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11 de mayo de 2012

LAS RUINAS DE BANKIA

Vengo de la exposición que Caixa Forum ha organizado sobre Piranesi, aquel misterioso arquitecto y grabador veneciano del siglo XVIII. La verdad es que si no hubiera sido por el aire acondicionado y polar del recinto habría pasado un rato delicioso. O tal vez no fuera por el acondicionamiento, sino por el frío y la humedad de mazmorra que desprendían los grabados colgados de sus paredes. Porque, como ya saben ustedes, Piranesi fue un pintor, sobre todo, de monumentos romanos y otras edificaciones imaginarias y laberínticas, casi todas en ruinas, que más bien parecen alucinaciones de una mente, aunque sublime, siniestra y como de otro mundo. El arte de Piranesi nos revela muy a las claras lo que la vida tiene de cielo derribado, es decir, ese lado terrible, tenebroso y desconocido que, diabólicamente, nos desborda por dentro. Y como la vida imita al arte, cuando por la noche me entero de la nacionalización de Bankia, las primeras imágenes que acuden a mí son, precisamente, las ruinas de Piranesi. No obstante, uno preferiría discutir con ustedes si es verdad que la vida imita al arte y no al contrario, como sería lógico, pero la actualidad impone su dictadura inapelable y nos obliga a seguir hablando de dinero, una de las conversaciones más vulgares que puedan existir. Desde luego, aquí en este exilio estético que por fin disfruto, el dinero es considerado material reservado y como de pena capital. Se dice, por ejemplo, que la belleza de las cosas acaba donde empieza su precio. Así que la belleza de Bankia, si es que alguna vez disfrutó de alguna, termina en la Comisión Nacional de Valores. Desde luego, Piranesi lograría unos grabados deliciosamente siniestros de las galerías en ruinas de Bankia, un banco novísimo construido sobre las cenizas de otros. Confieso que, ante esta ruina tan majestuosa de un banco en quiebra, he llegado a pensar que o bien Rodrigo Rato es la vivísima reencarnación de Piranesi, o, como ya hemos dicho, la vida haya querido, simplemente, imitar al arte. La primera opción es demasiado metafísica como para tenerla en cuenta, además de romántica, y no creo yo que esté la madonna para muchos tafetanes. Rodrigo rato es un hombre de prestigio y al que debemos la recuperación económica de los noventa, después de la enésima quiebra socialista. Sin embargo, esta vez, el señor Rato me ha parecido algo lento y espeso de reflejos, pues tiempo ha tenido de vislumbrar las enormes grietas financieras abiertas ya en los cimientos de su banco. Para mí que el señor Rato se había atrincherado tras su prestigio internacional, numantinamente, a la espera supongo de un milagro “mariano” o a que le tocara una pasta larga, pongo por caso, en el Euromillón de los martes. Por otra parte, no es de extrañar que una entidad bancaria entone el gorigori con un sindicalista como el señor Martínez en una de sus poltronas. Un tipo así de vociferante, desagradable y demagógico hace la misma labor destructiva que todo argentino al frente de cualquier tipo de negocio. Por otra parte, servidor no entiende nada de bancos, ni siquiera cuando me engañan a costa del Euríbor, comisiones de aperturas y demás intereses, pero les aseguro que la palabra “nacionalización” me llena de sarpullidos ideológicos. Vamos, que la cosa me huele a compota cubana con sabor venezolano y, cómo no, también a ese tufo rosado y medio de burdel bonaerense que desprende la lencería fina y montonera de la Perona. Claro que esta nacionalización también me huele a la química faisanesca de Rubalcaba y su coro de ángeles nacionalizadores. No sé que otras paparruchas dirán ahora los callejeros viajeros del Frente Popular. Se sentirán como en casa, tal y como si en la Moncloa habitara el mismísimo Stalin. Con barba y el escudo del Madrid.

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