Vistas de página en total

31 de agosto de 2013

TE LO VOY A CONTAR CASI TODO Y PERDONA POR LAS MOLESTIAS



I

Mira, Marta, lo primero que quiero que sepas es que nada estuvo premeditado ni yo pensé jamás, maldita sea, en que las cosas se iban a poner como se pusieron, en primer lugar porque yo aquella tarde me fui a Barcelona, ¿te acuerdas lo guapa y deseable que estabas en el andén y cómo me decías adiós agitando un pañuelo con orillas de encaje?, recuerdo que llevabas un vestido blanco casi de época y la chupa de piel negra que tan bien te sienta, pero te juro que sólo me ausenté por lo del cursillo de Mercantil, tan necesario para mi formación como abogado, y también me acuerdo de que te dije que estaría de vuelta en una semana y que empezaríamos de inmediato a preparar nuestra boda, aunque tú en realidad ya llevabas con los trámites desde hacía meses y el banquete ya lo tenías concertado con el Hotel Palace, eso sí, sin tener la deferencia de consultarme el menú y otros detalles de costumbre, y también sé que te habías probado varias veces el vestido de novia que te confeccionaba una modista famosa de la calle Almirante, ya lo sé, pero lo que pasa es que yo tenía mucho trabajo en el despacho y lo sigo teniendo, gracias a Dios, pues no creas que los tiempos son fáciles, nada de eso, y tampoco me resultaba demasiado sencillo abandonar los casos que llevaba entre manos, ¿qué habrían pensado mis clientes?, sin embargo te prometí que a la vuelta de Barcelona te ayudaría a elaborar la lista de invitados y todo eso y, si mal no recuerdo, creo yo que cumplí mi palabra y también recuerdo que no hicimos otra cosa, cuando salíamos por ahí a tomar copas, aunque las copas sólo las tomara yo, que enumerar posibles invitados y tú eras la que decías este sí y este no, sobre todo si se trataba de alguien de mi familia y no consentías por mi parte la más mínima protesta. Quiero decir que en ese sentido no tienes demasiados argumentos como para añadir improperios inexistentes a la ya larga lista de los que tú y tu familia habéis acumulado contra mí, y no te digo que no hayas tenido motivos suficientes para anular la boda, claro que los has tenido, y ahora te digo que yo habría hecho lo mismo que tú, pero déjame que explique y aclare los hechos que ocurrieron, ya que no quiero que sigas culpándome al cien por cien de nuestra ruptura, y mucho menos a Julia María, que nada sabía de lo nuestro. 
Pues bien, la cosa ya no tiene remedio y te juro que si me suplicaras y vinieras a mí de rodillas ofreciéndome tu perdón, te juro, querida, que lo despreciaría y no volvería a tu lado así me muriera por no hacerlo. Esa es la razón por la que te voy a contar casi todo lo que pasó en Barcelona y espero que estas líneas sean el último capítulo de nuestra relación, una relación finiquitada, extinguida, volatilizada, como si nunca hubiera existido, maldita sea, una relación acabada a bombo y platillo y sin haber sido consumada en la cama, que mira que tienen huevos la cosa, porque de ahí viene el problema, querida, no lo dudes, solamente de tu negativa recalcitrante a tener cualquier tipo de relación sexual conmigo antes del matrimonio, ya que si bien te tomaste como una cuestión de vida o muerte el asunto de tu virginidad y pretendías ofrecerme esa flor inmaculada la noche de bodas, que ya hay que ser cursi para decir una cosa así, al menos debiste dejarme probar contigo otros métodos de satisfacción mutua en los que la virginidad quedase tan intacta y tan sin mancha y tan fuera de servicio como el cerebro de tu madre, doña Celia, origen sin duda alguna de esa cruzada contra todo lo que pueda suponer cualquier tipo de intercambio, rozamiento, besos de a tornillo y otras prácticas amorosas que lleven el ánimo más arriba de una temperatura razonable, es decir, no más de los cero grados como máximo y sin que sirva de precedente. No lo dudes querida, esa es la principal razón de que en Barcelona uno cayera en la tentación de desahogar las urgencias que con paciencia mineral había venido reprimiendo contigo, porque entre otras cosas estás como estás de buena y el esfuerzo a tu lado se convertía, según la estación del año, en algo así como cuatro veces mayor que para cualquier mortal con sangre en las venas.

