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11 de febrero de 2012

UN PAIS PARA VIEJOS

Mis años jóvenes fueron castañas pilongas y una perra gorda de regaliz. Pero al menos teníamos por delante todo un país por hacer, es decir, un futuro que llevarse a la boca. Los jóvenes de ahora sólo disponen de una tierra que se cuartea lentamente, quiebra a quiebra, y que para colmo se la han llevado a galeras con los grilletes de unos impuestos intolerables. El otro día, en el Congreso, Rajoy dejó claro que España está en la ruina y para mí que lo que vino a decir fue aquello tan socorrido de los niños y las mujeres primero. En realidad, empezamos a sentir igual que nuestros bisabuelos cuando la pérdida de Cuba y las Filipinas, pero esta vez sin el coñazo de la Generación del 98, lo que no deja de ser un alivio. Sólo nos faltaría volver a vivir el suicidio de Ganivet, las novelas neblinosas de Unamuno, las arengas sobre la hispanidad de Maeztu y por ahí todo seguido hasta el marxismo millonario de Jaime Roures y sus mariachis de papel.
Quiero decir que este es un país sólo para viejos. Los jóvenes tienen pocas opciones de supervivencia, a no ser, claro está, que aprendan de nuevo el oficio de leer a Kerouac, hacerse hippy y lanzarse a la carretera en el autobús de Neal Cassady y Tom Woolf. Un oficio, por cierto, que aumentó el PIB nacional de los sesenta a base de fabricar, entre porro y porro, collares, pendientes, pulseras y otras bisuterías para adornos de burguesitas progres y sus puestas de largo en el casino de papá.
Claro que también habrá jóvenes que prefieran ir de maletillas, como el Cordobés, Miguelín y tantos otros de aquel tiempo, que luego hicieron las Américas y se compraron un “Mercedes” con la finca y la hipoteca del Banco Pastor. Sin hablar ya de aquel sector nacional del boxeo, que era como la meca del pobre y donde te daban unas hostias por mil pesetas y un bocadillo de calamares. Aunque, si eras bueno con los puños, podías salir en el NODO, como Pepe Legrá, Fred Galiana y Luis Folledo, entre otros héroes del cuadrilátero o del cuplé, que vienen a ser lo mismo.
Aquella España pobre de Franco tiene mucho que enseñar a esta democracia arruinada de ahora, rota y alcoholizada por los vinos caros y las hipotecas subprime. No es por nada, pero me parece que es el momento de mirar atrás y hacer justicia a nuestros abuelos y, sobre todo, de aprender a sobrevivir como ellos, incluso haciendo las maletas, en plan Alfredo Landa, para huir de este páramo cuajado de liberados sindicales, políticos millonarios y chóferes colgados a cuenta del bolsillo nacional. Un país con una izquierda millonaria y una derecha arruinada, como le pasa a España, no puede ser habitable. Va contra natura.
De modo que mi propuesta es volver a la España antigua de Gutiérrez Solana, los titiriteros, el nacional catolicismo y, sobre todo, a la España eterna de los marqueses limosneros y los tullidos de guerra. Una lástima que Berlanga y Azcona hayan muerto, ya que entre los dos podrían mostrar a nuestros jóvenes cuáles son los caminos obscuros de la supervivencia y la gloria nacional.
Yo por mi parte espero que lo cotizado en estos años me sea reintegrado en forma de pensión. Porque en cuanto me jubile pienso encender el brasero y leer a Baroja, sentado a la camilla, con la boina puesta, las zapatillas a cuadros y fumando Caldo de Gallina. En realidad, uno quiere ser Pla, tener la misma mala leche, beber vino del país y decir, como él solía, que España no tiene remedio ni futuro ni dinero ni las putas son ya como las de antes. ¡Ay, aquella Margot de la copla!

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