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30 de mayo de 2011

APOLOGÍA DE LA DESTRUCCIÓN

La destrucción supone para el hombre uno de sus vicios predilectos. Desde niños sentimos ese placer morboso de hacer añicos el juguete más preciado. Incluso a la hora del amor hay siempre como un prurito misterioso que nos impulsa a romper la relación intercalando elementos de discordia. Curiosamente, los pilotos aliados confesaron que temblaban de placer cuando, desde la soledad del cielo, contemplaban la acción destructora de los proyectiles que soltaban sobre las ciudades alemanas. Sebald lo cuenta detalladamente en su libro titulado “Sobre la historia natural de la destrucción”. Sin hablar, claro está, de la dicha que debió suponer la disolución en el aire de ciudades como Hiroshima y Nagashaki. También la Biblia nos habla acerca de la malsana curiosidad de la mujer de Lot, que se volvió a mirar cómo el fuego arrasaba la ciudad de Sodoma. ¿Quién no se hubiera vuelto para contemplar un espectáculo tan sublime? Personalmente, en lo que llevo de vida, no he visto nada parecido al atentado contra las Torres Gemelas. Las imágenes de aquellos aviones impactando contra los rascacielos neoyorquinos, más el desplome posterior de los edificios son de una morbosidad difícilmente superable. Incluso las ruinas que sobrevivieron desprendían como un halo extraño de belleza. No nos puede sorprender, por tanto, la tendencia actual de los españoles a dinamitar el bienestar social que hemos conseguido en los últimos treinta años. El placer de la destrucción es tan intenso que nos arrastra al abismo como si fuera un instinto más de la especie. El objetivo que ahora nos disponemos a convertir en polvareda cósmica es, naturalmente, la Constitución del 78. Una Constitución que ha resultado tan perfecta para la convivencia de la mayoría de los españoles, que nos va a resultar imposible vencer la tentación de destruirla. Uno la compara, perdonen la frivolidad, a un hermoso y colosal pastel de bodas, con las figuritas de los reyes encampanados en lo alto. ¿Se imaginan el enorme placer de una hermosa batalla campal a base de merengue, nata y bizcocho? Como los invitados a la boda de Farruquito.

Antonio Civantos

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