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11 de junio de 2013

EL ENAMORADO




I

La broma se le ocurrió a mi amigo Charli, cuya desaforada imaginación siempre va más allá de los límites de la prudencia. Yo me opuse desde el primer momento, pero a él se le metió en la cabeza y no hubo manera de que recuperara la sensatez, si es que alguna vez la tuvo. Le dije unas cuantas veces que una broma tan pesada traería consecuencias desagradables, sobre todo para don Julio, que ya tenía sobre sus espaldas la friolera de ochenta primaveras. Como así fue. Porque al final la broma no tuvo gracia alguna, convirtiéndose en una tragedia, si bien involuntaria, pero tragedia al fin y al cabo. Fue tan grave la cosa que ahora Charli se muestra de lo más arrepentido, y estoy seguro de que no lo repetiría por mucho que al principio le divirtiera prepararlo. 
Don Julio ha sido el mejor maestro de escuela que en muchos años ha pasado por Villaval. El único problema fue que, desde el instante en que se quedó viudo, no deseaba otra cosa que volverse a casar. El muy pendejo decía que no podía vivir sin una mujer que le calentara la cama. A los ochenta años aseguraba que todavía tiraba como cualquier jovencito del pueblo. Y ponía como testigo de cargo al cordel de putas de la casa de la Angelita. Por eso decía que o se casaba o se moría de hambre, ya que todos los meses se dejaba la pensión en aquella mancebía de allá arriba. Pero el problema de don Julio fue que en vez de enamorares de una señora acorde con su edad, es decir, de una viuda que le conviniera, pongo por caso, el muy rijoso le entró de llenó a la señorita Maribel, una soltera a quien sacaba más de cuarenta años de diferencia. Creo que le dio por ella como una especie de fascinación. Decía que la señorita Maribel había sido alumna suya y que desde siempre le habían gustado sus andares de venada joven. La verdad es que se trataba de una chica de lo más sugestiva, y nadie entendía la razón de aquella soltería. Pero cuarenta años son muchos años de diferencia para que una mujer acceda a compartir su vida con un tipo que bien pudiera ser casi su abuelo. Al menos, se le acercaba bastante. A no ser que haya de por medio, además de un exceso de años, una fortuna considerable. Lo que no era el caso. 
Pero don Julio quiso conquistarla y se puso a ello con todas sus fuerzas. A mí es que me daba mucha pena del pobre viejo, ya que sabía muy bien que su locura estaba destinada al fracaso. Y es que yo a don Julio siempre lo recuerdo subido en la tarima de la escuela, explicando las ecuaciones de segundo grado, comentando la política matrimonial de los Reyes Católicos y disertando acerca de la organización social de las abejas, entre otros temas escolares. También lo recuerdo en misa de doce, todos los domingos, al lado de su mujer, una señora teñida de rubio y con unos labios pintados de color rojo fuerte, lo mismo que las uñas, un rojo verdaderamente llamativo, con uno de esos culos gordos que aumentan de diámetro a cada año que pasa. Se llamaba doña Loli y ella fue en realidad quien me enseñó a leer en el Quijote y a escribir las planas con letra picuda, pues doña Loli también era maestra titulada y ayudaba a su marido en la escuela. Se trataba sin duda de un matrimonio excepcional. Don Julio era un tipo amable y muy respetuoso con sus alumnos y, en definitiva, un buen maestro, y nunca en Villaval se vio envuelto en escándalo alguno. 
Claro que al morírsele de repente la señora, el hombre se echó al monte sin pensárselo dos veces, sufriendo probablemente los efectos de algún extravío mental, uno de esos delirios que le entran a uno cuando vienen mal dadas. Tal vez esa pueda ser esa la causa de que se le llenara la cabeza de propósitos descabellados, muy lejos de su alcance, como el imposible de conquistar a la señorita Maribel. Y es que a don Julio la bragueta le empezó a ir por delante del pensamiento. Por eso creo que la ocurrencia de Charli no estuvo bien. No señor, nada bien. Aunque todo sucedió porque nadie sabía que don Julio padecía del corazón. En el sentido médico, claro, porque en el romántico todo el mundo estaba en que, desde la muerte de su mujer, don Julio andaba bastante desquiciado de los nervios, por no decir otra cosa.

