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9 de agosto de 2012

GARCÍA MÁRQUEZ

CARTAS A DORA MALENGO 6 DE JUNIO DEL 2012 QUERIDA DORA: he decidido que este mes de agosto me lo voy a conceder en forma de vacaciones. Quiero decir que dejo el periódico y sólo voy a escribir tus cartas para tenerte contenta y pienses en mí cuando tomes el sol tumbada bajo las miradas libidinosas de tus admiradores. Porque sé por mis espías a sueldo que estás en la playa y por las mañanas sacas al perrito a pasear por los alrededores de tu casa y entonces me imagino que eres la señora del perrito del cuento de Chejov, ¿lo has leído?, una delicia. Por cierto esta mañana he leído yo otro cuento, “William Wilson”, de Edgar Alan Poe. Lo he leído porque lo cita el profesor Molinuevo en su libro “Magnífica Miseria”, que trata del Romanticismo. Pues bien, el cuento de Poe viene a colación porque Molinuevo dedica un capítulo a disertar sobre el yo y su doble, un tema muy frecuente en todas las épocas de la literatura, desde Plauto a Dostoievski. Pero no quiero aburrirte con estos temas tan serios. Algo más frívolo resultó sin duda la presentación de mi novela en Benavente. En realidad, más que un acto de frivolidad por mi parte fue un auténtico desastre. Yo no me encontraba muy bien de ánimo y despaché el compromiso sin ninguna brillantez. Decía Baudelaire que es imposible mantenerse sublime a todas horas y a mí esta frase me sirve como excusa. Y eso que tengo una deuda constante con mis lectores de Benavente, de una fidelidad a prueba de presentaciones fallidas. También tengo algo más que una deuda con la bibliotecaria, María José Pérez, la joven que me acompaña en la fotografía, una de esas amigas incondicionales que se preocupan de que mis libros estén siempre disponibles para los usuarios de la biblioteca. Claro que yo tengo un concepto un tanto particular acerca de mi propia obra. Desde mi punto de vista, uno lo que en realidad escribe son magníficas noveluchas. Sí, así es, Dora, amor mío, puras y auténticas noveluchas. Lo cierto es que la gente me dice que entretienen y que se lo pasa muy bien con mi detective, Ciro Blume, y sus historias, y yo agradezco de veras el cumplido, pero muy a mi pesar, posiblemente, sea el entretenimiento el único valor que atesoren. Y te aseguro que con tan poca cosa me conformo. Claro que me gustaría ser más profundo, filosóficamente hablando, y ser más comprometido social y políticamente y aportar al lector una razón para vivir y descubrirle el sentido de la vida y hacer crítica social y luchar contra el “orden establecido”, como tantos y tantos escritores, pero, si te digo la verdad, a mí esas cosas no me salen de dentro y cuando me salen me da vergüenza explicarme públicamente. ¡Parezco un cura! Quiero decir que no me gusta nada pontificar ni convertirme en ningún azote para la sociedad de consumo en crisis. Prefiero, eso sí, reírme frívolamente de todo y de todos. Es lo que mejor me sale. Tal vez porque a mí el mundo sí me gusta en el estado en que se encuentra, tal como está, y no quiero que nadie lo cambie, al menos de repente, es decir, que si cambia lo haga lentamente, sin sobresaltos y con mucho cuidado de no romperse. Precisamente, hay un escritor muy comprometido políticamente, Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, como tú ya sabes. Pues bien, de su obra ahora releo “El amor en los tiempos del cólera”. ¡Una maravilla! Esta novela la leí hace ya cerca de treinta años, cuando yo vivía en Badajoz, pero ahora la estoy saboreando como si fuera la primera vez y mucho más a conciencia. De lo mejorcito que he leído nunca. Algún día me gustaría llegar a escribir, estilísticamente, muy cerca de su nivel y saber perfilar a los personajes con su maestría y genialidad. Claro que García Márquez a su vez siempre trató de escribir como William Faulkner, que es la meta que algunos novelistas se proponen desde el principio. García Márquez lo ha conseguido, si bien yo diría que con algo más de sentido del humor que el sureño, con más retranca y, sobre todo, con algo más de alegría en sus historias. No en todas, pero sí en buena parte de sus novelas. Si la obra de Faulkner huele a estiércol de caballo, la de García Márquez huele gallinazo, sancocho y pachuli de puta. No sé por qué, pero siempre termino hablando de literatura contigo. Espero que en la próxima carta te hable de amor, si es que todavía quieres recibirlas. Besos. Antonio

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