Vistas de página en total

20 de noviembre de 2013

DIARIO


Martes, 19 de noviembre del 2013

Pues bien, en cuanto a Tom Wolfe, les diré que el muy hijo de perra me dejó con un buen cuelgue, hace ya bastantes años, por culpa de su “Ponche de ácido lisérgico”, para mí su mejor libro de no ficción y en plan nuevo periodismo. Me habría gustado leerlo en inglés, claro está, pero mis conocimientos acerca de ese idioma de bárbaros son algo menos que rudimentarios y como para dar pena. No obstante, por muy mala que puedan ser las traducciones, se ve a la legua que Tom Wolfe es un escritor tocado de cierto estilo, lo que resulta de lo más meritorio. Por supuesto que toda su prosa está trufada y como demolida por un exceso de ferralla charcutera, sabiendo además como sabemos que probablemente este tipo sea el escritor que más abuse, como elemento narrativo, de esa especie de regüeldo sintáctico que es la onomatopeya, pero aún así me parece que todo lo que escribe revienta de fuerza y de energía y de ritmo y, qué carajo, la vida fluye a borbotones por la piel sudorosa y ardiente de cada palabra, de cada frase, de cada punto y coma, corchete, signo de interrogación, admiración, puntos suspensivos y también, por qué no, de cada una de estas onomatopeyas del demonio y que a mi no me gustan: Aauuuuuuuuug, ¡¡¡¡Ñññññññooooooooo!!!!, ¡¡¡Estooooooooo caj caj caj !!! ¡Yuhooo!    

En mi opinión, no entiendo cómo la mayoría de los lectores españoles prefieren comprar, y no digamos leer, una cosa tan en plan culebrón y sin estilo como “El tiempo entre costuras”, ¡¡¡¡puaaaafff!!!, que para colmo de males ahora viene acompañada de la correspondiente serie televisiva, ¡¡¡uuuuuffff!!!, y con unos actores que, salvo honrosas excepciones, son una tomadura de pelo, ¡¡¡bbbbbrrrrrrrrrr!!!, para cualquier método interpretativo expuesto en los distintos almanaques académicos. Sobre todo, me refiero a esa inglesita, Hannah New, que a pesar de lo buena que está, ¡¡¡hija de mi vida!!!, se nota a las claras que ni se sabe el papel ni tiene una idea aproximada de a qué se dedicaba ese tal Stanislavsky, que según cuentan era un tipo de lo más insoportable y su método interpretativo como que ya no mola ni nadie lo entiende.

Para colmo de desgracias,  me cuentan que le han concedido el Premio Cervantes a una mejicana, una tal Elena Poniatowska. No me extrañaría de que la muy bruja fuera un portento en esto de la literatura, quién lo duda, pero que me aspen si he leído yo a esa vejancona o pienso leerla de aquí en adelante. Ustedes me dirán que me pongo tan jodidamente desagradable porque siento brujulear dentro de mí una terrible envidia excitada por el éxito de los demás. ¡Han acertado de pleno! Lo mío no es otra cosa que envidia jodía y, por supuesto, de la peor especie. Así es. La envidia me corroe la sintaxis, el alfabeto y también parece que me carcome el hígado, convirtiéndomelo en un exquisito fuagrás y espero que bañado en litros y litros de Sauternes. Claro que de paso la envidia también me alivia las escoceduras del tiempo igual que si se tratara de un viento de mala mar. La envidia se comporta a veces, a ver si se enteran, como soplo y mano balsámica de santo patrón.

Señora de tersa epidermis parece esta Ymelda Navajo, anabolénica y con gafas de un rojo cínico, uno de esos rostros expresivos y largos de mula cerrera. ¡Qué buena idea editorial ha sido publicar el libro de Carlo Ancelotti! ¿Es que acaso no es una delicia la literatura italiana? Uno siempre ha venerado a escritores de la maestría de Cesare Pavese, Leonardo Sciascia, Italo Calvino, Curzio Malaparte, Indro Montanelli y ahora, por supuesto, a esa lumbrera de Stefano Benni, tan de moda, un tipo que cabalga desde hace tiempo por las estepas literarias de Europa como uno de esos cosacos de quijada agresiva y boca vampírica, maldita sea, todo un escritor de jeques y estrellas mágicas. Claro que ahora tenemos que añadir a mi canon occidental nada menos que a Carlo Ancelotti, un fenómeno literario entrevisto por la agudeza aguileña y depredadora de doña Imelda.


Pues sí, existe por desgracia toda una cohorte de editoras en celo que, después de recorrer los platós de televisión en busca de lumbreras literarias, ahora parece que han cambiado de rumbo y asaltan los vestuarios de los futbolistas por ver si encuentran escritores perdidos entre las camisetas sudadas y los botes de linimento Sloan. Pero también se dice que, bajo sus polisones, estas señoras arrastran todo un continente de negros con ganas de escribir lo que sea, como sea y por lo que sea. Para mí que estas chicas son como busconas en plena vorágine de desvelos por una pluma tan famosa como bien afilada. Y es que para ellas el tamaño de la fama, no te jode, parece que importa demasiado. Dulces ángeles de la letra escondida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario