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5 de junio de 2011

MONTILLA ANTITAURINO

Quieren prohibir los toros en Cataluña. No porque la tradición taurina de las Ramblas sea víctima de una galerna futbolera, sino porque se han empeñado en desespañolizar todo lo desespañolizable, como si fuera una desratización urgente en toda su imbecilidad rabiosa. Y va a resultar curioso que el letrero de “prohibido” se cuelgue en la Monumental de Barcelona después del éxito de José Tomás y mediante una orden del inefable José Montilla, con ese apellido tan español, enológico y puramente flamencón. Lo extraño es que este individuo, tan serio y estólido, ejerza el poder gracias, en su mayoría, al voto del emigrante andaluz, taurino y folclórico por antonomasia, cuando es la dictadura del voto la única ley que estos políticos entienden. De modo que, además de cortito de mangas, este gran fantasmón de raza es de una torpeza megalítica.
Uno siempre estuvo seguro de que la descomposición de España empezaría durante una legislatura socialista. Era una especie de profecía visionaria al estilo más genuino de san Malaquías. Por desgracia, la premonición se ha convertido en una certeza absoluta, casi científica. Después de independizarse en cuestiones de educación, la estrategia de acabar con las tradiciones más arraigadas en la memoria colectiva parece una buena táctica para ir desdibujando las señas de identidad de un pueblo milenario: el español. En realidad, acabar con las corridas de toros sólo es un ligero aperitivo para la orgía romana que se nos viene encima. Supongo que, sin tardar demasiado, el ángel exterminador de Montilla también meterá la guadaña entre las enaguas de la zarzuela, el pasodoble, el flamenco y el gazpacho andaluz. Piezas de toque antes de hincar el diente a los platos fuertes de la fiscalidad y, por supuesto, de la soberanía.
En el fondo, todos los españoles llevamos dentro un guerracivilista, algo así como una necesidad masoquista de acabar con nosotros mismos, es decir, de sentir el placer del desmoronamiento, como si fuerzas incontrolables se hubieran propuesto liquidar todo aquello que nos identifique como pueblo y con todo lo bueno que hayamos conseguido.
La desgracia, naturalmente, es que el dinero se ha terminado, y el reparto de la miseria presupuestaria va a imponer el toque de queda entre todas las autonomías. Mientras tanto, Zapatero parece enrocarse tras los muros caducos de su ideología de joven progresista de atrezzo y guardarropía. Dentro de poco, el chico será un titiritero hambriento en las manos codiciosas de los nacionalismos y demás compañero de viaje. Y, a la espalda del imperio, la derecha de Rajoy seguirá deshilachándose en la trampa ridícula de unos trajes a medida, unos bigotes pueblerinos y unos complejos hondos y negros como tumbas egipcias. ¿A ustedes no se les acumulan las explosiones de la rabia?
Antonio Civantos

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