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27 de agosto de 2012

EDWARD HOPPER



CARTAS A DORA MALENGO
26 DE AGOSTO DEL 2012

QUERIDA DORA: El viernes y sábado estuve en Madrid. La temperatura era agradable y cené en una terraza de la calle Jorge Juan, en el restaurante Alkalde. Pero, antes, por la tarde, estuve en el Thyssen para ver la exposición de Edward Hopper. Sin embargo, antes de entrar a esta muestra, subí al primer piso para contemplar el cuadro de Beckmann, “Quappi de rosa”, que como sabes me sirvió para titular una de mis novelas policiacas. Claro que también me acerqué a visitar el retrato de Millicent, mi querida condesa de Sutherland, que fue pintado por el americano John Singer Sargent. ¡Qué mujer tan imponente! Una cosa así como tú, pero en tintes nórdicos, si bien de idéntica presencia y parecido impacto. Luego, como te digo, me pasé por la exposición de Hopper. Demasiada gente. Y es que este pintor es muy popular. Dicen que es el pintor de la clase media americana, de su soledad y de su terrible mediocridad. Para mí es un pintor metafísico, ya que sus cuadros reflejan la perplejidad existencial en el rostro y en la actitud de los personajes, quienes se preguntan si hay algo más tras la cruda realidad que nos rodea. Y digo personajes porque la pintura de Hopper es esencialmente narrativa, cinematográfica, de ahí que sus composiciones sean imitadas con tanta frecuencia por casi todos los directores de cine. Sin embargo, desde un punto de vista puramente pictórico, me parece un artista mediocre. A decir verdad, lo único que yo destacaría de esta exposición son sus acuarelas. También me gustó el autorretrato. Lo demás me pareció de muy baja calidad pictórica. Pero el público, no obstante, disfruta con este arte porque yo creo que sintoniza con su visión de la vida. Una visión triste, pesimista y como sin salida. Y es que la ausencia de respuestas verificables arroja al ser humano al fondo de una especie de abismo donde burbujea la angustia como agua que hierve. La misma angustia que describen Kierkegaard y Heidegger en sus libros de metafísica. Curiosamente, esta angustia es atractiva desde un punto de vista estético, como ocurre también con el famoso cuadro de Munch, ¡esa horrible pintura!, supongo que porque el espectador se siente identificado de alguna manera, aunque sólo sea inconscientemente, con esa actitud como de terror y desesperanza por no saber categóricamente cuál es el objeto de la existencia. Pero, en fin, como te digo, desde un punto de vista pictórico, Hopper no me interesa lo más mínimo.
         Pues bien, otra de las mujeres que visito cuando entro en el Thyssen es Kiki de Montparnasse, quien reina en el museo gracias al retrato que le hizo Kees van Dongen, un pintor catalogado como fovista, oriundo de Holanda, que se convirtió en uno de los retratistas más originales y codiciados del París de los años veinte. Y es que tú, mi querida Dora, te pareces tanto a Kiki de Montparnasse que, cada vez que miro tan maravillosa pintura, creo sentirme bajo esa mirada tuya de diva, de mujer independiente y libre que siempre fuiste para mí. Por eso mismo te imagino en mis sueños de un lado a otro del mundo, desprendiéndote de cuantos amantes te cubren el camino de deseo incontenido, y tú impertérrita, altiva, como si estuvieras más allá del amor y de la lujuria infantil de los hombres. Tú, mi querida Dora, lo mismo que Kiki de Montparnasse, eres la reina de allí donde dejas caer tu pamela, tierra, mar o aire, como también eres la reina de cualquier corazón que ose mirarte sin la protección lunar adecuada. Porque tu luz es luz nocturna, luz de constelación, luz purísima de luna nueva. Así te veo yo desde aquellos años del amor y del cólera. Siempre tuyo. Antonio

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