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23 de febrero de 2013

EL REY Y LOS TIEMPOS DEL CÓLERA




Me pasa que, al estar exiliado en Messolonghi, las cosas de España me vienen como en escorzo, casi sin fuerza, como una brisa que acabara de atravesar un campo de clamores en putrefacción. Aquí nos preguntamos, un suponer, por la salud de nuestro Rey, que es como preocuparse por la salud social de la Monarquía. Naturalmente, la mayoría cree que mientras las encuestas proclamen un elevado número de monárquicos, los partidos no pedirán ni la abdicación ni, mucho menos, la proclamación de la tercera República, salvo que algún deficiente neuronal, como es el caso del catalán Navarro, ejercite sus estupideces lanzando al viento toda una sinfonía de relinchos algo precipitada.
         Otra cosa es que todo el mundo piense que el yate de la Monarquía ha chocado con un iceberg y tiene en su costado izquierdo, es decir, a babor, un hermoso cráter por donde vierte a borbotones la discutida razón de su existencia. Quiero decir que la izquierda española sólo tiene que esperar pacientemente a que el vaciado se complete, las encuestas brillen a su favor y la derecha se despoje de su monarquismo entre visillos y demás vacilaciones. No es por nada, pero me da en la nariz que el Rey va a ser el chivo expiatorio de todo este carnaval de corrupción que ahora se celebra en España. Mucho antes de que los partidos asuman su responsabilidad en esta debacle institucional que nos asola, se pedirán cuentas al rey, y, en cuanto convenga, le obligarán a que abdique. El caso Urdangarín va a ser la clave de la salvación para muchos. Recuerden que en las culturas primitivas, el sacrificio del rey era la epifanía que garantizaba la renovación de la vida en la tribu. No crean que me invento la historia. A tal efecto, lean ustedes, por ejemplo, “La rama dorada”, de James G. Frazer. Incluso en el Nuevo Testamento hay un ejemplo muy clarificador en cuanto a redenciones se refiere. No sé si me explico.
         España se ha convertido en un cenagal oscuro y maloliente donde, para colmo, la mitad del censo espía al otro medio y viceversa. El poder tiene que resultar un negocio de lo más boyante, para que los políticos de uno y otro signo se hayan declarado una guerra civil sin precedentes. Hasta varios millonarios, me refiero a ciertos actores de triunfal presencia, afilan sus sables guerracivilistas y demagógicos para  participar en la contienda. Pero lo que ellos no saben, me refiero a la izquierda exquisita y caviar, es que la corrupción tiene más cuartos que un hotel de putas, como diría el maestro García Márquez, y para mí que primero deberían mirar debajo de sus celuloides, antes de levantar los decorados del prójimo.
         La democracia española, sin más demora, tiene que buscar un refugio/retiro para reponerse de los excesos, reflexionar acerca de cuáles son los principios políticos que deberían regirla y darse golpes de pecho por los pecados y faltas cometidos. Esta es una labor que debería liderar nuestro rey, que no sólo de campechanía vive el hombre, auspiciando, si hiciera falta, un nuevo periodo constituyente. Pero el rey parece atrapado en una tela de araña que le tejieron sus propios errores, desde las boquitas pintadas y vampíricas de sus amantes hasta sus amistades más peligrosas y financieras. Como monárquico, siento decir que a don Juan Carlos se le agota, día a día, el crédito popular de su arbitraje. En mi opinión, el monarca debería reflexionar hasta dar con la clave de una urgentísima regeneración democrática, comenzando desde la sala dorada del trono hasta la última alcaldía de España. Uno le aconsejaría que, para empezar, se fijara en la actitud del Papa Benedicto, más que nada por si viera en ella alguna idea aleccionadora. Me refiero, claro, a lo del convento. A qué si no.


                   

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