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11 de agosto de 2014

HANNAH ARENDT




Domingo, 10 de agosto del 2014
DIARIO

Anoche hablé de esa cosa tan mala que es el Mal con Hannah Arendt, mi amiga judía, la cual se me apareció en sueños entre una nube de humo de tabaco negro de picadura, colilla y media en los labios, como aquellas vejanconas glaxofonadas de las corralas de Lavapiés. Naturalmente, la invité a una copa de güisqui y aceptó, como sospechando que la velada iría para largo. Yo es que a esta chica siempre la he tenido en buena ley y la he leído a menudo, pero no sólo por lo de Heidegger, que también, sino porque escribió muy derecho y con buena letra acerca de los totalitarismos y la condición humana, dos asuntos que para mí caminan de la mano y en paralelo, como hermanos de sangre. Ustedes ya me entienden.
No llevábamos mucho tiempo hablando de temas tan importantes como el tiempo, en su significado más climatológico, cuando ella desvió la conversación hacia ese empeño tan suyo y meditado de otorgar al Mal la dudosa condición de la banalidad. Adviértase que tiene escrito un libro al respecto, y recuerden también que Hannah Arendt fue corresponsal nada menos que del New Yorker en el juicio que se celebró en Jerusalén contra Eichmann, un nazi confeso de las terribles S.S., que fue el encargado de firmar los transportes de judíos hacia los distintos campos de exterminio. Sin embargo, el muy cabrón se defendió con el argumento de que él sólo era un funcionario del Estado alemán cumpliendo burocráticamente con su trabajo.
Así que Hannah Arendt, siempre tan inteligente, al observar a este individuo y oír sus palabras, se dio cuenta de que estaban juzgando a un auténtico don nadie, es decir, a un tipo que por su pequeñez y vulgaridad hacía que el Mal pareciese algo banal. Yo le dije que, en efecto, tenía mucha razón, pero que la banalidad no formaba parte de la esencia del Mal, precisamente, sino de la personalidad del funcionario que se juzgaba. Porque la banalidad del Mal, en caso de que la hubiere, quedaría minimizada al situarla en las altas esferas del nazismo. Quiero decir que la cosa se disiparía al entronizarse en la verdadera guarida del ogro.
Sin embargo, téngase en  cuenta que el origen real de las leyes promulgadas para conseguir el exterminio de una raza, no hay que situarlo, en mi opinión, en las altas instancias del nacional-socialismo, sino en la misma psique del ser humano, se llame éste como se llame. Por lo que el juicio a la Historia debería cambiarse por otro sumarísimo al mismo corazón de los hombres. Seamos humildes, maldita sea, pero que muy humildes, ya que si aquellos cabrones de nazis fueron capaces de perpetrar semejante genocidio, además de provocar una guerra mundial con millones de víctimas, pensemos que cualquiera de nosotros, en las mismas circunstancias, también estamos psicológicamente capacitados y dotados para realizar acciones semejantes. El Mal, amigos míos, reina con todo su esplendor en el interior de los hombres.
         Desde mi punto de vista, es muy importante que entendamos que el “yo” consciente del ser humano, aquel que con cierta apariencia de libertad decide las acciones, sólo es una parte muy pequeña de la totalidad de la psique. Quiero decir que más allá de la consciencia existe lo que tanto Freud como Jung llamaron el Inconsciente, cuyos contenidos son terriblemente misteriosos y sin duda el origen de la mayoría de nuestros pensamientos, ideas, decisiones y, sobre todo, de la mayoría de  esos malditos impulsos repentinos que nos pueden cambiar toda una vida y que ponen muy en duda la libertad de los hombres.
Pensemos que en los tiempos antiguos llamaban dioses o demonios a estos contenidos inconscientes de la psique, y sus actividades están muy bien narradas en la literatura mitológica. De modo que cualquiera que desee tener, aunque sea tan sólo una ligera noción de su poder, debería estudiar a conciencia las distintas mitologías de las culturas antiguas. El estudio de los mitos es una buena manera de conocer algún aspecto de todas esas energías psíquicas que, por las buenas o por las malas, tratan de controlar nuestra personalidad y hacerse dueñas de nuestro comportamiento.
         También les recomiendo la lectura de las obras de Shakespeare, donde se exhiben a conciencia un buen surtido de arquetipos, que así llamaba Jung a los contenidos inconscientes. En Otelo, por ejemplo, hallarán descritas parte de esas fuerzas malignas y nada banales que impulsan a los hombres al asesinato de sus mujeres.
Naturalmente, no deberíamos olvidarnos de la Ilíada y la Odisea, las dos obras homéricas que describen en profundidad la mayoría de las acciones humanas. Y si también indagáramos en las mitologías germanas, seguramente encontraríamos aquellos mitos que impulsaron a los alemanes a llevar a cabo el Holocausto. La oratoria de Hitler y la humillación que sufrieron en el Tratado de Versalles, una humillación que casi les condena a la esclavitud económica, sólo fueron las chispas que activaron las oscuras energías mefistofélicas escondidas en la psique colectiva germana. Me refiero, claro está, a las energías que les impulsaron a la barbarie, y les aseguro que en ellas no hay nada parecido a la banalidad. En mi opinión, el pueblo judío sólo fue el chivo expiatorio que utilizaron los alemanes para justificar lo injustificable.

         Pues bien, de todas estas cuestiones estuve hablando con Hannah Arendt, mientras ella liaba un cigarrillo detrás de otro y lentamente saboreábamos nuestro güisqui escocés. Curiosamente, a la tercera copa, ella comenzó a disculpar el nazismo de Heidegger, aduciendo que el filósofo, en 1933, consideró que el nacional-socialismo era una salida histórica a la terrible crisis de identidad que como pueblo padecían los alemanes. Hannah Arendt insistió mucho en que Heidegger, sin duda el amor de su vida, llegó a ser una víctima ideológica de Hitler porque, en el fondo, a pesar de su inteligencia, era un completo ingenuo en asuntos de política. También me contó que Heidegger, al tomarse la libertad de discutir algunas decisiones del Partido, no tardó demasiado tiempo en caer en desgracia y convertirse en un apestado para la Universidad, siendo cesado en su cargo, y, por supuesto, enviado al limbo de todos los olvidos. Claro que desde mi punto de vista, Heidegger, como ya hemos razonado, no sólo fue víctima de la manipulación ideológica de los brujos nazis, sino también de sus propios demonios inconscientes, que lo llevaron en volandas hasta el mismísimo corazón de las tinieblas, como en la novela de Conrad. Tengamos en cuenta que para vivir se necesita demasiado valor, ya que nuestro peor enemigo lo llevamos dentro. Tan gerineldo.

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