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26 de mayo de 2012

UNA NOVELA INACABADA

CARTAS A DORA MALENGO MADRID, 24 DE MAYO DEL 2012 QUERIDA DORA: No soporto el calor de Madrid. Ahora es cuando verdaderamente echo de menos la casa de San Marcial, no te puedes imaginar lo fresquita que es en verano. Sin embargo, no tengo otro remedio que quedarme aquí por la cantidad de gestiones que aún me quedan por realizar. Aparte de que el próximo jueves, como te dije, es la presentación de mi novela y al siguiente domingo firmo en la Feria del Libro. No obstante, estoy entretenido porque sigo con mis artículos de opinión y además me he puesto con una novela que tenía empezada desde hace tiempo y que la abandoné porque se me cruzó la idea primero de escribir un libro sobre Hemingway, el cual ya está terminado y entregado, y después otra novela acerca del día en que un joven, Waldo Linz, pierde su virginidad; novela que también está terminada, pero no entregada por haberme salido demasiado verde y atrevida y me da así como un poco de vergüenza, aunque, desde un punto de vista literario, es la que más me gusta de todas las que he escrito. Pero te decía que me he puesto manos a la obra para terminar la que ya tenía empezada; en realidad, mucho más que empezada, ya que por lo menos escribí los dos tercios antes de dejarla. Esta novela es policiaca y pertenece a la serie del detective privado Ciro Blume. Creo que, cuando la termine, hará la número seis de las policíacas y, a mi entender, va a ser la mejor de todas. Quiero decir que, a pesar de los pesares, el trabajo no me permite una tregua para quejarme del calor. Claro que lo más liviano y placentero de todo es escribirte a ti, mi querida Dora, después de tantos años de silencio, como si hubieras vuelto de un viaje alrededor del mundo o de una docena de matrimonios. Recuerdo muchas cosas de ti, de cuando éramos jóvenes y nos parecía que la vida, en su generosidad, tendría piedad de nosotros. No fue así y ahora sólo soy un viejo que lee a los más grandes y, para ahuyentar los malos espíritus, escribe noveluchas. Por cierto, he terminado “El tiempo recobrado” de Proust. ¡Qué coincidencia! Pero ahora me voy a pasar a la lectura indiscriminada de Faulkner. Me apetece, después de tantas marquesas y su cosmética empalagosa de perfume francés, un poco de olor a estiércol de caballo, cazadores de osos y tratantes sureños. La vida es equilibrio y creo que me haría bien una bajada a los infiernos, si no del mal gusto, sí al menos de una vida a ras de tierra, embarrada y como a expensa de los caprichos naturales. Ya te contaré cómo me ha ido.

