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5 de agosto de 2012

ADELINA PATTI

CARTAS A DORA MALENGO 3 DE AGOSTO DEL 2012 QUERIDA DORA: Como te decía, los hombres prácticos llenan la vida de asideros tangibles, es decir, son como los norayes de los puertos, las anclas de los barcos, los pilares de las catedrales. Lo mismo nos vale pensar de las mujeres prácticas, con el ejemplo evangélico de Marta, la hermana hacendosa de María, más soñadora y con el pensamiento puesto en las alturas. Los hombres prácticos nos recuerdan que si alguien nos ha puesto en este mundo es para que nos empapemos del mundo y nos impregnemos de su sustancia. El hombre práctico cumple por tanto la función de ser el guía que con su fuerza titánica trata de abrirnos el camino hacia la realidad que nos ha tocado vivir, salvándonos de las veleidades que lo sueños nos presentan. El hombre práctico es el que desbroza la realidad de la maleza insustancial de las sombras paralizadoras que los soñadores perciben. Yo venero y respeto a los hombres prácticos. La verdad es que no son nada románticos y, en definitiva, sólo creen en lo que tienen delante, en lo que sus sentidos les muestran palpablemente como real. Filosóficamente son cartesianos, es decir, para ellos el sujeto es una cosa y el objeto otra. En consecuencia, los hombres prácticos también son materialistas; quiero decir que, según su manera de pensar, las cosas no son el reflejo platónico de una idea previa, sino que las ideas surgen a raíz de la aprehensión de las cosas. No obstante, insisto en que son necesarios. Y desde luego han dado mucho trabajo a los idealistas, desde los filósofos platónicos hasta los físicos cuánticos, los últimos en cuestionar la realidad tal como la vemos. Por otra parte, estoy casi seguro de que sin ellos, sin los hombres prácticos, el mundo aún no habría salido de la edad de la piedra. Claro que tampoco hay por qué llevar las cosas demasiado lejos, tanto en un caso como en el otro, aunque el dichoso punto medio sea tan difícil de conseguir. Yo diría incluso que imposible. Pero precisamente en ese aspecto ha de estar el trabajo psicológico de las personas. Porque por muy práctico que uno sea, también se debería entrar a valorar la importancia que tiene la reflexión acerca de que tal vez nuestros presupuestos mentales no sean tan sólidos como aparentan y que, misteriosamente, la vida oculte algún sentido que se nos escape de entre los dedos. Me gustaría que vieras la cara que ponen los hombres prácticos que yo conozco cuando les cuento que una noche, en esos segundos que se suceden entre la vigilia y el sueño, se me apareció el espectro de Adelina Patti. Adelina Patti fue una famosa cantante de ópera, hija de italianos, pero que nació en Madrid en 1843, justo en un edificio precioso de la Gran Vía que hace esquina con la calle de Fuencarral. Pues bien, yo, por el año 2002, era crítico gastronómico de la revista “La Clave”, y una semana se me ocurrió escribir sobre la “Tortilla a la Patti”. Naturalmente, me pasé todo un día documentándome sobre este plato y también sobre la mujer que le daba nombre. Fue tal empacho de lecturas y audiciones que cuando me fui a la cama esa noche, justo en el momento en que te he dicho, la cantante se me presentó a los pies de la cama, en todo su esplendor operístico, como si fuera a comenzar una función en la Scala de Milán. Imagínate el salto que pegué y el susto tan tremendo que me llevé. Pues bien, tendrías que ver la cara que ponen algunos cuando les cuento la historia. Ni que decir tiene que me toman por loco, y digo yo que me tendrán catalogado en alguna lista de enajenados mentales. Y es que la realidad en la que creen los hombres prácticos no es tan firme y compacta como ellos creen y puede que esté horadada de misterios, y estoy seguro de que a veces dos y dos no son cuatro, por mucho que se empeñen y se violenten por ello. Además, las personas necesitamos mantener abierta una vía de escape para dejar que la imaginación vuele libre y nuestra alma se solace por latitudes desconocidas. El hombre, como decía Heidegger, es un ser de lejanías y necesita creer que hay algo más allá de la línea del horizonte y que algún día la traspasaremos para regresar, como Ulises en la Odisea, a la tierra de donde somos. Siempre tuyo. Antonio

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