EL COCIDO COMO SISTEMA
El cocido madrileño se ha puesto de moda entre los damnificados del rabino mister Madoff. Se trata del mismo cocido que tan mal le sentaba a Larra, algo dispéptico de nacimiento, entre otros males de amor y fantasía. De la langosta Thermidor y el caviar con blinis y nata agria, las multitudes de astracán han degenerado en grandes pultifagónides, es decir, en ávidos consumidores de garbanzos con berza y algún palomino por añadidura. Y todo por la bendita codicia de tener un yate amarrado a los norayes de Puerto Banús y otros caladeros de bajura y lencería fina. El rabino mister Madoff, con sus trucos y tocomochos de timador de estación de autobuses, ha devuelto a los ricos a los años cincuenta, como si en sus dedos de ilusionista se pergeñaran también los misterios del tiempo. La España exuberante, derrochadora y hortera de los constructores ha devenido en la España sempiterna y galdosiana de Ignacio Aldecoa y Martín Santos, de donde nunca debió salir.
Mientras tanto, el socialismo verité de Zapatero se gasta los maravedíes en acuñar alianzas de civilizaciones, estatutos de nacionalidades altisidóricas y vanidosas, y en mantener a todo trance las alcaldías de las chicas de oro de ANV, con los rulos erizados por la pólvora de sus crías incendiarias y de natural algo bestias. Si el rabino Madoff ha despeluchado a sus millonarios predilectos, Zapatero se propone dejarnos a todos sin blanca con tal de que las autonomías mantengan, a todo confort de Club Social de Cheyenne, ese tropel interminable de políticos, funcionarios, consejeros, asesores y cualquier ave de rapiña que se quiera posar sobre nuestras espaldas presupuestarias. ¿Para qué trabajan, pues, las empresas españolas? No hay duda que para mantener a una muchedumbre de paniaguados que pululan, sin ningún fin aparente, por la geografía autonómica de esta vieja, depauperada y jodida nación. El primero es el Honorable, ciento sesenta mil euros de sueldo anual, seguido por todos los que ustedes ya saben, un ejército de sanguijuelas improductivas que nos chupan la sangre con la avariosis vitalicia que les distingue. Las autonomías se han convertido en el mayor agujero negro de la economía española. Amigos míos, sólo somos contribuyentes que avanzamos hacia el tumulto de la derrota final.
De cualquier manera, el cocido madrileño, no se olviden nunca, ha de ser de tres vuelcos o de tres saltos o como ustedes acostumbren a decir. Escribió don Eugenio D´Ors que el cocido y la familia son la misma vaina, no puede haber el uno sin la otra. Hasta las Cajas de Ahorro, por fin, han cambiado sus rentables aromas de ladrillo y hormigón por el tufo del garbanzo que cuece a fuego lento entre sus números rojos. Como digo, hemos pasado del Vega Sicilia al porrón de clarete en la taberna de enfrente, de la langosta Thermidor al pollo asado del súper de la esquina. No obstante, este pollo sabe a pularda rellena cuando se come con los buenos amigos de siempre. Por muy arruinados que estén.
Antonio Civantos
8 de junio de 2011
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