CONSENSO
El Poder maneja las palabras como sinfonías al servicio de su batuta. Si, entre otros eufemismos, utiliza la expresión “el fin de la violencia”, espera arteramente que la ciudadanía capte el mensaje en su sentido más amplio. Lo mismo sucede con el llamado “proceso de paz”. ¿Quién puede oponerse a semejante propósito? ¿Quién en su sano juicio se muestra en contra de tan maravillosas palabras? Todo está estudiado, naturalmente. Los expertos publicitarios que manejan la relación del Poder con la ciudadanía saben el efecto balsámico que ciertos sonidos producen en la audiencia. Frases cortas, claras y directas: fin de la violencia, proceso de paz, construcción de la España plural. Frases que llegan como estímulos edulcorantes a las glándulas del sentimiento, provocando una reacción en cadena de gratitud general, amor fraternal y, en definitiva, absoluta confianza en el Poder.
Claro que también se necesitan mensajes negativos, igualmente explícitos y tranquilizadores, que hagan referencia, sobre todo, a un enemigo exterior. Lo más terapéutico es desviar hacia el Otro toda la rabia generada por las frustraciones normales de la vida. Antiguamente, con algún merecimiento cumplían los etarras esta bendita función; ellos eran los destinatarios de nuestras soflamas, de nuestra indignación y también de nuestro odio. Sin embargo, la modernidad socialista trata de ejecutar un triple salto mortal, es decir, pretende cambiar de enemigo al tiempo que la conciencia de todo un pueblo. Necesita en definitiva que las iras ciudadanas se dirijan, claro está, hacia su oponente democrático en las urnas: el Partido Popular.
Así ha sucedido en Cataluña, con esos vergonzosos eslóganes electorales y esas agresiones físicas a Mariano Rajoy. La palabra arrojadiza, la palabra que se ha convertido en la bomba incendiaria del momento, ha sido, como ya sabrán, la palabra “consenso”, elevada a categoría sacramental por las huestes botafumeiras de Pepiño Blanco. Los populares, como asociales elementos no “consensuantes”, se han convertido, convenientemente, en el enemigo público número uno, con derecho, claro está, a toda la pirotecnia de insultos y otros linchamientos. Y todo ocurre, ¡qué curioso!, al socaire del fin de la violencia y el proceso de paz. Con las bendiciones presidenciales del gran pacificador.
Antonio Civantos
3 de junio de 2011
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