PRIMAVERA ROJA

Dice Lawrence de la obra de Proust que es una anarquía bien organizada. También canta Neruda que el otoño es humilde. El otoño sí, pero no la primavera. La primavera es vanidosa, voluble y como llena de estornudos. Sin embargo, sabemos que los estudiantes no leen a Proust, aunque sí les organizan la anarquía desde los establos de la calle Ferraz. Rubalcaba aprendió guerra de guerrillas del cojo Manteca, aquel rompefarolas cabrón en silla de ruedas. Desde entonces, el teléfono móvil de Rubalcaba es el ingrediente principal en cualquier jeringonza callejera, asaltos a sedes populares (esos pardillos), cordones sanitarios, algaradas okupacionales y protocolos en jornadas de reflexión. Rubalcaba, en consecuencia, es el eslabón perdido en la cadena evolutiva desde las barricadas mineras de Asturias a los campamentos buhoneros del 15M. Quiero decir que cualquier movimiento producido en el subsuelo, más arriba de los dos puntos en la escala de Richter, ha sido organizado por don Alfredo y sus secuaces del bar Faisán. Por ejemplo, ¿qué mensajito habrán hecho llegar al Fiscal General del Estado, don Eduardo Torres Dulce, para que éste prevarique de manera tan vergonzosa en el asunto del 11M? Porque don Eduardo de siempre ha sido un joven comprometido, cultivado y felizmente cinéfilo. Yo leía sus críticas cinematográficas de los años setenta en la revista Reseña, propiedad de los jesuitas, si mal no recuerdo. Algunos estábamos en aquel tiempo en el antifranquismo, nuestro último paraíso artificial y baudelariano. ¡Ay, aquellos años en que vivimos peligrosamente! Rubalcaba, en cambio, estaba en las olimpiadas de los cien metros lisos, la química orgánica y el Real Madrid. Me refiero a que se labraba ya un porvenir en el seno de la tranquilidad franquista de su familia. Sin embargo, ahora catapulta a los chicos y a sus profesores, como perros de paja, contra la ruina ministerial que él mismo ha provocado durante años. Diez alumnos de más en clase, el exceso de dos horas lectivas para los profesores, una subida necesaria de las tasas universitarias y el tipo va y lanza a los cuatro vientos los cañonazos del acorazado Potemkin, extendiendo la falacia de una enseñanza pública en fase de privatización. Decía el maestro Umbral que nuestro comportamiento se mueve entre el afán de inmortalidad y el suicidio, entre la hibernación y la autodestrucción. Este es un país, por tanto que se autodestruye y, en consecuencia, se suicida. Primero, por no leer a Proust y, segundo, por no hibernar a Rubalcaba, una momia decimonónica de la política, o lo que es lo mismo, cuarenta años de coche oficial, ocho quinquenios de pagas, repagas extraordinarias, dietas, moscosos, chóferes, alfombras ministeriales y el rendido rendibú de secretarias, ujieres, conserjes, y la mayoría de los espías del CNI. Todo un inventario melancólico de intimidaciones más o menos democráticas. Rubalcaba quiere una primavera roja, movida y revolucionaria. Para mí que este muchacho anda perdido entre sus gestos de funcionario levantisco y la humillación de una derrota electoral sin precedentes. Resulta que su arma secreta consiste en que los estudiantes más zopencos y alcohólicos de Europa protesten porque quieren estudiar y no saben cómo. Los vi pasar por debajo de los geranios de mi ventana, ellos y ellas, como los caballos manchados de Faulkner, camino tal vez de la nada más absoluta. Lo mismo que su líder. Dicen los suyos de Rubalcaba que es un hombre de Estado. Y todo por organizar la anarquía de unos estudiantes en periodo de desintoxicación etílica y en vísperas de exámenes imposibles. Más le valdría a Rubalcaba leer a Rommell y organizar con eficacia la retirada de sus tropas hacia la pobreza más anunciada y previsible de la Historia. Una pobreza agazapada desde que Zapatero y su escudero llegaron a la Moncloa. ¿Se acuerdan? En el tren de las ocho. ¡Pum!

