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14 de agosto de 2012

OLIMPÍADAS



CARTAS A DORA MALENGO
13 DE AGOSTO DEL 2012

QUERIDA DORA: Me han dicho que por fin se han terminado las olimpiadas. ¡Qué delicia! Lo que no entiendo es como hay mujeres que se prestan a descomponer su cuerpo por unas medallas de un valor más que dudoso. Lo de los hombres ya me parece más lógico porque en el fondo son como niños. Yo recuerdo que echar carreras en el colegio nos parecía de lo más divertido y nuestros maestros alentaban el ejercicio físico porque decían que era bueno para la mente. Pero una cosa es el ejercicio y otra muy distinta la competición hasta caer medio muertos por la patria y el rey. No obstante, lo de las mujeres, como te digo, resulta de una vulgaridad lamentable. Pero si incluso hay un deporte de lucha para que se peguen patadas entre ellas, como si fueran reclusas luchando por un cigarrillo perdido. Y qué me dices de esas corredoras y sus piernas llena de músculos como de alambre de espino, con el trasero desaparecido y los pechos escasos de novicia adolescente antes de jurar los votos. Desde mi punto de vista, la competición deportiva supone para las mujeres la abolición completa de su femineidad. ¡ Y todo por ese afán que muestran algunas por caer en la vulgaridad masculina! Sin embargo, hay deportes que yo salvaría para ellas, como, por ejemplo, el tenis de faldita corta, el voley-playa y el waterpolo (sobre todo cuando termina el partido y salen del agua para dar saltitos de alegría). En mi opinión, estos resultan unos deportes mucho más dignos para la condición de mujer y donde lo femenino no sufre en exceso la merma y el menoscabo que suele padecer en otros. Y luego están esos uniformes horteras que se han traído desde Rusia y sin amor. ¡Qué espanto! Si parecían domadores de circo. Pero, como te digo, yo valoro el ejercicio físico moderado a cualquier edad y condición. Es más, lo considero absolutamente necesario. Mi querida Dora, los humanos disponemos de tres centros vitales que hay que alimentar a diario: un centro mental, un centro emocional y un centro físico. Nuestro equilibrio depende de que se beneficien los tres por igual. La actividad intelectual, como tú ya sabes, alimenta el centro mental. Por eso es tan importante leer todos los días, o estudiar matemáticas, filosofía, ciencias, idiomas, asistir a conferencias, etc. En cambio, nuestro centro emocional necesita otro tipo de cuidados, como visitar exposiciones de arte, escuchar música (sobre todo música clásica), escribir, leer poesía, enamorarse, pintar, esculpir, ver una buena película, hacer obras de caridad, disfrutar de  una buena comida (de ahí la importancia de la gastronomía), mirar el paisaje, rezar, es decir, buscar la belleza incluso en donde menos esperemos encontrarla. Y, obviamente, a nuestro centro físico lo atendemos realizando actividades corporales: pasear al perrito por la mañana, llamar por teléfono, correr, una tabla de gimnasia, hacer el amor, etc. En cuanto a esto último del amor, debería aclarar que también se beneficia el centro emocional, siempre y cuando los protagonistas estén mortalmente enamorados, como tú y yo, ya que el sexo, si no lo estuviesen, se convertiría en un puro ejercicio físico consecuente de una necesidad fisiológica. Claro que si el amor respondiera a intereses únicamente intelectuales, aunque no creo que esto sea posible, habría que considerar a los amantes en cuestión como dignos aspirantes al diván de un buen psicoanalista. Ni que decir tiene que me gustaría ejercitar mis centros al mismo tiempo que tú ejercitas los tuyos. ¿No crees que en algún punto geométrico coincidirían nuestros intereses? ¿Piensas lo mismo que yo? Siempre tuyo. Antonio. P.D. En la fotografía estoy con mi buen amigo Toño Pérez, el fantástico chef del restaurante Atrio de Cáceres, en mis buenos tiempos de crítico gastronómico de La Clave. 

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