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10 de junio de 2011

EL NAVEGANTE DEL BÁLTICO

Hay quien avizora la forma de cómo meterle mano a la audacia viajera del sindicalista. Sin embargo, yo creo que les iría fenómeno aminorar el volumen de sus pretensiones maledicientes. Al fin y al cabo, Fernández Toxo sólo pretendía pasar desapercibido, como cualquier millonario español, en un lujoso crucero por el Báltico. En realidad, el sindicalista se lo merece, no en vano ha evolucionado desde las bajuras infernales del “metal” a la súbita grandeza de los cielos sindicales. Y aunque fuere a costa del Presupuesto, hemos de reconocer que el muchacho se ha ennoblecido de social importancia.
Algunos dicen que la huelga del 29 de septiembre ha sido organizada desde su camarote de lobo de mar, mientras de noche contemplaba los neones enfebrecidos de Copenhague. Otros que al llegar de madrugada a Helsinki y presenciar la luz ambarina y diurna de la noche polar. Sin embargo, uno cree que la inspiración de “la gran putada” le vino al recalar en San Petersburgo y hacer su entrada triunfal en el Hermitage y en el Palacio de Invierno, antiguas residencias de los zares que fueron convertidos por la Revolución en museos del pueblo. Claro que la colección de pinturas fue comenzada por Catalina la Grande, sin la cual el pueblo ruso hoy sólo contemplaría la blancura cadavérica de los muertos que Stalin pintaba al óleo antes de maitines.
Yo apuesto a que fue en el Palacio de Invierno donde Fernández Toxo imaginó la gran huelga general que las empresa españolas, en quiebra la mayoría, van a tener que soportar bajo sus propias ruinas. Y ahí tienen ustedes al gran viajero Toxo, navegando por el Báltico, teñido por los mil fuegos de la victoria y bailando “Los pajaritos” en plan minué con la señora del capitán.
Si el otro día decíamos que Cándido Méndez era en realidad William Beckford, hoy nos atrevemos a proclamar que Fernández Toxo no puede ser otro que el Beau Brummell, quien vivió mayormente a expensas de su amistad con el Príncipe de Gales. Hoy, naturalmente, somos los españoles quienes pagamos los caprichos viajeros de este originalísimo y millonario dandi del metal. A decir verdad, nos complace vivamente que el dandismo sindical se muestre a la altura de nuestras posibilidades tributarias. Y los contribuyentes sinceramente nos alegramos de que la existencia penetre en los dirigentes sindicales como un bálsamo purificador de alta rentabilidad.
Sin embargo, no hay noticias de si Fernández Toxo lloró ante la “Madonna Litta” de Leonardo da Vinci, o delante de la “Venus de Táurida, dos de las bellísimas zarinas del lujoso Hermitage. Curiosamente, todos estos millonarios de la izquierda suelen hacer gala de una sensibilidad artística a prueba de cualquier purga estalinista. Que se lo pregunten, por ejemplo, al marxista Roures, capaz de conjugar la pública chabacanería mediática con el más exquisito de los gustos privados. Recuerden que el gran Galvano della Volpe, tan marxista como ellos, les escribió una “Historia del Gusto” para que tuvieran algo que decir al respecto. Por eso estoy deseando oír los trinos del navegante del Báltico. Ese dandi de las profundidades.

Antonio Civantos

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