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6 de junio de 2011

EL 14 DE ABRIL

La segunda Republica salió de la cacharrería del Ateneo camino de la Puerta del Sol. Al frente de la comitiva iban Azaña, Valle Inclán, Ortega, Pérez de Ayala, Belarmino y otros Apolonios. Alfonso XIII había tomado las de Villadiego al contar con los dedos, equivocadamente, las concejalías afines y contrarias. Se precipitó el rey en su huida a uña de caballo, como si ya le hubieran levantado la guillotina rebanadora en la Plaza Mayor. Ahora sale un libro de Pilar Eyre sobre doña Victoria Eugenia para cantar las cuarenta a don Alfonso, como si éste hubiera sido el sátiro insaciable que, salvo honrosas excepciones, cualquier mujer hubiese repudiado. No obstante, a pesar de que don Alfonso se perfilara como un incansable navegador de ansias, saltimbanqui de alcobas propias y ajenas, no era óbice como para levantarle barricadas desde el Ateneo hasta la plaza de Oriente. Lo del “primoriverazo” ya supuso otra cuestión más seria, naturalmente, porque cargarse de un plumazo la Constitución después de jurarla allana cualquier camino hacia la nada más absoluta. No en vano, algún historiador le ha moteado, cargado de toda la razón, como el rey perjuro.
No digo yo que la II República no estuviera bien traída, sobre todo por los absurdos errores de la Corona, aunque sería de recibo aceptar que el invento no fue bien llevado, disipándose entre los miedos a la derecha monárquica de toda la vida, prohibiéndola por ley cualquier participación política, y el afán revolucionario de la izquierda, incluyendo al PSOE de Indalecio Prieto y Largo Caballero. Incluso llegaron a interponer toda clase de trabas a la derecha republicana de Gil Robles, la CEDA, que ganó las elecciones del treinta y tres y no permitieron que formara gobierno.
No es de extrañar, por tanto, que las huestes republicanotas de Zapatero reivindiquen en privado aquel régimen, que nació ya con el cinturón sanitario incorporado, como en el espurio pacto del Tinel de nuestro tiempo. También Julio Anguita, Felipe Alcaraz y otros marxistas de rancio abolengo se columpian por algunos púlpitos cantando las alabanzas del régimen republicano. Aducen que sería necesaria la elección democrática del Jefe del Estado. Quién lo diría, pero a los comunistas de hoy les ha entrado el vicio de las urnas, como si sus devaneos ideológicos fueran el paradigma del sufragio universal.
Obviamente, a Zapatero le faltan demasiadas lecturas y le sobran infinitas improvisaciones para llegar a la categoría política de Manuel Azaña. El rey Juan Carlos lo sabe de sobra, pero lo trata sin la severidad regia que debiera, como si el de León hubiera sido educado en el jardín de los frailes, igual que el señorito Manolo. Pero la crisis, como una peste colérica y medieval, ha venido a joderlo todo. A los españoles ya no nos interesan los tebeos de la memoria histórica y demás leyes de doña Bibiana. A los españoles, por ahora, sólo nos entretienen las cifras del paro, la actividad económica de nuestras empresas, el fondo de pensiones y la salud financiera de las entidades bancarias. Lo demás son monsergas de asesores monclovitas. Entre otros inútiles.

Antonio Civantos

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