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23 de junio de 2012

ELOGIO DE LA PRIMA DE RIESGO

Ahora es cuando la vida cruje como el hielo bajo las botas. Somos como vagabundos dorados en busca de antiguos esplendores. El cielo sólo es ya una promesa aparcada por urgencias bancarias y mediopensionistas. Sin embargo, la tierra se mueve, ya lo creo que se mueve, como dijo el Galileo de Bertold Brecht. Y ahora es precisamente cuando se debería dar la talla de sujetos bien templados. En primer lugar, porque el aburrimiento ha desaparecido de nuestras vidas gracias, sobre todo, a la Prima de Riesgo, quien se ha ganado a pulso la gloria de las mayúsculas. La Prima de Riesgo es como una luna fría que ilumina los temblores de la impaciente altivez de los enamorados. Me refiero, claro está, a los enamorados de la vida y su deseo juvenil y a sus sueños de una noche de verano. Veinte años de esplendor económico son suficientes para que el péndulo de la fortuna vuelva grupas hacia la nada. Y la nada, amigos míos, puede ser la experiencia más interesante de nuestras vidas. Naturalmente, todo se lo debemos a Zapatero y a su desesperada pasión por el déficit público. Gracias a él podemos ahora los españoles vivir la experiencia de tener sobre nuestras cabezas las ruinas de un cielo derribado. El cielo que los socialistas, en su bondad despilfarradora, nos tenían prometido desde el siglo diecinueve. Gracias a ellos, ahora que sabemos de nuestra miseria, renacen las vocaciones sacerdotales por el oriente y se desempolvan, por el occidente, los viejos manuales existencialistas de Sartre y Camus, y vuelve a estar de moda el viejo nihilismo de Nietzsche. Al menos, ya tenemos otra vez sobre la mesa el debate filosófico de siempre, desde que el mundo es mundo. Y eso, como digo, se lo debemos a las ansias despilfarradoras de Zapatero, que es sin duda el inventor de la Prima de Riesgo y su empinada escalera de Jacob. Curiosamente, ahora es cuando principia la befa parlamentaria de ver a los socialistas rasgándose las vestiduras, además de seguir pidiendo más dinero para más romerías, echándole la culpa de todo al nuevo Gobierno y, sobre todo, a la pobre Ana Mato y a su fabuloso “Jaguar”, regalo de su marido en el día de San Valentín. Pero a mí lo que más me conmueve es que, con la Prima de Riesgo más allá de la última galaxia, vuelvan los mineros a la carga y a querer salvar España como en la Revolución de 1934. Quiero decir que lo más interesante es que vivimos una repetición de la Historia, ya que en la calle tenemos, repetido y aumentado, lo que en España sucede cuando los socialistas pierden el tren del poder y se van al carajo por el sumidero de las urnas. O sea, que es normal que, después de ocho años en las poltronas, la Prima de Riesgo entre de puta en Pasapoga y las señoras de los mineros se vengan a Madrid con el puño levantado, entrando en el Congreso en plan milicianas, para que los socialistas les aplaudan como si fueran las chicas de oro del “Un dos tres, responda otra vez”. Y esta maravillosa vuelta a los años treinta se la debemos, íntegramente, a la Prima de Riesgo y a su voz aterciopelada, inocente criatura donde las haya, que nos mira cada día a través de sus largas pestañas para helarnos el corazón y la cartera. Por eso les digo que la experiencia merece la pena vivirse. No hay como una buena decadencia para encontrarse a sí mismo. Para mí que ha llegado el tiempo de buscar esa cosa tan rara del “ser” de la que hablaba Heidegger, ahora que te cierran el cabaret de la vida y los escaparates se quedan a media luz. O sea, como cuando la diñas.

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