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5 de enero de 2014

DIARIO


Jueves, 4 de enero del 2014

Resulta que durante la celebración de la Nochevieja, en casa de unos amigos, tuvieron a bien señalarme el camino de salida al considerar, no se lo pierdan, que mi nivel de alcoholemia superaba con creces lo supuestamente tolerable. Y yo les juro que no estaba bebido, sino que lo simulaba a propósito. ¿Me había vuelto loco? En absoluto. El motivo de aquel simulacro tuvo su razón de ser en la lectura de un libro que hace tiempo compré en una librería de Roma. El libro se titula “Comentari della Moscovia” y su autor es un tal Antonio Possevino, un jesuita del siglo XVI que participó en la Contrarreforma, siendo también el primer diplomático papal que visitó Moscú. Y en este libro se dice que los moscovitas tienen como norma emborracharse en las fiestas con el fin de que los anfitriones comprueben el alto grado de satisfacción de sus invitados. Lo cierto es que yo encontré la norma de lo más razonable y oportuna no sólo para los moscovitas, sino para cualquier ciudadano del mundo; sin embargo, en mi caso, al tener prohibida la bebida por culpa de un colon irritable, temí no poder estar a la altura como en justicia me habría apetecido, así que opté por una actuación teatral que al parecer fue de lo más convincente. Tan convincente que, sin haber bebido una jodida gota de alcohol, me pusieron de patitas en la calle por borracho y alborotador. Al día siguiente, conté lo sucedido a mi buen amigo Patricio Santana y me aconsejó que dejara de leer esos malditos libros que, según él, me están mermando el juicio.
Pero en el caso de que ustedes quisieran conocer a mi tocayo Antonio Possevino, no tendrían más remedio que visitar el castillo real de Varsovia, donde encontrarán colgado un cuadro titulado “Bathory en Psków”, del pintor polaco Jan Matejko. Al parecer, el jesuita es el único personaje del conjunto que viste todo de negro. Cuando se lo indiqué al bueno de Patricio, me contestó que ni borracho viajaría él a Varsovia para conocer a un tipo tan siniestro. Claro que estuvo a punto de cambiar de opinión cuando le hablé de las bondades del “bigos”, plato polaco por excelencia y de lo más energético, aunque algunos digan que la receta podría ser de origen francés.
¿Que qué es el “bigos”? Pues nada menos que un estofado de carne de ternera, salchichas, panceta, cebollas, champiñones, setas, repollo, chucrut, salsa de tomate, pimienta blanca y negra, laurel y sal. Los polacos suelen acompañar esta maravilla culinaria con vodka, aunque también es aconsejable un buen vino tinto, naturalmente. Desde mi punto de vista, tan sólo por mantener vivo mi habitual tono de exigencia, a este plato le falta el añadido de unas patatas como Dios manda. ¿No les parece?
Es verdad que esos cabrones de franceses han asimilado mucha cultura de los pueblos que sometieron, sobre todo en la época de Napoleón, pero este esponjamiento descarado no es óbice para reconocer que también de su acervo han aportado lo suyo. Por ejemplo, nada menos que la obra de Henri Bergson (1859-1941), para mí uno de los intelectuales más clarividente de su época. Bergson concebía la vida como una procelosa corriente de consciencia, una energía espiritual desbordante, el “élan vital”, que impregna la materia y la organiza, la coloniza, como quien dice, a fin de incrementar su propia libertad. Bergson pensaba que si el objetivo de la evolución, como decía Darwin, era adaptarse con éxito al medio, ¿por qué fue más allá del estadio de la ameba, que es prácticamente inmortal y ha demostrado ser el organismo más adaptable por excelencia?
Una vez le dije a un tipo de lo más desagradable, cuando trataba de convencerme de que todos venimos del mono, que yo no negaba ni le quitaba que él procediese del primate que se le antojara, pero que ni mi familia ni yo teníamos un origen tan ordinario.
Por cierto, no sé que ha sucedido en realidad, pero se ha extendido por el mundo una espiral de cursilería universal al felicitar el Año Nuevo mediante unos videos horribles que se expanden como virus feroces a través de los teléfonos móviles. Recomiendo a tan activos creadores que para el año próximo, antes de exhibir su mal gusto, lean previamente “La educación estética del hombre”, una obrita muy interesante de Federico Schiller. Es probable que les sirva de aprovechamiento y así los demás tendremos una Navidad libre de sobresaltos innecesarios.



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