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29 de junio de 2012

EL LONDRES DE VIRGINIA WOOLF

CARTAS A DORA MALENGO 28 DE JUNIO DEL 2012 QUERIDA DORA: alguien me ha escrito y me ha dicho que te ha visto en Londres. Me ha contado que ibas tú por la calle Oxford, entre paraguas, bombines y gabardinas claras, con esos andares tuyos de gacela bien educada. ¿Qué haces en Londres? Imagino la cantidad de compras que efectuarás en Harrods y por las tiendas del Soho o en los famosos mercadillos de Nothing Hill y Candem Town. Me gustaría ser uno de esos tenderos para venderte mi alma y, si tú quisieras, hasta la sustancia nutritiva del tiempo. Como te dije en mi última carta, ahora leo a Virginia Woolf, me acuesto con ella, desayuno con ella e incluso sueño que soy Virginia Woolf y voy y me lleno los bolsillos de piedras para que su río me acoja en una cama ancha y me duerma a su lado. Tú estás en Londres, mi querida Dora, y yo leo cosas de Londres porque quiero estar más cerca de ti y de ella, Virginia, que eres tú misma y ella eres tú y también eres esa obsesión de las dos por las lejanías y los olvidos, como si aquí no estuviera tu casa, vuestra casa, esa casa que nunca tuvimos y que sólo podremos construir entre las brumas del recuerdo. Maldita sea, Dora, cómo te gusta que yo te imagine imponente, altisidórica, firme en tus andares excelsos de amor imposible. ¿Acaso lograría yo que tú te desprendieras de una mirada conmiserativa, como de limosna, para alegrarme el resto de mi vida? ¿Es que no crees en el Domund? Pues yo soy el negrito ávido que precisa de tu gestos para amamantarme la anemia, por muy altivos que sean esos gestos o por muy desdeñosos. Ya sólo aspiro, amor, a que me sueñes una noche. Como si yo fuera un falso presagio. Un beso.

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