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16 de febrero de 2013

EUGENIO TRÍAS



CARTAS A DORA MALENGO
SAN MARCIAL, 13 DE FEBRERO DEL 2013

QUERIDA DORA: dejo Marbella con un tremendo y apocalíptico catarro y también con la noticia perversa de la muerte de un gran filósofo: el catalán Eugenio Trías, uno de esos hombres que te hacen amar la tierra donde nacieron, aunque se trate de la desafecta Cataluña, como es el caso.
         Una vez le preguntaron a Machado si creía en Dios, y el poeta respondió que, en materia de religión, lo que dijera Unamuno. Así que yo también me atrevo a responder que, en cuestiones de filosofía, estética y religión, lo que diga Eugenio Trías.
         De momento voy a recuperar su obra y a ponerme de inmediato, creo que por cuarta vez, con una que me ha dejado una profunda huella. Se trata de “La edad del espíritu”, en la que Trías analiza la evolución histórica de la relación del hombre con lo sagrado, desde la Prehistoria hasta nuestros días. Para mí lo más importante es que Trías muestra en esta obra la profunda grieta o, mejor dicho, el salto cualitativo que supone la filosofía de Descartes. Antes de Descartes, todo razonamiento presuponía una previa “revelación” a través de la cual se manifestaba simbólicamente lo sagrado. Pero después de Descartes, la razón se ve en la necesidad de generar, desde ella misma, su propia revelación.
         Te recomiendo, si quieres leer a Trías, mi querida Dora, que comiences por el libro que escribió para analizar “Vértigo”, la película de Hitchcock. El libro se titula “Vértigo y pasión”. Fue la primera obra que yo leí de Trías. Después empecé a comprar todo lo que encontraba de él, y yo creo que, salvo las dedicadas a la música, he debido de leerlo todo.
         Hace unos años me lo encontré por la Puerta del Sol, camuflado entre el bullicio de los miles de viandantes que iban y venían. Sin embargo, lo descubrí enseguida, bajito él, y como con la cabeza enterrada entre los hombros, y su enorme bigote a lo Nietzsche, y esos ojos suyos como dormidos pero llenos de asombro por la vida. Me hubiera gustado saludarlo y darle las gracias por todo, pero soy demasiado tímido y la vergüenza a veces me agarrota los músculos y mi voluntad se queda como paralizada.
Ahora lo que me preocupa es este catarro del demonio que me tiene como inutilizado de mente, no digamos de cuerpo, y por eso no se me ocurre mucho más que decirte, salvo que me gustaría saber con más frecuencia de tus cosas. De momento, me voy a la cama por ver si me recupero en posición horizontal y consigo leer alguna cosa, aunque mucho me temo que algún imprevisto me agüe la fiesta.
Te aseguro, Dora, que lo mejor para el catarro (Blanca, hermana, esto no lo leas) parece ser que es leer en la cama alguna obra algo subida de tono, sobre todo para mantener un cierto nivel de excitación, ni muy bajo ni muy alto, que actúe como energía terapéutica. Naturalmente, hay que mantener constante el nivel calorífico durante el mayor periodo posible, tratando de canalizar la energía a lo largo de la médula espinal, y dejando que el ardor se extinga por sí solo. Es decir,  sin dejarse llevar por la pasión manipuladora.
O sea que he decidido irme a la cama con una obra anónima del siglo XVIII, “Grushenka”, todo un clásico de la literatura  erótica rusa. Ya te contaré de qué va el asunto y qué tal me ha sentado como cura  antiviral y cataplásmica.
Tuyo para siempre.
Antonio
P.D. Mi querida madre siempre me decía: “Antonio, hijo, no escribas guarrerías”

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