II

La señorita Maribel tenía una tienda de modas. Modas Maribel. Y se pasaba el día trabajando, al fin y al cabo no tenía otra cosa que hacer, salvo salir con las amigas de vez en cuando, asistir a misa los domingos y visitar a media docena de sobrinos. La señorita Maribel, como ya he dicho, siempre fue una chica de buen ver, y a sus cuarenta años sigue resultando una mujer de lo más atractiva. Tiene los ojos grises y, aunque es algo bajita, mantiene un tipo de lo más estilizado. Por Villaval se comenta que hace algunos años tuvo un desengaño amoroso y que esa era la razón de que no haya querido casarse, porque lo que se dice pretendientes sí que le han surgido a lo largo de estos años. Mas en el caso de la muerte de don Julio para mí que ella también tuvo su parte de culpa en lo ocurrido. Charli se pasó de la raya, pero si no llega a ser por ella nada malo habría sucedido. Es cierto que la chica ya empezaba a estar harta del cerco amoroso que don Julio había tendido a su alrededor. Todos los días recibía de él al menos un par de cartas de amor. Y también a don Julio le había dado por pasearle la calle, como hacían los enamorados antiguos. Primero la seguía hasta su casa cuando ella cerraba la tienda, tanto a mediodía como después a la tarde, y luego el muy pendejo se ponía a pasear delante de su balcón. 
La señorita Maribel vive en la calle Tintoreros, casi haciendo esquina con la calle de la Merced, así que don Julio empezaba el recorrido desde la panadería hasta el final de la calle, siempre por la acera de enfrente, y hasta que ella no se asomaba y le daba con la mano él no se volvía a su casa. La verdad es que la señorita Maribel debió de ponerse de los nervios ante este asedio amoroso, y si al principio pudo hacerle gracia, llegó un momento en que la gracia se congeló, transformándose primero en cansancio y más tarde en miedo, ya que todo el mundo le decía que don Julio se había vuelto loco y que lo mejor sería encerrarlo en el manicomio de Plasencia. Sin embargo, a la señorita Maribel le daba mucha pena y en el fondo sabía que jamás en la vida le había surgido un enamorado de tanta constancia y devoción como don Julio. Porque según ella había que leer las cartas tan poéticas y sentidas que le mandaba y, sobre todo, con tan buena letra. Verdaderas piezas literarias que un día se tendrían que publicar. 
Y esa pena que ella sentía por él fue el detonante de todo lo que sucedió después. Tal vez la travesura no fuera de su invención, pero en última instancia, como digo, la señorita Maribel fue sin duda la única responsable. Pues al demonio se le ocurre traer de la tienda un maniquí casi idéntico a ella, vestirlo con su misma ropa, hacerle el mismo peinado y el mismo color de pelo y asomarlo al balcón. Naturalmente, la señorita Maribel contaría con la profunda miopía de don Julio, y con lo avanzado de su edad y, por encima de todo, con el deseo de tenerla siempre tan cerca como pudiera. Desde luego, a la vista de lo ocurrido, el enamorado jamás se dio cuenta de la diferencia, muriendo con la idea de que era la señorita Maribel, en cuerpo y alma, la que estaba asomada al balcón.  


III

Charli se enteró enseguida del asunto del maniquí. La señorita Maribel probablemente lo comentaría con sus amigas, y no es difícil suponer que a éstas les sería imposible mantener la boca cerrada. A mí me pareció una barbaridad lo que Charli propuso como broma. Pensé que los dos chatos de vino que habíamos tomado en el bar de Zacarías le habían afectado momentáneamente y que jamás lo llevaría a cabo. Charli es un tipo muy activo, no se puede estar quieto ni un momento y siempre está organizando trastadas de las suyas, pero en el caso de don Julio y el maniquí había encerrada demasiada maldad, y Charli sería lo que fuese pero no me parecía una mala persona. Sin embargo, no sólo lo ideo y lo planeó, sino que lo ejecutó con una frialdad diabólica. La verdad es que me llevé una decepción muy grande con este chico. Y, desde aquel día tan aciago, no he vuelto a ser amigo suyo. 
Charli es electricista y de los buenos, ya lo creo, un grandísimo profesional y todo un artista, eso hay que reconocérselo, y en Villaval le sobra el trabajo y es raro el día que no tiene media docena de averías que arreglar. Ese es el motivo de que se entere de todo lo que pasa y sepa de primera mano cualquier chisme y enredo que suceda, y nada extraño puede ocurrir en Villaval y su comarca sin que a él se le escape. Lo sabe todo de todos. De ahí que rápidamente supiera lo del maniquí. Y la broma se le ocurrió cuando la señorita Maribel le llamó para que le añadiera unos puntos de luz a una parte del salón de su casa. Insisto en que traté de quitárselo de la cabeza, pero sin ningún resultado. Me fue del todo imposible. 
Charli había quedado en ir a las dos de la tarde al domicilio de la señorita Maribel, al día siguiente, después de que ella cerrara la tienda. Esa mañana llovía ligeramente, y cuando Charli llegó a la casa y entró en el salón advirtió que el maniquí estaba escondido detrás de unas cortinas y que don Julio paseaba la calla arriba y abajo, como todos los días a esa hora, con su gabardina gris de primavera empapada de agua, mirando sin cesar hacia el balcón para ver si por fin se asomaba el sol de sus días. Paseaba y miraba. Miraba y paseaba. Así que Charli, el muy cabrón, no se anduvo con blandenguerías, y, cuando se quedó solo, arrimó el maniquí a los cristales. Nos contó que a don Julio, al verlo, se le iluminó la cara, y como un desesperado empezó a tirar besos hacia donde estaba el maniquí, y a llevarse las manos al corazón y hasta se puso de rodillas como suplicando alguna cosa. Es de suponer que pidiéndole que se casara con él. Un espectáculo verdaderamente bochornoso y de lo más humillante para cualquier ser humano. Charli se doblaba de risa detrás de las cortinas, pero lo peor fue cuando decidió entrar a matar, sin contemplaciones ni monsergas. Quiero decir que Charli salió de las sombras, como un fantasma, y se dedicó a besar en la boca al maniquí, apasionadamente. Y no sólo lo besaba en la boca, sino también en los pechos y mucho más abajo, levantándole la falda, y después empezó a ejecutar una danza de movimientos obscenos. Los más obscenos que nadie pueda imaginar. Debió de ser terrible para don Julio, que seguía arrodillado en la acera de enfrente, con la lluvia resbalándole por la cara, como rezándole a la vida y a la muerte. Según Charli, primero se puso tan rojo como una la luna de mediados de agosto, luego blanco como una pared recién encalada y, al instante, levantando el puño hacia el balcón, cayó de bruces sobre el suelo, devastado por lo que acababa de ver. Don Julio no volvió a dar señales de vida. Según el médico, murió antes de romperse la cara contra el asfalto de la calle. Descanse en paz.


FIN       



         

       


        

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