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15 de abril de 2013

LA GENERACIÓN PERDIDA



CARTAS A DORA MALENGO
MARBELLA, 14 DE ABRIL DEL 2013

QUERIDA DORA: el trajín de presentaciones y entrevistas que he soportado últimamente me ha gastado el sosiego necesario para escribirte como mereces. No obstante, las presentaciones han ido bastante bien, sobre todo la de Marbella, más cuajada de público que la de Sevilla, demostrando que esa fama que le imaginan de ciudad babilónica nada tiene que ver con la realidad de sus vecinos, honrados trabajadores con gran interés por los actos culturales. En realidad, las dos presentaciones resultaron muy entretenidas; la de Marbella porque el coloquio se mantuvo gracias al buen hacer de don Rafael de la Fuente y luego con buena parte del público asistente; y la de Sevilla porque me cayó del cielo un señor que discrepaba de mis teorías sobre Hemingway, tomando el coloquio un rumbo más entretenido y salvándose in extremis del peñazo en que se había convertido. Mi agradecimiento para este espectador atrevido, sea quien sea, pues al final del acto no pude saludarlo y felicitarlo por su intervención y, sobre todo, por la compra del ejemplar que se llevó. Ejemplar que no me puso a la firma, como si nuestro debate hubiera contaminado la sana relación que siempre debe reinar entre el autor y sus lectores.
         Una de las cuestiones que dirimimos fue acerca de la naturaleza de la “generación perdida”, ya que el amable discrepante sólo admitía a tres escritores como socios exclusivos: Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y John Dos Passos. Es decir, que para ser miembros honorarios de la “generación perdida”, tenían que ser americanos, haber vivido en París en los años veinte, haber combatido en la Gran Guerra y, sobre todo, tenían que haber sido bautizados como de esta generación nada menos que por Gertrude Stein, la gran sacerdotisa yanqui de los americanos en París. Y la verdad es que se trata de una teoría bastante extendida, pero que a mí me parece ciertamente ridícula si tenemos en cuenta que tres escritores, por muy importantes que sean sus nombres, no pueden formar ni de lejos una generación como Dios manda.
Curiosamente, Scott Fitzgerald fue movilizado para ir a la guerra, pero nunca salió de América hacia las trincheras europeas, circunstancia que debería imposibilitarlo para ocupar vacante y ser miembro honorario de tan populosa generación. William Faulkner, en cambio, sí combatió en esa guerra, pues fue piloto de la R.A.F., y también  estuvo en París en los años veinte, aunque por poco tiempo. Claro que al no ser bendecido, como era preceptivo, por la reina del Chantecler, o sea, por ese gran bollacón de Gertrude Stein, bien podría excluirse de dicha generación. Sin embargo, John Dos Passos, lo mismo que Hemingway, sí cumple con las tres condiciones exigidas para pertenecer al club, quedándose ambos escritores algo solitarios, generacionalmente, y como a media luz los dos.
         Personalmente, pienso que ya que hablamos de generación literaria, lo mejor es pensar como Ortega que todos los escritores nacidos en la misma época vienen al mundo dotados con ciertos caracteres comunes, unos caracteres que les diferencian de la generación anterior y, por supuesto, de la que sigue. De modo que rechazo cordialmente que a una generación pertenezcan en exclusivas aquellos escritores escogidos por cualquier antólogo con signos de menopausia prematura.
Desde mi punto de vista, entre los miembros de la “generación perdida” deberían figurar todos aquellos escritores americanos que, directa o indirectamente, sufrieron las consecuencias de la Gran Guerra. No obstante, lo normal es que las generaciones literarias convivan tanto con la generación precedente como con la generación que le sigue, produciéndose una vorágine de generaciones mezcladas que suele ser apasionante para el trabajo de los críticos. Yo estoy completamente seguro, mi querida Dora, de que ningún escritor es consciente mientras vive y escribe que pertenece a una generación.
