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5 de mayo de 2012

ESTÉTICA DE LAS MANIFESTACIONES

Mi amigo Felipe Lorenzo me recomienda que asista a cuantas más manifestaciones mejor. Argumenta que es una manera muy sana de hacer ejercicio y controlar el colesterol. Felipe es un poco tripero y le gustan los huevos fritos con chichas y las patatas guisadas con toda clase de detalles. Pero yo le digo que temo hacer el ridículo en una manifestación, sobre todo si es de izquierdas, ya que no me he manifestado en ese plan desde los años sesenta, y no sé si pudiera estar a la altura de las circunstancias. Aquellas sí que eran manifestaciones. Salíamos desde la Facultad de Medicina de Salamanca e íbamos cantando arias hasta el Gobierno Civil, pasando por la Plaza Mayor, en un ejercicio de admiración estética por Guiseppe Verdi y los hermanos Churriguera. Claro que por, aquel entonces, uno tenía que leer y comprender a los clásicos para ser revolucionario, derrocar a Franco y establecer, velis nolis, un régimen comunista de estilo moscovita, moda primavera/verano, que era de lo que se trataba. Si la memoria no me falla, esos clásicos que digo eran, por aquella época, intelectuales de la talla de Marta Harnecker, Mao Zedong, Ernest Bloch y por ahí todo seguido hasta llegar a Vázquez Montalbán y su peculiar sabiduría gastronómica. Porque si Ernest Bloch, pongo por caso, era un marxista climatológico (siempre hablaba acerca de un marxismo caliente y otro frío), Vázquez Montalbán fue un marxista culinario, que nos enseñó a comer a todos los señoritos de la izquierda, quienes por entonces éramos grandes devoradores de huevos duros y bocatas de calamares. A Vázquez Montalbán, tan tripero como ahora lo es mi amigo Felipe, le gustaba la cocina de altura, elegante y sin miramientos ideológicos. Él nos inculcó que uno podía ser marxista/leninista y colega de los pobres de la Tierra y pertenecer de paso a la famélica legión, sin tener que renunciar a una “dorada a la mallorquina” o al “morteruelo” con champán, que era la merienda preferida del marqués de Munt, uno de sus personajes. Quiero decir que Vázquez Montalbán nos convirtió en refinados gourmets a todos los rojos de cuando aquello de Franco. Sí señor, por entonces había un estilo, una categoría, un saber estar y, sobre todo, una elegancia innata en cualquier dirigente revolucionario que se preciara de serlo. Recuerdo que uno iba a una manifestación comunista con la misma seriedad y respeto como cuando se asistía a Misa, es decir, con traje y corbata, o sea, con un empaque y una prosodia digna de reyes. Vayan ustedes a las hemerotecas y contemplen las fotografías de los líderes de la época. Me refiero, claro está, al gran Enrico Berlinguer, miembro de una familia adinerada y distinguida de Cerdeña; a Nicolás Sartorius, un aristócrata español de toda la vida; a Álvaro Cunhal, pura elegancia a la portuguesa. Y todos ellos clientes y discípulos tanto de Pierre Cardin como de Palmiro Togliatti. Aquellas manifestaciones revolucionarias eran consideradas más bien como desfiles de modelos, pasarelas de la moda masculina, además de un gran escaparate mundial para el poderío estético e intelectual del comunismo internacional. Sin embargo, amigo Felipe, qué tenemos ahora. ¿Dónde está la elegancia, intelectual y corporal, de nuestros líderes? Me puedes decir, ¿cómo voy a ir a una manifestación presidida por Cándido Méndez y Cayo Lara? Te aseguro, amigo mío, que el bueno de Cándido (no confundir con el personaje de Voltaire) sólo piensa en el dinero público que ya no caerá en sus arcas sindicales. Y qué decir de ese cerebro granítico de la política, Cayo Lara, quien pretende arreglar la economía aumentando el número de agencias tributarias. ¡Toma nísperos! Lo malo es que empieza uno quitándose la corbata y termina cocinando sus propios sesos. ¡Ay, si el señorito Enrico levantara la cabeza! Felipe, amigo mío.

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