21 de mayo de 2012

OTRA VEZ EN MADRID

CARTAS A DORA MALENGO Madrid, 21 de mayo del 2012 Querida Dora: De nuevo en Madrid. Los ochos días que hemos pasado en San Marcial, desde un punto de vista profesional, no fueron demasiado productivos. Tal vez en otros aspectos no haya ido tan mal la excursión, pues al menos hemos terminado la obra de la casa, que no es poco. Me aterra cualquier tipo de cuadrilla gremial deambulando a mi alrededor. No lo soporto. Me achico, me siento humillado, invadido, vejado y como secuestrado en mi propio cuarto. Sin embargo, como en otras ocasiones, lo indicado es leer a Proust hasta bien entrada la noche. Proust te despeja la mente y, después de unas cuantas marquesas, al instante ves cómo la alegría vuelve de nuevo a tu espíritu. Claro que lo más satisfactorio del viaje ha sido que he visto a mi nieto Mario. Catorce años de nieto. Una obra de arte. Deberías ver cómo dibuja y qué imaginación más portentosa tiene. Dice que quiere ser arquitecto, pero mucho me temo que el duro trabajo que tendrá que realizar para sacar esa carrera será demasiado para su cuerpo. En su caso, la inteligencia es inversamente proporcional a sus ganas de trabajar. Y así no vamos a ninguna parte. Por cierto, Dora, no sabes cómo se ha puesto una señora de Salamanca por mi último artículo: LA CRISIS Y LAS VANGUARDIAS. Se trata además de una señora adorable. He visto su foto en Internet y no te puedes imaginar el buen aspecto que tiene. Es una de esas señoras que uno quisiera tener por amiga. Sin embargo, la pobre se coge unos tremendos berrinches cada vez que lee mis artículos. Al menos es lo que me ha dicho en un correo que me ha mandado. Normalmente, a las viejecitas les gustan mucho mis artículos porque la mayoría son de derechas, pero ésta debe de ser algo rojilla y se me ha encabritado porque dice que insulto a los que no son de mi cuerda. Y la verdad, Dora, es que tiene razón. No obstante, prefiero a una señora rebrincada que me escriba y me ponga como no digan dueñas que a esas otras que, a pesar de estar de acuerdo conmigo, se callan como maniquíes y no me dicen ni hola y qué tal estás. Yo, desde luego, no voy a cambiar mi línea de argumentación, ni mi estilo faltón y de francotirador kosovar, pues si lo hiciera no me leería nadie y mucho menos doña Angela Justa Rodríguez, que así se llama esta señora salmantina tan decidida y valiente a la hora de defender sus ideas. Y que sea por muchos años. Pues bien, Dora, como te digo toda esta semana la vamos a pasar aquí en Madrid. Yo tengo que corregir, por segunda vez, las pruebas de mi novela, “EL ASESINO DE VENECIA”, ya que la editorial quiere hacer un esfuerzo para que pueda presentarse en la Feria del Libro de Madrid, que empezará hacia finales de este mes de mayo. No sé si te lo he dicho, pero durante todo un día voy a firmar ejemplares en una de las casetas de Santiago Palacios, que es el distribuidor para Madrid de la editorial LA VAL DE ONSERA. La última vez que firmé, hará tres o cuatro años, firmé al lado de Boris Izaguirrre, cuya cola de lectores daba varias vueltas al lago del Retiro; la mía en cambio se reducía, cuando más tenía, a una o dos personas que, para colmo de males, siempre venían juntas. Mientras él firmaba mil novelas, yo firmaba una. De modo que este año he pensado ponerme una flor en el pelo para ver si tengo más suerte. Te seguiré contando. Un beso. Antonio

