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31 de diciembre de 2011

CAYO LARA Y LAS ALFOMBRAS DE PALACIO

Al principio pensé que aquella multipresencia callejera y llorona era como consecuencia del entierro político de Zapatero. Pero alguien me dijo que la cosa iba por la muerte de ese norcoreano con cara de flan chino mandarín. La verdad es que uno no tenía el gusto de conocerlo y, por lo que me dicen, se trata de un comunista que levitaba delante de un puñado de misiles nucleares. Me pregunto si Cayo Lara tendrá los mismos gustos que el chino o, por el contrario, habrá asimilado esa cosa del eurocomunismo de Carrillo y Sartorius, conde de San Luis, su discípulo predilecto. Para mí que Cayo Lara no aplaudió el discurso del rey en el Congreso porque este rey, en vez de misiles nucleares, tiene un yerno algo tarasca y como suavemente lamido por todo lo que en este mundo nos lleva a la codicia.
Claro que a Cayo Lara se le notaban los ojos rojos de llorar de risa, como con retortijones coreanos, al paso fúnebre de la familia real. No en vano me dicen que todos los republicanos españoles han colgado un retrato de Urdangarín en sus despachos, al lado del de Azaña, y que piensan dar en su honor una cena homenaje y nombrarle republicano del año. Este chico, Urdangarín, ha hecho más por la tercera República que el abuelo fusilado de Zapatero y la ley de la Memoria Histórica, con o sin esqueletos de carretera y tapia de cementerio. Yo que don Juan Carlos no estaría tan seguro de que la sucesión monárquica será aceptada mayoritariamente por el pueblo español. Sólo de haber visto a Cayo Lara, brazos cruzados en el Congreso, negándose a conceder el aplauso real, me hace pensar que nada será igual de ahora en adelante. Un revolucionario como Cayo Lara, agricultor y ex alcalde de Argamasilla de Alba, es capaz de tirarse al monte y alborotar el gallinero republicano y empezar a cantar carmañolas del brazo de Urdangarín y sus informes dorados.
Mucho me temo que, de no aclarar cuanto antes todo ese trajín esotérico de los activos tóxicos, pronto tendremos como inquilino del Palacio Real, un suponer, al egregio don Gregorio Peces-Barba, en plan presidente electo, bajo la protección palatina y fantasmal de don Manuel Azaña. Porque a estos republicanos no les importa adoptar toda clase de lujos y, como en 1931, desearán instalar el nido en la Plaza de Oriente, con cambio de guardia y todo, a la sombra caliza de los reyes godos, el viaducto suicida de los ultraístas y el scalextric municipal. En mi opinión, lo que pretende Cayo Lara es disputar la presidencia a Peces-Barba y pujar por la colección de relojes del Palacio Real y pisar esas alfombras persas y mullidas del Salón del Trono, acompañado, naturalmente, por Cándido Méndez y Fernández Toxo, el remero del Volga. Y todo para sentirse como si de nuevo se hubiera volatilizado la dinastía Romanov al completo, desde el zar Nicolás a la princesa Anastasia Nikolayevna y su amigo Rasputín.
Porque todos estos que ahora ríen las gracias del rey, serán los mismos que lloren de risa, al estilo norcoreano, cuando llegue el momento crucial y sucesorio de don Felipe, príncipe de Asturias. Los socialistas, la otra mañana, aplaudieron la presencia y el discurso del monarca en la apertura oficial de la legislatura, pero yo dudaría de la sinceridad del aplauso. En realidad, todo el rojerío, aunque en general venga de la Falange, o tal vez por eso mismo, se siente republicano hasta la médula, y sólo necesitan una pequeña excusa para dinamitar el estalache monárquico. Ahora están callados por el vapuleo electoral del 20N, pero ya se las arreglará Rubalcaba para organizar unos juegos florales a la altura de las circunstancias. Y si no al tiempo.

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