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20 de mayo de 2012

LA CRISIS Y LAS VANGUARDIAS

Yo pensaba que la crisis generaría una vanguardia artística como aquella fiebre modernista de principios del siglo XX. Sin embargo, no veo yo que la sociedad actual esté como para ciertas florituras estéticas. Recuerden que cuando nos birlaron Cuba y las Filipinas de Isabel Preisler nos entró aquel ímpetu intelectual de la Generación del 98, el Modernismo, las Vanguardias y, entre otros, toda aquella marimorena de Rubén, Villaespesa, Valle Inclán y sus botines blancos de piqué. Entonces los españoles teníamos un par y le poníamos al mal tiempo una cara guapa como la de Colombine, que era la novia gorda de Ramón. España podía hundirse a nuestro alrededor, la prima de riesgo largarse con el primer marinero tatuado que pasara, pero el arte no decaía y, si no había colonias ni coloniales en ultramar, había sonetos, greguerías, pintura cubista, surrealismo, ultraísmo y un viaducto en Madrid para quien quisiera borrarse. España, por tanto, era lo que se dice una nación hecha y derecha y maravillosamente culta. Recuerdo muy bien que era Rafael Cansinos quien vigilaba, desde su ventana de la Morería, los saltos al Más Allá de los suicidas del viaducto. Y a cada suicida le recitaba uno de esos poemas circulares que escribían los ultraístas, mientras Unamuno les daba el Viático y una estampita dedicada del Cristo de Velázquez. Aquella era una España que miraba de frente al Destino, y por la tarde, durante la Feria de San Isidro, se iba a los toros. Pero yo creo que ahora no es lo mismo. No señor. En la actualidad no tenemos ni el Ultraísmo ni el Surrealismo para sublimar, un suponer, el déficit público. Ahora sólo tenemos al ministro Montoro dando lecciones magistrales de economía política en el Congreso, mientras el parvulario socialista atiende bobalicón sin entender nada de nada. Por no entender no entiende al menos que dos y dos son cuatro y me llevo cinco para financiar el partido y el hipódromo de Bono. Sin hablar del personal femenino y su rendimiento bursátil, porque si antiguamente teníamos a la divina Alfonsina Storni, quien vino de América después de pasar unos días de descanso en la isla de Lesbos, ahora sólo tenemos a Elena Valenciano y sus poses de peluquería. Quiero decir que si Alfonsina Storni nos trajo sus versos y sus tortilleos americanos, Elena Valenciano ha decidido levantar tienda junto a la demagogia, la vulgaridad y una sobrecarga mortal de sandeces inacabadas. O sea que a la crisis española le falta, digamos, el fino oleaje de la estética y, a mayores, claro está, la mansa prudencia de la intelectualité. Me refiero, naturalmente, a que ya no tenemos al señor Ortega y Gasset, el único que nos hubiera explicado la crisis desde la óptica vitalista de su filosofía. Ortega, tal vez, hubiera dicho, como Heidegger, que los españoles ahora vivimos la noche invertebrada de los dioses, o, parafraseando a Hölderlin, la tormenta perfecta de Dios. Pero ahora no disponemos de intelectuales que nos guíen entre la maleza y la maldad de los elementos climatológicos. Sólo disponemos, por desgracia, de ciertos predicadores televisivos de uno y otro bando. Lo siento pero hoy día es imposible separar al intelectual del apesebrado obediente a la voz de su amo. Digamos, entonces, que los españoles vivimos esta miseria de crisis sin saber muy bien quiénes somos y, sobre todo, de dónde venimos. Porque ir, lo que se dice ir, estamos seguros de que nos vamos al carajo. En mi opinión, los españoles necesitamos con urgencia, más que una bajada sustancial de la prima de riesgo, que alguien bien dotado de entendederas nos enseñe a ser pobres de nuevo, tal y como fueron desde nuestro padres hasta el primero de los celtíberos. Claro que también precisaremos mucha vaselina. Cuanta más vaselina, mejor.

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