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3 de agosto de 2014

DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA


San Marcial, 2 de agosto del 2014
DIARIO

Nos dice Trías en “La edad del espíritu” que la obra de Platón puede ser considerada como una parte de la Verdad revelada. A veces, los periodistas preguntaban a Machado por sus creencias religiosas y Machado siempre les decía que, en asuntos de religión, lo que dijera Unamuno. Pues bien, un servidor, en materia religiosa, lo que diga Eugenio Trías. De modo que algunos domingos me pongo el traje y la camisa blanca y devotamente me siento a leer algunas páginas de Platón antes del partido del Madrid, que ahora va perdiendo y ya no estoy para nada ni para nadie. Y como hoy es el santo de mi señora, pues eso, que elijo, el “Fedón o de la inmortalidad del alma”, que suena a felicidad conyugal y a gloria bendita, digo yo que por esa promesa tan optimista de la vida después de la vida y cosas así.
Claro que Platón por boca de Sócrates no hace otra cosa que ponderar, y me parece bien, la búsqueda de la Verdad a través de la filosofía y le noto como un cierto menosprecio por los asuntos del cuerpo y los derivados de lo mundano y el alegre candombe. Dice Platón que al negar las inclemencias del cuerpo, el alma se siente purificada y como con más ansias de participar de lleno en el mundo de las ideas, que es un mundo que ya hemos conocido antes de nacer y que el conocimiento, por lo tanto, no es más que un reconocimiento de aquello que ya sabemos y hemos visto por adelantado. Pues bien, si él lo afirma y es Verdad revelada, como dice Trías, yo no tengo más que añadir y a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga.
Sin embargo, a mí me queda el prurito incontenible de romper una lanza en favor del cuerpo serrano de todos ustedes y del mío propio, que tan caro nos sale de conservar entre farmacias, la voracidad de Montoro, los pelargones del nene y la nena, la viagra alentadora y el hotel hortera de Benidorm, ciudad falansterio y ministerial que fundó Fraga Iribarne, cuando aquello de Franco, para que fueran los viejos a fornifollar a calzón quito con las chicas topolino de más de setenta y con el sintrón en la mesilla por si las flais.
Decía Oscar Wilde que al alma se accede por los sentidos y a los sentidos por el alma. No es por llevar la contraria a Platón, Dios me libre, pero yo creo que el griego subestima la labor del cuerpo como vehículo de necesidad para conseguir la felicidad del alma. Con la emoción que sentimos, por ejemplo, al escuchar una sinfonía o al contemplar una obra maestra de la pintura o al saborear un vino exquisito o al comer un plato de nuestro gusto o al olfatear los aromas de una tienda de chocolates, convertimos a nuestros sentidos en ventanales abiertos al espíritu. En tal caso lo más importante es sentir, muy despiertos, cómo la emoción derivada de esta sensualidad, llamémosle voluptuosidad, logra que cada fibra interior y exterior de nuestro ser brille con luz propia, como si fueran los fuegos artificiales del día de la patrona. Resulta que es entonces cuando el espíritu se integra plenamente en el cuerpo y ambos se convierten en la misma cosa y vibran al mismo tiempo y el alma se eleva con plenitud hacia lo infinito. De ahí la importancia del cuerpo para ese quehacer tan necesario que tienen los humanos de hacer alma, de cuidar del alma, como dice el profesor Hillmann y toda la escuela psicológica de Jung, que también es la mía.
Naturalmente, el alma también se regocija con la lectura de poemas, novelas, artículos y textos filosóficos o políticos o con cualquier otro libro que sea capaz de provocarnos una emoción tras el inigualable y vivificante placer intelectual, que es sin duda un buen camino, entre otros caminos, para llegar al verdadero conocimiento. No obstante, los sentidos, al igual que el fuego, pueden purificar o destruir, como dice otra sentencia de Oscar Wilde, que tal vez la pronunció en vista de su propia experiencia vital: terrible, se mire por donde se mire, pero siempre aleccionadora y digna de tenerse en cuenta. Para mí Oscar Wilde es un ejemplo de ser humano y la obra de Platón se ha convertido en doctrina religiosa, la misma doctrina que inspiró a san Agustín de Hipona y a tantos escolásticos que después lo siguieron.
No obstante, como son más de las doce y ya es domingo, creo que he cumplido ampliamente con la Iglesia en la cosa de los oficios y los rezos de prebisterio, porque yo creo que todos los caminos llegan a Roma y al Vaticano del Papa Francisco y su demagogia argentina, que no es poca, como ha dicho, jugándose el tipo, el siempre inspirado y controvertido Sánchez Dragó. Pues bien, aquí estamos, mi señora y yo, domingo de madrugada, a cuestas con un plato de perrunillas y el Madrid que ha perdido con los ingleses, siempre tan empíricos y como sin fiarse de nada ni de nadie que levite más allá de la razón pura, que ya es escatimarle optimismo a la cosa, o sea que me quedo con Platón y los neoplatónicos y con estas perrunillas que están cojonudas y a dormir que son dos días.


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