Vistas de página en total

16 de septiembre de 2012

UN FUNCIONARIO DE COLOR GRIS




Ingenuamente, uno pensaba que entre los miembros/miembras de la casta política había ciertas diferencias, no sólo ideológicas, sino éticas y estéticas, que no son lo mismo. Sin embargo, después de los ocho meses de Rajoy y sus metafísicos, no tengo otro remedio que creer en alguna fuerza cósmica y unificadora que entre en funcionamiento cada vez que un español llega a la Moncloa. La comparecencia de Rajoy ante las cámaras de televisión consiguió que se rasgara el último velo de Isis. ¡Definitivamente! Lo siento por mi inocencia perdida, esa virginidad del alma, pero ante mí quedará para siempre la imagen de un funcionario grisáceo. El buen hombre será notario o registrador de la propiedad, esa mandanga que todos los padres del mundo desean para sus hijos, pero yo en Rajoy no vi al político capaz de cargar sobre sus espaldas el destino de un pueblo. El destino y la miseria, claro está, porque no otra cosa se ha de administrar en estos momentos.
         Cuando el infausto Zapatero llegó al poder por vía ferroviaria, ¡qué vergüenza!, muchos supimos que en algún aquelarre de inútiles nos habían echado mal de ojo. Me reafirmo, por tanto, en que durante ocho años los españoles hemos soportado al mayor inepto que vieran los siglos. El daño que ese chico ha infringido a este país es posible que no pueda ser cuantificado en mucho tiempo. Quiero decir que después de Zapatero necesitábamos a un gran político que nos devolviera la confianza en nosotros mismos. Necesitábamos a un líder bajo cuyo carisma nos alienáramos para trabajar por una recuperación no tanto económica como cultural y anímica. Necesitábamos a un líder que antepusiera los intereses de la nación a los de su partido. Sabíamos que Rajoy no atesoraba demasiadas cualidades como para calificarlo de líder, pero sí al menos entreveíamos en él una cierta voluntad política de hacer las cosas bien. Si bien de entrada nos mintió, nos engañó y se burló de nuestra necesidad imperiosa de deshacernos de su antecesor.
         Desgraciadamente, la primera medida que tomó fue una subida generalizada de impuestos que, para colmo, no venía precisada en su programa electoral. Y todo el mundo sabe que las subidas de impuestos no consiguen jamás aumentar los ingresos públicos, además de frenar tanto las inversiones privadas como el consumo, dos factores indispensables para el crecimiento económico. Una subida de impuestos, para más escarnio, que no vino acompañada de un cierre radical de todas y cada una de las empresas estatales, incluidas las televisiones, que presentan un balance deficitario. O sea que el señor Rajoy prefiere ajustar el gasto en partidas como sanidad y educación antes que privar a sus huestes de los mecanismos de manutención y de poder al uso.
Porque antes de tocar un solo euro del bolsillo de los españoles, debería haber empezado, señor Rajoy, por atajar el despilfarro generalizado de las Comunidades Autónomas. La visión de esos parlamentos, a todo confort, de algunas provincias, ¡provincias!, como Murcia, Logroño, Santander, Asturias, Ceuta, Melilla, etc, es un insulto no sólo a la decencia sino a la estética menos exigente. ¿Sabían ustedes que en Extremadura, mi tierra, hay más trabajadores públicos que privados? ¿Y cómo es posible que haya trescientos mil liberados sindicales en España? ¿Y los cincuenta mil coches oficiales? Señor Rajoy, antes de empezar por sabotear nuestros bolsillos, hay que limpiar, como en uno de los trabajos de Hércules, los establos del rey. Hay que tomar medidas ejemplarizantes antes de imponer sacrificios a los contribuyentes. ¿Con qué humor vamos a pagar más impuestos sabiendo que una parte es para financiar a esa corte de los milagros que constituyen hoy jueces y políticos? Perdone usted, señor Rajoy, pero tengo la sensación de que alguien me quiere atracar a mano armada. Yo habré perdido la inocencia, pero usted ha perdido mi voto.

         

No hay comentarios:

Publicar un comentario