20 de mayo de 2012

LA CRISIS Y LAS VANGUARDIAS

Yo pensaba que la crisis generaría una vanguardia artística como aquella fiebre modernista de principios del siglo XX. Sin embargo, no veo yo que la sociedad actual esté como para ciertas florituras estéticas. Recuerden que cuando nos birlaron Cuba y las Filipinas de Isabel Preisler nos entró aquel ímpetu intelectual de la Generación del 98, el Modernismo, las Vanguardias y, entre otros, toda aquella marimorena de Rubén, Villaespesa, Valle Inclán y sus botines blancos de piqué. Entonces los españoles teníamos un par y le poníamos al mal tiempo una cara guapa como la de Colombine, que era la novia gorda de Ramón. España podía hundirse a nuestro alrededor, la prima de riesgo largarse con el primer marinero tatuado que pasara, pero el arte no decaía y, si no había colonias ni coloniales en ultramar, había sonetos, greguerías, pintura cubista, surrealismo, ultraísmo y un viaducto en Madrid para quien quisiera borrarse. España, por tanto, era lo que se dice una nación hecha y derecha y maravillosamente culta. Recuerdo muy bien que era Rafael Cansinos quien vigilaba, desde su ventana de la Morería, los saltos al Más Allá de los suicidas del viaducto. Y a cada suicida le recitaba uno de esos poemas circulares que escribían los ultraístas, mientras Unamuno les daba el Viático y una estampita dedicada del Cristo de Velázquez. Aquella era una España que miraba de frente al Destino, y por la tarde, durante la Feria de San Isidro, se iba a los toros. Pero yo creo que ahora no es lo mismo. No señor. En la actualidad no tenemos ni el Ultraísmo ni el Surrealismo para sublimar, un suponer, el déficit público. Ahora sólo tenemos al ministro Montoro dando lecciones magistrales de economía política en el Congreso, mientras el parvulario socialista atiende bobalicón sin entender nada de nada. Por no entender no entiende al menos que dos y dos son cuatro y me llevo cinco para financiar el partido y el hipódromo de Bono. Sin hablar del personal femenino y su rendimiento bursátil, porque si antiguamente teníamos a la divina Alfonsina Storni, quien vino de América después de pasar unos días de descanso en la isla de Lesbos, ahora sólo tenemos a Elena Valenciano y sus poses de peluquería. Quiero decir que si Alfonsina Storni nos trajo sus versos y sus tortilleos americanos, Elena Valenciano ha decidido levantar tienda junto a la demagogia, la vulgaridad y una sobrecarga mortal de sandeces inacabadas. O sea que a la crisis española le falta, digamos, el fino oleaje de la estética y, a mayores, claro está, la mansa prudencia de la intelectualité. Me refiero, naturalmente, a que ya no tenemos al señor Ortega y Gasset, el único que nos hubiera explicado la crisis desde la óptica vitalista de su filosofía. Ortega, tal vez, hubiera dicho, como Heidegger, que los españoles ahora vivimos la noche invertebrada de los dioses, o, parafraseando a Hölderlin, la tormenta perfecta de Dios. Pero ahora no disponemos de intelectuales que nos guíen entre la maleza y la maldad de los elementos climatológicos. Sólo disponemos, por desgracia, de ciertos predicadores televisivos de uno y otro bando. Lo siento pero hoy día es imposible separar al intelectual del apesebrado obediente a la voz de su amo. Digamos, entonces, que los españoles vivimos esta miseria de crisis sin saber muy bien quiénes somos y, sobre todo, de dónde venimos. Porque ir, lo que se dice ir, estamos seguros de que nos vamos al carajo. En mi opinión, los españoles necesitamos con urgencia, más que una bajada sustancial de la prima de riesgo, que alguien bien dotado de entendederas nos enseñe a ser pobres de nuevo, tal y como fueron desde nuestro padres hasta el primero de los celtíberos. Claro que también precisaremos mucha vaselina. Cuanta más vaselina, mejor.

