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15 de mayo de 2012

NUNCA ESTUVE EN VENECIA

CARTAS A DORA MALENGO 14 de mayo del 2012 Querida Dora: No recuerdo si te dije que dejaba Madrid durante unos días. Pero así es. Cambio la ruidosa ciudad por la tranquilidad de San Marcial. Al menos, en teoría. Lo digo porque aquí en el pueblo, desgraciadamente, siempre he de hacer alguna cosa que nada tiene que ver con mi actividad normal. A simple vista, esta casa de San Marcial parece acondicionada para escribir y leer sin molestias ajenas. Me refiero a que da la sensación de que se trata de un monasterio cisterciense con tan sólo un monje de clausura. Ese monje soy yo, claro está. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. En esta casa ocurren cosas muy extrañas. Por ejemplo, la mayor parte del día está ocupada por seres vestidos con monos azules, verdes o caquis. La mayoría lleva gorra de béisbol, bien con la visera frontal o bien con la visera occipital. Éstos últimos suelen ser los más jóvenes. Eso sí, todo llevan una herramienta en la mano. La verdad es que no sé de dónde carallo han salido, auque todos, absolutamente todos, al final me cobran una media de veinte euros por hora. Pero no todos los inconvenientes se originan en la cosa del dinero, nada de eso, sino más bien y sobre todo en el ruido que provocan cuando trabajan. Aquí no hay quien escriba. Resulta descorazonador sentarse frente al folio en blanco. De modo que los días de tranquilidad que deseaba disfrutar y todo ese trabajo que pensaba sacar adelante se quedan como suspendidos en el aire. Pero lo más grave es que uno se pone al borde de un ataque de nervios. Así que ando todas las noches entre tranquimacines, infusiones de tila y relajaciones budistas. Es decir, que rezo cuantas oraciones me enseñaron para que el viernes llegue cuanto antes y pueda volver a Madrid y así recuperar mi ritmo normal de trabajo, el sosiego y la paz de mis sueños. Otra de las preocupaciones que me no me dejan dormir, mi querida Dora, es esa novela mía que no acaba de salir. Todo estaba programado para que se publicara a finales de marzo, pero la cosa no parece que vaya a buen ritmo y dudo mucho que pueda estar para últimos de mes. Como te dije, la novela se titula “El asesino de Venecia” y pertenece a la serie del detective privado Ciro Blume. No sé si asesinando al editor, mi buen amigo Jose María Pisa, podría lograr que la publicación se acelerara, pero te juro que se me pasa por la cabeza a cada instante e incluso puede que lo intente si la cosa se alarga más de lo razonable. Pues bien, si quieres saber si he estado en Venecia, documentándome in situ, te diré que no. Nunca he estado en Venecia. ¿No te lo había dicho? Todas las descripciones que he realizado de esta ciudad para la novela han sido gracias a fotografías, películas, documentales y cuadros. Sobre todo, claro está, a los cuadros de Guardi, el Canaletto y Tiziano. Incluso he introducido la pintura de Guardi como parte fundamental de la trama de los asesinatos. No obstante, he utilizado un truco narrativo algo burdo, aunque muy lírico en el fondo, para que no se note en exceso que nunca pisé suelo veneciano. ¿Sabes lo que hice? Extendí por toda la ciudad una niebla de lo más espesa y persistente, como un puré patatas. Bueno, tan persistente que dura desde que el detective llega a Venecia hasta justo el día en que se va. Ya me dirás, cuando la leas, si consideras la idea de la niebla demasiado tramposa. Aunque presiento que no te gustará en exceso. Tú eres una mujer de mundo y sé que para ti Venecia es una ciudad incomparable y que tal vez precise la pericia de un novelista más experimentado que yo para ser descrita. Sin embargo, te juro que he hecho lo indecible, dentro de mis limitaciones, para que todo quede en su sitio. De todos modos, sólo es una novela policíaca y, para colmo de desdichas, tampoco soy uno de esos escritores suecos que tanto éxito consiguen entre los lectores de todo el mundo. En mi opinión, querida Dora, los escritores suecos tienen demasiada suerte en la vida, ya que, además de los millones de libros que venden, van los tíos y se casan con las suecas. Creo que no hay justicia en el mundo. Un beso, un abrazo y hasta otro día. Antonio

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