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31 de marzo de 2012

HUELGUISTAS DE ALTA ALCURNIA

La huelga sindical fracasó con el mismo estrépito que un servidor frente a la cama de Kim Basinger. En realidad, somos nosotros, los señoritos, los únicos huelguistas vocacionales de la Historia. Los únicos, en definitiva, que vamos a la huelga con un poco de clase y dominio de la situación. Quiero decir que nos sentimos huelguistas de todo corazón y, naturalmente, también por linaje, genética y cierto malditismo cultural. Sé que debería estar vacunado contra las turbulencias de la plebe, pero reconozco que aún me asombra tanta arrogancia barriobajera y violenta de las llamadas hordas informativas. Desde luego, nadie contaba con la resurrección del pistolerismo barcelonés y el fantasma de antiguas revoluciones fracasadas. Desde luego, así no se hace una huelga con estilo. Si lo sabré yo.
Por ejemplo, en mi club, aquí en Messolonghi, conseguir el título de huelguista es más difícil, un suponer, que agenciarse un marquesado en la ventanilla del rey. Para ser huelguista hay que superar pruebas realmente infernales. Sin ir más lejos, todo aquel que se levante antes del medio día será descatalogado al instante, pero no sin una cierta y desdeñosa perplejidad, que es lo más terrible. En este punto, creo entender que ciertos liberados sindicales bien podrían ser considerados, no sólo como aptos, sino brillantemente capacitados para el título.
Naturalmente, un señorito con el diploma de huelguista llegado el caso jamás ejercería violencia contra sus semejantes, ni quemaría contenedores ni levantaría barricadas ni gritaría como un hincha culé delante de las cámaras de televisión. Un señorito huelguista reserva su violencia para la cancha de tenis o para el campo de golf. Circunstancia que también podría ser superada por una mayoría de sindicalistas, muy capaz de jugar la Copa Davis y el Torneo Augusta sin desentonar lo más mínimo. Me refiero a que una mayoría de ugetistas y comisionistas se alinearían entre las filas del señoritismo español sin que se les notara la bajeza de su estofa.
Otra cosa, claro está, sería conseguir el título de huelguista marxista/leninista. Harina de otro costal. Ese diploma no lo ha conseguido ni siquiera un servidor. Para semejante consideración se precisan cualidades de alto rango y otros ennoblecimientos de social importancia. Por ejemplo, Jaume Roures y Juan Luis Cebrián son el prototipo de hombres que cualquier club de señoritos del mundo desearía contar entre sus accionistas. A estos sí que se les podría considerar como candidatos inmejorables a la alta consideración de señoritos huelguistas marxistas/leninistas. Un título que bien podría equipararse a un ducado con grandeza de España. Además, estos dos pimpollos, a pesar de que sus empresas acumulan dificultades, son millonarios, como otros tantos señoritos huelguistas que zascandilean por los paraísos perdidos del obreraje. Y los millonarios, amigos míos, tienen sitio en cualquier lugar del mundo.
Distinto resulta lo del ínclito Martínez, magnate sindical y consejero de Bankia, ciento ochenta mil al año: vergonzosos esos modales largocaballerescos y esa mirada amenazadora, como de pájaro picoteador de Bahía Bodega. Yo es que me siento aterrado cada vez que se encabrita vociferante. Ni a las doce me atrevo a salir de la cama. Menos mal que todo ha terminado y he vuelto a tomar el aperitivo con mis amigas de toda la vida, unas tigresas cosméticas de suaves adunaciones. Por cierto, hablando de mujeres: qué empacho la presencia constante y mortificadora de esa tal María Antonieta Iglesias. Para paisajes de ocaso prefiero a cualquiera de las folclóricas, pero con alguna cuarta más de gálibo y otras morbideces mejor articuladas y, sobre todo, más dulcemente obscenas. Por ejemplo, servidor, con la Griso, de tan loca tendencia al contoneo, se iría de huelga al fin del mundo, de piquete en piquete, incluso trataría de robar para ella la mismísima corona de los reyes. Qué no haría un señorito por su país.

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