15 de mayo de 2012

NUNCA ESTUVE EN VENECIA

CARTAS A DORA MALENGO 14 de mayo del 2012 Querida Dora: No recuerdo si te dije que dejaba Madrid durante unos días. Pero así es. Cambio la ruidosa ciudad por la tranquilidad de San Marcial. Al menos, en teoría. Lo digo porque aquí en el pueblo, desgraciadamente, siempre he de hacer alguna cosa que nada tiene que ver con mi actividad normal. A simple vista, esta casa de San Marcial parece acondicionada para escribir y leer sin molestias ajenas. Me refiero a que da la sensación de que se trata de un monasterio cisterciense con tan sólo un monje de clausura. Ese monje soy yo, claro está. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. En esta casa ocurren cosas muy extrañas. Por ejemplo, la mayor parte del día está ocupada por seres vestidos con monos azules, verdes o caquis. La mayoría lleva gorra de béisbol, bien con la visera frontal o bien con la visera occipital. Éstos últimos suelen ser los más jóvenes. Eso sí, todo llevan una herramienta en la mano. La verdad es que no sé de dónde carallo han salido, auque todos, absolutamente todos, al final me cobran una media de veinte euros por hora. Pero no todos los inconvenientes se originan en la cosa del dinero, nada de eso, sino más bien y sobre todo en el ruido que provocan cuando trabajan. Aquí no hay quien escriba. Resulta descorazonador sentarse frente al folio en blanco. De modo que los días de tranquilidad que deseaba disfrutar y todo ese trabajo que pensaba sacar adelante se quedan como suspendidos en el aire. Pero lo más grave es que uno se pone al borde de un ataque de nervios. Así que ando todas las noches entre tranquimacines, infusiones de tila y relajaciones budistas. Es decir, que rezo cuantas oraciones me enseñaron para que el viernes llegue cuanto antes y pueda volver a Madrid y así recuperar mi ritmo normal de trabajo, el sosiego y la paz de mis sueños. Otra de las preocupaciones que me no me dejan dormir, mi querida Dora, es esa novela mía que no acaba de salir. Todo estaba programado para que se publicara a finales de marzo, pero la cosa no parece que vaya a buen ritmo y dudo mucho que pueda estar para últimos de mes. Como te dije, la novela se titula “El asesino de Venecia” y pertenece a la serie del detective privado Ciro Blume. No sé si asesinando al editor, mi buen amigo Jose María Pisa, podría lograr que la publicación se acelerara, pero te juro que se me pasa por la cabeza a cada instante e incluso puede que lo intente si la cosa se alarga más de lo razonable. Pues bien, si quieres saber si he estado en Venecia, documentándome in situ, te diré que no. Nunca he estado en Venecia. ¿No te lo había dicho? Todas las descripciones que he realizado de esta ciudad para la novela han sido gracias a fotografías, películas, documentales y cuadros. Sobre todo, claro está, a los cuadros de Guardi, el Canaletto y Tiziano. Incluso he introducido la pintura de Guardi como parte fundamental de la trama de los asesinatos. No obstante, he utilizado un truco narrativo algo burdo, aunque muy lírico en el fondo, para que no se note en exceso que nunca pisé suelo veneciano. ¿Sabes lo que hice? Extendí por toda la ciudad una niebla de lo más espesa y persistente, como un puré patatas. Bueno, tan persistente que dura desde que el detective llega a Venecia hasta justo el día en que se va. Ya me dirás, cuando la leas, si consideras la idea de la niebla demasiado tramposa. Aunque presiento que no te gustará en exceso. Tú eres una mujer de mundo y sé que para ti Venecia es una ciudad incomparable y que tal vez precise la pericia de un novelista más experimentado que yo para ser descrita. Sin embargo, te juro que he hecho lo indecible, dentro de mis limitaciones, para que todo quede en su sitio. De todos modos, sólo es una novela policíaca y, para colmo de desdichas, tampoco soy uno de esos escritores suecos que tanto éxito consiguen entre los lectores de todo el mundo. En mi opinión, querida Dora, los escritores suecos tienen demasiada suerte en la vida, ya que, además de los millones de libros que venden, van los tíos y se casan con las suecas. Creo que no hay justicia en el mundo. Un beso, un abrazo y hasta otro día. Antonio

11 de mayo de 2012

ELPASADO COMO INSPIRACION

Diario. 11 de mayo del 2012. Como te digo, el pasado es el milagro que me sirve de inspiración para escribir. En realidad, utilizo el pasado para reiventarme a mí mismo. Tal vez para mentirme. Y en el pasado participan, claro está, todas las personas que en un momento tuvieron algo que ver con mi vida. Sin embargo, todo lo que sale de mi máquina de escribir es pura ficción. Nadie se reconoce en lo que escribo e incluso he recibido quejas de algunos que se han visto perjudicados. Pero ni yo mismo soy quien digo que soy. Por ejemplo, en mi primer libro, “La cocina sentimental”, escribí algunas historias que nada tienen que ver con la verdad. Sin embargo, todas están imbuidas de un sentimiento sincero. Quiero decir que en la mayoría expresé, inconscientemente, lo que el corazón me dictaba. En muchas de ellas había celos, rabia, impotencia, cobardía, lujuria, venganza y no sé cuántas cosas más. Pero también había mucho amor. Tal vez el amor fuese la fuente generadora de todos esos sentimientos que pudieran parecer negativos, pero que en el fondo sólo respondían a una verdad inapelable. Me ocurrió lo mismo en la novela “Mientras la noche termina”, donde reconozco que en algunos pasajes hay cierto ánimo de venganza. En cuanto a las novelas policíacas, estoy seguro de que algún psicoanalista encontraría en su lectura multitud de neurosis bien organizadas, sobre todo por esa extrañeza contumaz que me lleva a deshacerme, literariamente, claro está, de algún personaje femenino que otro. Pero lo que verdaderamente deberías tener en cuenta es que todos los personajes de cualquier obra literaria son el propio autor. Incluidas las mujeres si el autor es un hombre. De modo que voy dejando un rastro demasiado claro y aleccionador detrás de mí. Dentro de nada, no podré engañar a nadie. Ni siquiera a mí mismo. Y eso es lo más triste. ¿No te parece?

