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22 de febrero de 2012

MARTES
21 de febrero del 2012

Diario

Si me lo permiten, hoy me gustaría resaltar la importancia que para mí ha tenido siempre un poema de Baudelaire. Recuerdo que fue el poema que elegí para recitar en la boda de mi hermano Jose María. Se titula “La embriaguez”. Pero no se equivoquen. Baudelaire no se refiere solamente a la embriaguez derivada del vino y demás acólitos, sino a esa otra embriaguez que se origina mediante la poesía, la pintura, un paseo por el campo, la caricia de un niño, la buena música, una idea filosófica y así, amigos míos, hasta llegar al infinito.
La embriaguez del poema de Baudelaire es un estado de ánimo especial provocado por la contemplación de la belleza en cualquiera de sus muchas manifestaciones. Hay que estar siempre ebrios, nos dice el poeta, para soportar el peso del tiempo. Pero a la embriaguez, claro está, sólo se accede por el camino de una consciencia despierta. El hombre que vive dormido atraviesa la vida con los sentidos congelados y el alma rígida y fría como las estatuas marmóreas de un mausoleo. Por el contrario, estar despierto consiste en tener los sentidos vigilantes, los poros de la piel abiertos y el corazón dispuesto a recibir las señales, es decir, cualquier estímulo que nos haga vibrar. Recuerden que el divino Oscar dijo una vez que al alma se llega por los sentidos y a los sentidos por el alma.
Josep Pla, en “El cuaderno gris”, escribe algo así como que el hombre debería ser un pescador que saliera cada mañana en busca de la belleza. También Walter Pater, en el epílogo de su libro sobre el Renacimiento, insiste acerca de ese mismo estado emocional referido por Baudelaire: “arder siempre con esa intensa llama, semejante a una piedra preciosa; mantener el éxtasis es el éxito de la vida”. Naturalmente, seríamos injustos si olvidáramos el famoso poema, “El don de la ebriedad”, del zamorano Claudio Rodríguez. Les recomiendo que corran a su biblioteca y lo lean con arrobado recogimiento. Se lo merece.
También Nietzsche, en su “Crepúsculo de los dioses”, escribe acerca de la embriaguez, aunque diferenciando entre la embriaguez apolínea y la dionisíaca. A la música, por ejemplo, sobre todo a la de Wagner, la considera como un mero “residuum” del histrionismo dionisiaco. En cambio, la embriaguez apolínea es la que se obtiene a través del sentido de la vista; por ejemplo, cuando uno contempla un cuadro o lee un poema o mira una escultura. También nos habla Nietzsche acerca de un concepto que necesita de cierta reflexión. Me refiero a la “embriaguez de la gran voluntad”, la voluntad que traslada montañas. Nietzsche utiliza el ejemplo de la arquitectura para explicarlo. “La arquitectura, nos dice, es una especie de elocuencia del poder expresada en formas. En la arquitectura adquiere visibilidad el orgullo, la victoria sobre la fuerza de la gravedad, es decir, la voluntad de poder”.
Perdonen el atrevimiento, pero en mi opinión, la embriaguez (el arrobamiento, la emoción, el éxtasis, la excitación o como quieran ustedes llamarlo) podría clasificarse en apolínea y dionisiaca, pero no según los sentidos que la provocan, como dice Nietzsche, sino por la naturaleza de los estímulos. Por ejemplo, la música de Mozart se diría que es apolínea; sin embargo, la de Wagner es dionisíaca. La pintura de Bacon es dionisíaca; en cambio, la de Sorolla, un suponer, es apolínea. La poesía de Baudelaire, sobro todo los poemas incluidos en “Las flores del mal”, es dionisíaca, mientras que la de Juan Ramón es apolínea. Digamos que todo lo dionisiaco procede de lo irracional, es decir, de todo aquello situado más allá de los límites de la razón. Y utilizo la palabra “límite” según la terminología filosófica del profesor Eugenio Trías. Por el contrario, lo apolíneo coincide con todo aquello manifestado a la luz de la razón, o sea, lo que Trías llama “el cerco del aparecer”.
También el profesor Trías nos habla de un sentimiento que produce la quiebra de la embriaguez: el asco. Nos dice el hombre es el único animal que no soporta el asco. Para él, el asco supone la quiebra de todo sentimiento estético. Sin embargo, muchos artistas lo que pretenden con sus obras es, precisamente, suscitar el asco del espectador. Personalmente, creo que están en su derecho, ya que el asco es un sentimiento como otro cualquiera y, por lo que se ve, bastante eficaz para despertar a los dormidos. Eso sí, el asco es el extremo opuesto a la embriaguez de Baudelaire. Salvo en el caso de algunas perversiones. Confieso.

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