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28 de mayo de 2011

ANTISITESMAS DE PLAY BOY

Si llego a saberlo, hubiera sido antisistema. Es lo que ahora se lleva. En mis tiempos estuvo de moda aquella movida del “sesenta y ocho”. Todo el mundo estuvo en París en aquel mayo francés, a cantazo limpio contra De Gaulle, que era el gran carcamal de los franceses. Naturalmente, yo también estuve allí, aunque refugiado en el Café de Flore, robando cruasanes y bebiendo “pernod” con una tal Françoise, que por entonces servía como criada en casa de Proust. Françoise, entre suspiros anisados, me contaba la vida en rosa del escritor, sus fracasos amorosos con Albertine y la duquesa de Guermantes. También, aparecía por el café, de vez en cuando, el maestro Jean Paul, con un ojo a la virulé y su boca gorda, del brazo de Simone de Beauvoir, que aspiraba a ser la nueva Pompadour de la República, aunque más en feo y en tábula rasa. Sartre, después del vermut, nos contaba aquello del existencialismo, del Ser y la Nada, y enseguida, con la luz espumeando en su bisojez, nos entraba con lo del “engagement” hasta ponernos cachondos y tórridos en la añoranza de un mundo más bueno, bonito y barato.
Y, ahora, como digo, estoy por volar a Londres y sumarme a esas falanges antisistema que se reúnen en un pub de Chelsie, donde creo que toma el aperitivo la bella Marina Pepper, antes de lanzarse al contoneo de la protesta y a la silicona de la antiglobalización. Marina Pepper es algo así como la omnipotencia de la primavera en un mundo jodido y como argamasado de piratas del Caribe. Ese par de razones que Marina esgrime, eso sí, con ensayada petulancia quirúrgica, me son suficientes para abrazar, sin más dilación, el canturreo gregoriano de su causa. Si en aquel mayo francés, Simone de Beauvoir hubiera presentado un esqueleto digno de Play Boy, como el de la Pepper, mis bolsillos hubieran reventado con una infinitud de piedras antiburguesas. Y ahora, sin duda, uno brillaría en un lugar en el sol, a la derecha del Padre, o en cualquier consejo de administración de Sogecable, Mediapro, Filesa y otros empíreos del dinero.
Por cierto, declaraba el otro día el presidente de Mediapro, el millonario Jaume Roures, sin complejos y con dos cojones, que se considera marxista de una pieza. Esa otra izquierda exquisita, la de Tom Wolf, que no quiere ser capitana, perdonen ustedes, pero me parece como el aguachirle de la política. La izquierda tiene que ser revolucionaria, leninista y peleona, como los grupos antisistemas de la “conejita” Marina Pepper. Jaume Roures, que se gana su vida de revolucionario televisando partidos de fútbol, es el flamante paladín del nuevo marxismo, la cara modernité de la vieja izquierda española, aquella izquierda revolucionaria, matona y trabucaire de Largo Caballero, el Lenin español. Claro que este nuevo marxismo empresarial de Roures, adornado con los oropeles del dinero y el éxito, consiste en hacer la revolución viajando en compañía del G20, ayer en París, mañana en Ginebra, esta semana en Londres, hospedándose en buenos hoteles, comiendo roastbeef en Simpson y tocándole el bandoneón a Marina Pepper, la nueva Pasionaria de la igualité, la modernité y la fraternité. Mamá, yo quiero ser marxista.

Antonio Civantos

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