LAS RUINAS DE BANKIA

Vengo de la exposición que Caixa Forum ha organizado sobre Piranesi, aquel misterioso arquitecto y grabador veneciano del siglo XVIII. La verdad es que si no hubiera sido por el aire acondicionado y polar del recinto habría pasado un rato delicioso. O tal vez no fuera por el acondicionamiento, sino por el frío y la humedad de mazmorra que desprendían los grabados colgados de sus paredes. Porque, como ya saben ustedes, Piranesi fue un pintor, sobre todo, de monumentos romanos y otras edificaciones imaginarias y laberínticas, casi todas en ruinas, que más bien parecen alucinaciones de una mente, aunque sublime, siniestra y como de otro mundo. El arte de Piranesi nos revela muy a las claras lo que la vida tiene de cielo derribado, es decir, ese lado terrible, tenebroso y desconocido que, diabólicamente, nos desborda por dentro. Y como la vida imita al arte, cuando por la noche me entero de la nacionalización de Bankia, las primeras imágenes que acuden a mí son, precisamente, las ruinas de Piranesi. No obstante, uno preferiría discutir con ustedes si es verdad que la vida imita al arte y no al contrario, como sería lógico, pero la actualidad impone su dictadura inapelable y nos obliga a seguir hablando de dinero, una de las conversaciones más vulgares que puedan existir. Desde luego, aquí en este exilio estético que por fin disfruto, el dinero es considerado material reservado y como de pena capital. Se dice, por ejemplo, que la belleza de las cosas acaba donde empieza su precio. Así que la belleza de Bankia, si es que alguna vez disfrutó de alguna, termina en la Comisión Nacional de Valores. Desde luego, Piranesi lograría unos grabados deliciosamente siniestros de las galerías en ruinas de Bankia, un banco novísimo construido sobre las cenizas de otros. Confieso que, ante esta ruina tan majestuosa de un banco en quiebra, he llegado a pensar que o bien Rodrigo Rato es la vivísima reencarnación de Piranesi, o, como ya hemos dicho, la vida haya querido, simplemente, imitar al arte. La primera opción es demasiado metafísica como para tenerla en cuenta, además de romántica, y no creo yo que esté la madonna para muchos tafetanes. Rodrigo rato es un hombre de prestigio y al que debemos la recuperación económica de los noventa, después de la enésima quiebra socialista. Sin embargo, esta vez, el señor Rato me ha parecido algo lento y espeso de reflejos, pues tiempo ha tenido de vislumbrar las enormes grietas financieras abiertas ya en los cimientos de su banco. Para mí que el señor Rato se había atrincherado tras su prestigio internacional, numantinamente, a la espera supongo de un milagro “mariano” o a que le tocara una pasta larga, pongo por caso, en el Euromillón de los martes. Por otra parte, no es de extrañar que una entidad bancaria entone el gorigori con un sindicalista como el señor Martínez en una de sus poltronas. Un tipo así de vociferante, desagradable y demagógico hace la misma labor destructiva que todo argentino al frente de cualquier tipo de negocio. Por otra parte, servidor no entiende nada de bancos, ni siquiera cuando me engañan a costa del Euríbor, comisiones de aperturas y demás intereses, pero les aseguro que la palabra “nacionalización” me llena de sarpullidos ideológicos. Vamos, que la cosa me huele a compota cubana con sabor venezolano y, cómo no, también a ese tufo rosado y medio de burdel bonaerense que desprende la lencería fina y montonera de la Perona. Claro que esta nacionalización también me huele a la química faisanesca de Rubalcaba y su coro de ángeles nacionalizadores. No sé que otras paparruchas dirán ahora los callejeros viajeros del Frente Popular. Se sentirán como en casa, tal y como si en la Moncloa habitara el mismísimo Stalin. Con barba y el escudo del Madrid.

