EL TIEMPO COMO DERROTA
Eso de hablar del tiempo se está convirtiendo en algo dramático, cuando en otra época era una salida airosa entre dos personas que nada tenían que decirse. Incluso si hubiera asuntos suficientes para mantener una conversación, lo más educado sería empezar por el clima, pues ni los toreros se adornan a las primeras de cambio. Primero hay que tantear el terreno y, en una charla con amigos, o en la tertulia del café, la cosa del tiempo tiene la misión de ir ablandando laringes, así como el juego amoroso, en los prolegómenos del amor, consigue el tono perfecto para el momento solemne de la verdad.
Sin embargo, con esto del cambio climático, el tiempo ya no es lo que era, es decir, algo banal en la vida de los hombres. Ahora, el tiempo se ha convertido en tragedia, ha ido elevándose, piano, piano, desde la pura anécdota hasta la categoría, tal como hubiera dicho don Eugenio D´Ors. El tiempo ya no es vana charlatanería de tertulia, ya no es flatus voci, sino que se ha convertido, junto a la guerra nuclear, en la amenaza de extinción más seria que amedrenta a la especie humana.
Curiosamente, ahora más que nunca, me gusta hablar del tiempo. ¿Por qué? No lo sé. Aunque tal vez sea porque sólo nos sentimos felices rodeados de la angustia de los demás. Y el clima, amigo mío, empieza a convertirse en algo verdaderamente angustioso.
Sé de sobra que, cuando me llegue el momento, no estaré a la altura de las circunstancias, aunque será todo un espectáculo contemplar cómo van degenerando mis vísceras más preciadas. Claro que, como decía Spinoza, hasta ahora nadie ha tenido conciencia de lo que es capaz el cuerpo humano. Al cambio climático lo mismo le sucede un cambió genético, y nos volvemos invulnerables a las inclemencias del tiempo. Naturalmente, esa sería la verdadera tragedia: un ser humano inextinguible, con toda su vulgaridad a cuesta y su olor a berza cocida.
Hablar del clima ya no es un acto banal, sino científico, en el que enseguida se llega a la trascendencia, al clímax filosófico, pues ya en lontananza no se barruntan nubes de lluvia, sino tifones, diluvios, sequías, tsunamis y alguna que otra incomodidad. Y lo peor de todo, amigos mío, es que mi mujer, como siempre, no tiene nada que ponerse para tanta kermés heroica. ¿No será esto lo terrible?
Antonio Civantos
2 de junio de 2011
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