije que, en efecto, tenía mucha razón, pero que la banalidad no formaba parte de la esencia del Mal, precisamente, sino de la personalidad del funcionario que se juzgaba. Porque la banalidad del Mal, en caso de que la hubiere, quedaría minimizada al situarla en las altas esferas del nazismo. Quiero decir que la cosa se disiparía al entronizarse en la verdadera guarida del ogro.
Sin embargo, téngase en  cuenta que el origen real de las leyes promulgadas para conseguir el exterminio de una raza, no hay que situarlo, en mi opinión, en las altas instancias del nacional-socialismo, sino en la misma psique del ser humano, se llame éste como se llame. Por lo que el juicio a la Historia debería cambiarse por otro sumarísimo al mismo corazón de los hombres. Seamos humildes, maldita sea, pero que muy humildes, ya que si aquellos cabrones de nazis fueron capaces de perpetrar semejante genocidio, además de provocar una guerra mundial con millones de víctimas, pensemos que cualquiera de nosotros, en las mismas circunstancias, también estamos psicológicamente capacitados y dotados para realizar acciones semejantes. El Mal, amigos míos, reina con todo su esplendor en el interior de los hombres.
         Desde mi punto de vista, es muy importante que entendamos que el “yo” consciente del ser humano, aquel que con cierta apariencia de libertad decide las acciones, sólo es una parte muy pequeña de la totalidad de la psique. Quiero decir que más allá de la consciencia existe lo que tanto Freud como Jung llamaron el Inconsciente, cuyos contenidos son terriblemente misteriosos y sin duda el origen de la mayoría de nuestros pensamientos, ideas, decisiones y, sobre todo, de la mayoría de  esos malditos impulsos repentinos que nos pueden cambiar toda una vida y que ponen muy en duda la libertad de los hombres.
Pensemos que en los tiempos antiguos llamaban dioses o demonios a estos contenidos inconscientes de la psique, y sus actividades están muy bien narradas en la literatura mitológica. De modo que cualquiera que desee tener, aunque sea tan sólo una ligera noción de su poder, debería estudiar a conciencia las distintas mitologías de las culturas antiguas. El estudio de los mitos es una buena manera de conocer algún aspecto de todas esas energías psíquicas que, por las buenas o por las malas, tratan de controlar nuestra personalidad y hacerse dueñas de nuestro comportamiento.
         También les recomiendo la lectura de las obras de Shakespeare, donde se exhiben a conciencia un buen surtido de arquetipos, que así llamaba Jung a los contenidos inconscientes. En Otelo, por ejemplo, hallarán descritas parte de esas fuerzas malignas y nada banales que impulsan a los hombres al asesinato de sus mujeres.
Naturalmente, no deberíamos olvidarnos de la Ilíada y la Odisea, las dos obras homéricas que describen en profundidad la mayoría de las acciones humanas. Y si también indagáramos en las mitologías germanas, seguramente encontraríamos aquellos mitos que impulsaron a los alemanes a llevar a cabo el Holocausto. La oratoria de Hitler y la humillación que sufrieron en el Tratado de Versalles, una humillación que casi les condena a la esclavitud económica, sólo fueron las chispas que activaron las oscuras energías mefistofélicas escondidas en la psique colectiva germana. Me refiero, claro está, a las energías que les impulsaron a la barbarie, y les aseguro que en ellas no hay nada parecido a la banalidad. En mi opinión, el pueblo judío sólo fue el chivo expiatorio que utilizaron los alemanes para justificar lo injustificable.

         Pues bien, de todas estas cuestiones estuve hablando con Hannah Arendt, mientras ella liaba un cigarrillo detrás de otro y lentamente saboreábamos nuestro güisqui escocés. Curiosamente, a la tercera copa, ella comenzó a disculpar el nazismo de Heidegger, aduciendo que el filósofo, en 1933, consideró que el nacional-socialismo era una salida histórica a la terrible crisis de identidad que como pueblo padecían los alemanes. Hannah Arendt insistió mucho en que Heidegger, sin duda el amor de su vida, llegó a ser una víctima ideológica de Hitler porque, en el fondo, a pesar de su inteligencia, era un completo ingenuo en asuntos de política. También me contó que Heidegger, al tomarse la libertad de discutir algunas decisiones del Partido, no tardó demasiado tiempo en caer en desgracia y convertirse en un apestado para la Universidad, siendo cesado en su cargo, y, por supuesto, enviado al limbo de todos los olvidos. Claro que desde mi punto de vista, Heidegger, como ya hemos razonado, no sólo fue víctima de la manipulación ideológica de los brujos nazis, sino también de sus propios demonios inconscientes, que lo llevaron en volandas hasta el mismísimo corazón de las tinieblas, como en la novela de Conrad. Tengamos en cuenta que para vivir se necesita demasiado valor, ya que nuestro peor enemigo lo llevamos dentro. Tan gerineldo.

