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30 de mayo de 2011

BELLA DEL SEÑOR

Me viene de perlas el título de una de mis novelas más apreciadas, Bella del Señor, escrita por el gran Albert Cohen, para acometer la demolición de una ministra, Carmen Chacón, que ha irrumpido en el Ejército clamando por su nostalgia de progre santificada. Claro que habría que dirimir cuál de sus asesores, militar por supuesto, redactó el nuevo reglamento, aprobado por Zapatero y sus mariachis. Porque, según me han dicho, hay algún que otro general de pasado equívoco y como en plan “yeyé” enganchado al rodrigón socialista y como fanatizado por la progresía. No es de extrañar, por tanto, que en la procesión del Corpus de Toledo, los soldados hayan necesitado de permisos especiales para desenvainar su cortesía al paso de la Custodia, como si ésta fuera la paloma blanca del Partido Popular. Pero no creo que nadie se rasgue las vestiduras por las ocurrencias de una muñequita que ascendió a la poltrona ministerial justo por el mérito de defender a un tipo que, públicamente, “se cagó en la puta España”, entre otras lindezas del habitual repertorio socialista. Ahora, la señora ministra, debería tener en cuenta las palabras de Maeterlinck: “Al final, sólo recordaremos de la vida aquellos instantes en que tuvimos el valor de callar”.
Sin embargo, la elocuencia fanfarrona de aquella camiseta, “todos somos Rubianes”, pesará en su biografía como una losa mortuoria y su mandato acabará en los libros de Historia como el preludio de una derrota electoral tan contundente como anunciada. Y es que para dedicarse a la política, amigos míos, hay que tener la adolescencia aprobada, es decir, hay que dejar las utopías aconfesionales en manos de los intelectuales, que para eso les malpagan los editores, para que nos entretengan con sus piruetas mentales y sus chascarrillos de salón. Porque, en realidad, todo el mundo sabe que la aconfesionalidad del Estado, además de no poder ser, como dijo el Gallo, es imposible. El hombre es esencialmente un animal religioso y el Estado, como dijo Hegel en “La filosofía de la Historia”, no es otra cosa que la Idea Divina sobre la faz de la Tierra, es decir, que el ser humano concibe la realidad espiritual sólo a través de los ojos del Estado. Se podrá o no estar de acuerdo con la teoría hegeliana, pero desde luego ni la Chacón ni el general “yeyé”, ese que le asiste en sus devociones aconfesionales, tienen pajolera idea de lo que hablo y dudo mucho de que sus lecturas les den argumentos para contradecir a Hegel.
La del Corpus siempre fue una procesión de curitas con roquete, niños de primera comunión, señoras en mantilla española, banda de música y militares con uniforme de gala rindiendo sus armas al paso de la Custodia. Quiero decir que se trata de una procesión tan tradicional como entrañablemente “kitsch”, y que así debería seguir para siempre al margen de la “Bella del Señor” que ocupe la cartera de Defensa, a quien más le valdría cuidar de que los ingleses no se beban como si fuera güisqui con soda nuestras aguas jurisdiccionales en Gibraltar. Porque no rendiremos armas ante la Custodia de Toledo, pero sí ante los herederos de Nelson. ¿Se entera usted, mi general?

Antonio Civantos

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