         Un ejemplo de mezclas de generaciones y los estilos pertinentes ocurrió en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial., ya que se mezclaron los de la “generación perdida” con los movimiento literarios que la siguieron. Como muy bien sabes, a los escritores de la camada siguiente los dividieron en tres grupos estéticos bien diferenciados: unos formaron parte de la llamada “generación beat”, a otros los afiliaron al “nuevo periodismo” y un tercer grupo quedó compuesto por una serie de escritores sin una etiqueta específica que llevarse a la boca. Más o menos son todos de la misma edad, ya que la mayoría vino al mundo, aproximadamente, entre 1925 y 1935.
Por ejemplo, el padre del “nuevo periodismo” fue sin duda Truman Capote (1924) con el modelo narrativo utilizado en su novela de no ficción, “A sangre fría”. Y a Capote lo siguieron escritores y periodistas de la talla de Tom Wolfe, Norman Mailer, Gay Talese, Terry Southern, Jimmy Breslin y otros muchos.
De la que llamaron la “generación beat”, el mayor fue William Burroughs (1914) y el más joven Ken Kesey (1935). Entre ellos hay que destacar escritores como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Neal Cassady, Gregory Corso y Lawrenve Ferlinghetti.
En los del tercer grupo, un magma indiferenciado en toda regla, conviven los mejores escritores de la época, si exceptuamos a Truman Capote, un escritor que bien podría estar, por la naturaleza variada de su obra, con unos y con otros, indistintamente, y sin que a él le importara un carajo. Pues bien, a este grupo que no forma ninguna jodida generación ni cosa parecida pertenecen escritores de la categoría de Philips Roth, Bernard Malamud, John Updike, Saul Bellow, Ray Bradbury, William Styron, Gore Vidal, William Saroyan, Charles Bukowski, Raymond Carver y por ahí todo seguido hasta donde tú, mi querida Dora, quieras parar.
Curiosamente, he de confesarte que, por alguna razón misteriosa, siempre me interesaron esos tipos del “nuevo periodismo”, un grupo de reporteros que se dedicaron a escribir sus crónicas de actualidad empleando el estilo novelístico. Te juro que resulta una delicia la lectura de los reportajes de Gay Talese y de Terry Southern. Es como si los hechos de la vida real que ellos relatan se volvieran de ficción, es decir, puro arte literario. ¿Y sabes una cosa? Pues te diré que es lo más difícil que uno puede intentar en literatura.
         Otro hecho que me extraña muchísimo es que nadie haya reunido a las escritoras americanas en cualquiera de las generaciones al uso. ¿Acaso no pertenecen a cualquier generación, perdida o hallada en el templo, mujeres como Djuna Barnes, Dorothy Parker, Lillian Hellman, Dawn Powell, Carson McCullers o Flannery O´Connor? Todas ellas magníficas escritoras.
Resumiendo, creo que esto de las generaciones literarias es un ardid de los críticos y académicos para facilitarse el trabajo y dejar arrinconados caprichosamente a todos aquellos escritores que no rindan pleitesía a ciertas formas estéticas previamente establecidas por ellos mismos. Los escritores sólo pertenecen a su tiempo o al tiempo que ellos prefieran, y jamás deberían consentir ningún encasillamiento generacional.
Por ejemplo, si me permites hablar de mí, fíjate si seré reaccionario que yo me identifico más con el magisterio de un escritor como Faulkner, un suponer, que con cualquiera de mi generación, Lorenzo Silva incluido. Si me dieran a escoger y tuviera poderes sobrenaturales, me gustaría trasladarme en el tiempo a los años sesenta del nuevo periodismo americano para ser amigo y discípulo de Jimmy Breslin, pongo por caso, y también para escribir cuentos como Dorothy Parker y, sobre todo, para asistir a la fiesta, negro y blanco, que Truman Capote celebró, 1968, en el Hotel Plaza de Nueva York. Sin duda, la gran fiesta del siglo XX. ¡Oh, Dora, amor mío, qué fácil me resulta imaginarte sorteando, entre miradas de fuego, toda aquella lava ardiente y mondaine de un esteticismo entre wharholiano y Coco Chanel!
         Tuyo para siempre.
         Antonio
P.D. La fotografía no es de la “generación perdida”, sino de algunos amigos que tuvieron la caridad de asistir a la presentación de mi novela en Marbella.

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