5 de mayo de 2012

ESTÉTICA DE LAS MANIFESTACIONES

Mi amigo Felipe Lorenzo me recomienda que asista a cuantas más manifestaciones mejor. Argumenta que es una manera muy sana de hacer ejercicio y controlar el colesterol. Felipe es un poco tripero y le gustan los huevos fritos con chichas y las patatas guisadas con toda clase de detalles. Pero yo le digo que temo hacer el ridículo en una manifestación, sobre todo si es de izquierdas, ya que no me he manifestado en ese plan desde los años sesenta, y no sé si pudiera estar a la altura de las circunstancias. Aquellas sí que eran manifestaciones. Salíamos desde la Facultad de Medicina de Salamanca e íbamos cantando arias hasta el Gobierno Civil, pasando por la Plaza Mayor, en un ejercicio de admiración estética por Guiseppe Verdi y los hermanos Churriguera. Claro que por, aquel entonces, uno tenía que leer y comprender a los clásicos para ser revolucionario, derrocar a Franco y establecer, velis nolis, un régimen comunista de estilo moscovita, moda primavera/verano, que era de lo que se trataba. Si la memoria no me falla, esos clásicos que digo eran, por aquella época, intelectuales de la talla de Marta Harnecker, Mao Zedong, Ernest Bloch y por ahí todo seguido hasta llegar a Vázquez Montalbán y su peculiar sabiduría gastronómica. Porque si Ernest Bloch, pongo por caso, era un marxista climatológico (siempre hablaba acerca de un marxismo caliente y otro frío), Vázquez Montalbán fue un marxista culinario, que nos enseñó a comer a todos los señoritos de la izquierda, quienes por entonces éramos grandes devoradores de huevos duros y bocatas de calamares. A Vázquez Montalbán, tan tripero como ahora lo es mi amigo Felipe, le gustaba la cocina de altura, elegante y sin miramientos ideológicos. Él nos inculcó que uno podía ser marxista/leninista y colega de los pobres de la Tierra y pertenecer de paso a la famélica legión, sin tener que renunciar a una “dorada a la mallorquina” o al “morteruelo” con champán, que era la merienda preferida del marqués de Munt, uno de sus personajes. Quiero decir que Vázquez Montalbán nos convirtió en refinados gourmets a todos los rojos de cuando aquello de Franco. Sí señor, por entonces había un estilo, una categoría, un saber estar y, sobre todo, una elegancia innata en cualquier dirigente revolucionario que se preciara de serlo. Recuerdo que uno iba a una manifestación comunista con la misma seriedad y respeto como cuando se asistía a Misa, es decir, con traje y corbata, o sea, con un empaque y una prosodia digna de reyes. Vayan ustedes a las hemerotecas y contemplen las fotografías de los líderes de la época. Me refiero, claro está, al gran Enrico Berlinguer, miembro de una familia adinerada y distinguida de Cerdeña; a Nicolás Sartorius, un aristócrata español de toda la vida; a Álvaro Cunhal, pura elegancia a la portuguesa. Y todos ellos clientes y discípulos tanto de Pierre Cardin como de Palmiro Togliatti. Aquellas manifestaciones revolucionarias eran consideradas más bien como desfiles de modelos, pasarelas de la moda masculina, además de un gran escaparate mundial para el poderío estético e intelectual del comunismo internacional. Sin embargo, amigo Felipe, qué tenemos ahora. ¿Dónde está la elegancia, intelectual y corporal, de nuestros líderes? Me puedes decir, ¿cómo voy a ir a una manifestación presidida por Cándido Méndez y Cayo Lara? Te aseguro, amigo mío, que el bueno de Cándido (no confundir con el personaje de Voltaire) sólo piensa en el dinero público que ya no caerá en sus arcas sindicales. Y qué decir de ese cerebro granítico de la política, Cayo Lara, quien pretende arreglar la economía aumentando el número de agencias tributarias. ¡Toma nísperos! Lo malo es que empieza uno quitándose la corbata y termina cocinando sus propios sesos. ¡Ay, si el señorito Enrico levantara la cabeza! Felipe, amigo mío.