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4 de junio de 2011

DAME VINO AMARGO

Ha dicho la ministra Salgado que el vino que tiene Asunción resulta altamente peligroso para la salud, ahora que los españoles le íbamos tomando el pulso a los taninos de la cabernet. Primero se puso terca con el asunto del tabaco, prohibiéndonos fumar a la salida de misa, como si el humo de las velas fuera suficiente para sofocar los ardores verdosos de la nicotina. Más tarde, a empellones, desterró a las putas de la vía pública por una cuestión de higiene callejera, tomando por cancerígena cualquier inclinación pecaminosa hacia el Glorioso Alzamiento. Y, ahora, la chica se luce, en plan Agustina de Aragón, con la cosa ridícula del vino. O bien a esta señora le ha dado un aire tridentino y quiere someter al personal a una cura de estoicismo, o lo que en realidad necesita esta novicia socialista es algún que otro garbeo, a la luz de luna, por el frondor de la chopera salmantina. Conozco a más de uno que estaría encantado de actuar como cicerone.
Nadie imaginaba que el socialismo se las pudiera gastar de forma tan ascética, como si con las medidas monacales de esta legislatura la ministra quisiera compensar el vodevil achampanado, canalla y derrochón del felipismo. Claro que los españoles de alguna edad ya sabemos lo que es el ascetismo impuesto desde las alturas. No en vano soportamos durante cuarenta años a uno de los dictadores más cenobíticos de la Historia. Aunque, bien mirado, aquel señor de Ferrol, entre la guardia mora y el floreo bailongo de su nietísima, no se atrevió jamás a ponerle pegas al tinto. Es más, el régimen franquista fue levantado, sindicalmente vertical, a fuerza de Valdepeñas y Celtas cortos, que era entonces lo que bebíamos y fumábamos los señoritos rojos --la guitarra en una mano y El Capital en la otra--, de la parroquia de San Benito. El obreraje, naturalmente, se conformaba con liarse un Caldo de Gallina después de beberse un campano en el Valparaíso, que era donde estaban las más revoltosas del barrio. A Dios gracias que la ministra Salgado aún gastaba lacitos en las jesuitinas. Sólo nos hubiera faltado.


Antonio Civantos

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