3 de agosto de 2014

DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA


San Marcial, 2 de agosto del 2014
DIARIO

Nos dice Trías en “La edad del espíritu” que la obra de Platón puede ser considerada como una parte de la Verdad revelada. A veces, los periodistas preguntaban a Machado por sus creencias religiosas y Machado siempre les decía que, en asuntos de religión, lo que dijera Unamuno. Pues bien, un servidor, en materia religiosa, lo que diga Eugenio Trías. De modo que algunos domingos me pongo el traje y la camisa blanca y devotamente me siento a leer algunas páginas de Platón antes del partido del Madrid, que ahora va perdiendo y ya no estoy para nada ni para nadie. Y como hoy es el santo de mi señora, pues eso, que elijo, el “Fedón o de la inmortalidad del alma”, que suena a felicidad conyugal y a gloria bendita, digo yo que por esa promesa tan optimista de la vida después de la vida y cosas así.
Claro que Platón por boca de Sócrates no hace otra cosa que ponderar, y me parece bien, la búsqueda de la Verdad a través de la filosofía y le noto como un cierto menosprecio por los asuntos del cuerpo y los derivados de lo mundano y el alegre candombe. Dice Platón que al negar las inclemencias del cuerpo, el alma se siente purificada y como con más ansias de participar de lleno en el mundo de las ideas, que es un mundo que ya hemos conocido antes de nacer y que el conocimiento, por lo tanto, no es más que un reconocimiento de aquello que ya sabemos y hemos visto por adelantado. Pues bien, si él lo afirma y es Verdad revelada, como dice Trías, yo no tengo más que añadir y a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga.
Sin embargo, a mí me queda el prurito incontenible de romper una lanza en favor del cuerpo serrano de todos ustedes y del mío propio, que tan caro nos sale de conservar entre farmacias, la voracidad de Montoro, los pelargones del nene y la nena, la viagra alentadora y el hotel hortera de Benidorm, ciudad falansterio y ministerial que fundó Fraga Iribarne, cuando aquello de Franco, para que fueran los viejos a fornifollar a calzón quito con las chicas topolino de más de setenta y con el sintrón en la mesilla por si las flais.
Decía Oscar Wilde que al alma se accede por los sentidos y a los sentidos por el alma. No es por llevar la contraria a Platón, Dios me libre, pero yo creo que el griego subestima la labor del cuerpo como vehículo de necesidad para conseguir la felicidad del alma. Con la emoción que sentimos, por ejemplo, al escuchar una sinfonía o al contemplar una obra maestra de la pintura o al saborear un vino exquisito o al comer un plato de nuestro gusto o al olfatear los aromas de una tienda de chocolates, convertimos a nuestros sentidos en ventanales abiertos al espíritu. En tal caso lo más importante es sentir, muy despiertos, cómo la emoción derivada de esta sensualidad, llamémosle voluptuosidad, logra que cada fibra interior y exterior de nuestro ser brille con luz propia, como si fueran los fuegos artificiales del día de la patrona. Resulta que es entonces cuando el espíritu se integra plenamente en el cuerpo y ambos se convierten en la misma cosa y vibran al mismo tiempo y el alma se eleva con plenitud hacia lo infinito. De ahí la importancia del cuerpo para ese quehacer tan necesario que tienen los humanos de hacer alma, de cuidar del alma, como dice el profesor Hillmann y toda la escuela psicológica de Jung, que también es la mía.
Naturalmente, el alma también se regocija con la lectura de poemas, novelas, artículos y textos filosóficos o políticos o con cualquier otro libro que sea capaz de provocarnos una emoción tras el inigualable y vivificante placer intelectual, que es sin duda un buen camino, entre otros caminos, para llegar al verdadero conocimiento. No obstante, los sentidos, al igual que el fuego, pueden purificar o destruir, como dice otra sentencia de Oscar Wilde, que tal vez la pronunció en vista de su propia experiencia vital: terrible, se mire por donde se mire, pero siempre aleccionadora y digna de tenerse en cuenta. Para mí Oscar Wilde es un ejemplo de ser humano y la obra de Platón se ha convertido en doctrina religiosa, la misma doctrina que inspiró a san Agustín de Hipona y a tantos escolásticos que después lo siguieron.
No obstante, como son más de las doce y ya es domingo, creo que he cumplido ampliamente con la Iglesia en la cosa de los oficios y los rezos de prebisterio, porque yo creo que todos los caminos llegan a Roma y al Vaticano del Papa Francisco y su demagogia argentina, que no es poca, como ha dicho, jugándose el tipo, el siempre inspirado y controvertido Sánchez Dragó. Pues bien, aquí estamos, mi señora y yo, domingo de madrugada, a cuestas con un plato de perrunillas y el Madrid que ha perdido con los ingleses, siempre tan empíricos y como sin fiarse de nada ni de nadie que levite más allá de la razón pura, que ya es escatimarle optimismo a la cosa, o sea que me quedo con Platón y los neoplatónicos y con estas perrunillas que están cojonudas y a dormir que son dos días.