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10 de diciembre de 2011

LOS AFRANCESADOS

Los españoles hemos estado siempre con la cosa de ser franceses. Ellos tenían un Borbón en el trono y hasta que no lucimos uno parecido, Felipe V, no paramos de enredar e incluso nos metimos en pólvoras para conseguirlo. Después nos trajimos a Pepe Botella para igualarles la Historia y también para que nos llenara Madrid de `cocottes´ ilustradas y nos enseñaran las enaguas y pololos al bailar el Cancán o lo que se estilara entonces. También intentamos tener nuestra propia República y por dos veces a punto estuvimos de conseguirlo si no llega a ser porque aquí nadie sabía cómo funcionaba el apaño y entre todos le pusimos la mascletá debajo de los fundamentos. Y aunque tardío, llegamos a tener nuestro Napoleón en la persona de Franco y en eso sí que acertamos, ya que la feria duró cuarenta años y un día, y el personaje se murió en la cama sin que ningún `indignado´ lo molestara. Todo lo conseguimos por méritos propios y sin una lectura de más. No creo yo que Voltaire o Montesquieu formaran parte del plan escolar de los españoles de la época. A no ser, claro está, que se tratara de los llamados `afrancesados´, Lista y Moratín entre otros, que eran unos señores con un cerebro artesonado y como en plan lumbreras. Les recomiendo que lean ustedes el libro del profesor Artola, `Los afrancesados´, para que sepan en profundidad la movida que estos crápulas organizaron a cuenta de las chicas del Mouline Rouge.
Como digo, pues, todo lo que nos ocurre a los españoles es porque, en el fondo, queremos ser franceses. Y a los franceses, en cambio, ahora les ha dado por ser toreros y alfombrarnos de faroles y verónicas la Gran Vía. Quiero decir que nos hemos empecinado de nuevo con el tema de la República y otra vez la tricolor en morado vuelve a tremolar por las calles y, como siempre, no pararemos hasta que vuelva a entrar por la puerta de Gobernación, procedente, si no de la cacharrería del Ateneo, sí de algún plató de la Sexta con Roures a la cabeza y El Capital debajo del brazo izquierdo, que es el brazo marxista y trabucaire por excelencia.
Naturalmente, todo esta nueva industria republicana viene como consecuencia del caso `Undargarín¨ y sus pelotazos a la hora del té de las cinco. Aquí en España todo el mundo se enfanga con lo del trinque, una actividad que nos viene de lejos, más allá de los pícaros del Siglo de Oro. Sin embargo, a la familia real alguien les ha vedado su colaboración en el gran deporte nacional. Urdangarín, si le viene en gana, puede jugar al balonmano, pero no puede tener de compañero, un suponer, ni a Pepiño ni a Luis Candelas ni al Dioni. Se quiere una Monarquía pura y santa como, por ejemplo, aquella belga de Balduino y Fabiola, que no tuvieron descendencia por lo aburrido que se lo montaban bajo el baldaquino nupcial. Exilio o santidad: este es el dilema a resolver por la Monarquía española. Y todo viene, claro está, por ese capricho tan democrático de los príncipes de querer meterse en nupcias con nosotros los plebeyos, cuando ninguno somos de fiar y hay mayoría culé entre otras perversiones. A los plebeyos lo que nos gusta es una jai como Brigitte Bardot para gastarnos con ella la mordida y el tráfico de influencias y convidarla a champán y lencería fina. Como digo, los españoles queremos ser franceses y republicanos a mismo tiempo. Si no me creen, ahí tienen ustedes a Rubalcaba y a los `sains-culottes´ del 15M y a la guillotina que a estas horas levantan en la Puerta del Sol. Pasen y vean

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