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12 de junio de 2011

MENTIRA Y FARSA

Me niego a considerar la mentira como éticamente reprobable. Y, mucho menos, a considerarla como lo contrario de la verdad. ¿A qué verdad nos referimos? La mentira, aunque así lo parezca, no es cosa de políticos arribistas y sin escrúpulos. El político es tan sólo un farsante, el adalid del engaño, muy alejado del dominio estético de la mentira. Si por algo se caracteriza esta época en que vivimos es por la decadencia de la mentira como arte, ciencia y goce social. La mentira, como dijo Oscar Wilde, es sin duda la quintaesencia del arte, el cual sería sin ella pura y sencilla imitación. La mentira es la que inspira al artista para trascender la verdad de lo real. Quiero decir que el mentiroso utiliza la verdad como materia prima, recreándola y modelándola en un sinfín de formas inéditas. La mentira, en definitiva, es la piedra angular de la sociedad civilizada, sin ella la vida sería tan aburrida y tendenciosa como una conferencia del juez Garzón sobre “Humanismo, República y Paracuellos”.
Hay una novelita de Henry James titulada, precisamente, “El mentiroso”, la cual trata de un personaje increíblemente respetado y querido por su círculo familiar y social, a pesar de ser famoso por esculpir caprichosamente la realidad. Porque, como digo, un mentiroso, en todo su esplendor y pureza, resulta justamente lo contrario de un farsante, cuyas intenciones suelen ser asaz malignas y perjudicadoras. Los farsantes me repugnan, sobre todo cuando cambian la realidad a su interés y provecho, suplantando, pongo por caso, su verdadera personalidad de garduño cervantino por la de querubín calderoniano. El mentiroso no tiene intención alguna de hacer daño ni obtener prebenda. El farsante, sí. El mentiroso es un artista, miente para dar rienda suelta a su creatividad y, en consecuencia, es un virtuoso del lenguaje y la imaginación.
Por ejemplo, Zapatero anda estos días escenificando cómo quiere repartir la fortuna que vamos a poner en sus manos. Por un lado, garantiza que serán las familias y pequeñas empresas las beneficiarias, mientras que por otro nos entrega a Garzón y sus esqueletos lorquianos para perfilarse en secreto como el Lawrence de Arabia de la banca española. Quiero decir que Zapatero es el paladín de la gran farsa de esta crisis financiera. No hay datos fidedignos de que los bancos españoles pasen por apuros contables, pero sí existen indicios de que los socialistas, a Dios pongo por testigo, jamás volverán a pasar hambre. Se establecen muchos vínculos de amistad si uno reparte veinticinco billones de pesetas. ¿Quién será el Botín que en adelante se atreva a negarles un préstamo? ¿Acaso les van a mandar al hombre del frac para cobrárselo? Pues bien, si los socialistas hasta la fecha han amaestrado la voluntad del Congreso, conseguido la parcialidad del Poder Judicial, incluido el Tribunal Constitucional, comprado la connivencia de las televisiones, a partir de este momento también controlarán la política financiera de la banca privada, que será su rehén hasta la noche de los tiempos. Y es que el fascismo también se socializa.

Antonio Civantos

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