II

La conocí en el cursillo de Mercantil. Me dijo que se llamaba Julia María y se sentó justo a mi lado. Yo le calculé como unos cuarenta años, nada menos que diez más que yo, porque yo la edad no se la pregunto a las mujeres, me parece una falta de tacto y de educación, si bien luego ella me insinuó que estaba muy cerca de los cuarenta y cinco, pero, maldita sea, esa mujer se parecía mucho a ti y me dejó fuera de combate nada más verla. Me pareció guapísima y su cuerpo era como un sueño hecho realidad, lo tenía todo perfecto y en su justa medida, no le faltaba de nada: las piernas largas, la cintura estrecha, el busto erguido, los ojos verdes como los tuyos, el pelo medio pelirrojo, también como el tuyo, si bien su boca me pareció mucho más apetecible, más mullida, más grande, ya que tú, reconócelo, la tienes bastante más pequeña y fina, igual que la de tu madre, doña Celia, que Dios le guarde muchos años.
Al principio, como es natural, Julia María y yo sólo hablábamos de asuntos relacionados con nuestro trabajo de abogados, un rollo insoportable, pero a medida que íbamos tomándonos confianza, siento tener que decírtelo, aquello se desbordó, se nos fue de las manos, y la vida, ¡madre mía!, en todo su esplendor, recuperó posiciones entre nosotros y te puedo asegurar que la semana que pasé con ella en Barcelona fue la mejor de mi vida. Así es, querida, y ahora que lo nuestro se ha roto te puedo decir que yo había estado con otras mujeres, sí, sí, incluso cuando tú y yo éramos novios, no fueron demasiadas, esa es la verdad, como una cuatro o cinco y te juro que ninguna logró dejarme alguna huella, tú me importabas demasiado y significabas mucho para mí, si bien hay ciertos desahogos que uno tiene que buscar al margen de los sentimientos, sobre todo si unos es rechazado una y otra vez por quien se supone tiene la llave de todo. 
Pero primero déjame que te cuente mi primera cita con Julia María. Quedamos después del cursillo, a las nueve y media de la noche, y nos fuimos a cenar al Vía Véneto. El restaurante, desde luego, lo eligió ella, y no creas que tuvo demasiadas dudas al respecto, al parecer ya lo conocía de otras veces, un lugar muy chulo, ya te digo, y lo cierto es que cenamos magníficamente. Esa noche me di cuenta de que estaba en presencia de una mujer de mundo, toda una mujer de mundo, ya lo creo, tenías que haberla visto elegir los platos que íbamos a cenar y cómo entendía de vinos y lo acertada que estuvo en todas sus elecciones. Te juro Marta que nunca había conocido a una mujer de gustos tan refinados. Los tuyos tampoco están mal, pero hay algunos que parecen estar influidos por tu querida madre, ya me entiendes; por ejemplo, la ropa que llevas, y eso que no soy ningún entendido en asuntos de moda, pero incluso a mí me resulta demasiado anticuada para una chica de veinticinco años como tú; te aseguro que salvo con la chupa negra de cuero que yo te regalé, y no es por recordarte el presente, me parece que con todo lo demás no estás a la altura ni de tu tiempo ni de tu edad ni de tu posición ni mucho menos de tu belleza, porque precisamente dinero no te ha faltado nunca, la hija de Nicolás Sánchez Ayesta, presidente del Banco Internacional, no puede vestir igual que viste su madre, maldita sea, Marta, cambia de estilo o cambia de madre, pero haz algo inteligente por tu vida. 
Qué distinta de ti es Julia María, ¿por qué no te pareces a ella?, ella sí que disfruta de la vida, tenías que haberla visto saboreando aquel plato de raviolis rellenos de langosta, y aquellos medallones de corzo con trufas, y aquel vino tinto del Priorato. A ti jamás te vi disfrutar con la comida, siempre presumiendo de tus ensaladas y tus pescados hervidos y tus jodidas barritas de biomanán. ¡Maldita sea! ¿Qué le pasa a cierta clase de ricos que no sabe qué hacer con el dinero? Julia Maria, en cambio, apuró hasta el último átomo de placer de aquella magnífica cena. ¿Y sabes qué hicimos después? Te lo diré, nos fuimos al Bar Ideal a saborear los mejores cócteles del mundo, y la verdad fue que terminamos los dos algo tomados, ya lo creo, pero no tanto como para saber que nuestro destino era dirigirnos cuanto antes al lecho del pecado, joder, Marta, qué querías que hiciera, con lo salido que me tenías por culpa de esa cuarentena tuya, tan inhumana como un horno crematorio. Así que no lo pensé dos veces y tampoco me anduve con remilgos ni remordimientos.   
--Mejor en mi cuarto –dio ella.
--Donde tú quieras –respondí yo.

III

¡Tenías que haber visto cómo tiraba esa yegua cerrera! Yo no había conocido una cosa igual en mi vida, y te puedo confesar, querida, que no sé muy bien por qué razón esa chica me escogió como su partenaire, pues te aseguro que ella habría podido elegir al amante que más le gustara, y no sabes cómo le agradezco que el detalle lo tuviera conmigo. Claro que ella me caló enseguida después del primer combate, adivinando por lo que acababa de ver que mis ardores sexuales eran propios de alguien que vive un amor contrariado. Ay, Miguelito, Miguelito, esos lamentos de animal en celo te delatan, me decía la muy puta. Sin embargo, decidimos de mutuo acuerdo no entrar en detalles biográficos y mantener cada uno su vida en secreto para el otro, más que nada por evitar puntos de fricción y para que cada cual se sintiera libre y actuara como si a ninguno de los dos le agobiara un pasado y te aseguro, querida, que en un principio fue una decisión de lo más acertada, aunque luego tuviera las consecuencias tan inesperadas que tuvo y que tú viviste tan de cerca y te juro que por una parte lo siento en lo que a ti se refiere, pero en el fondo me alegro que todo sucediera tal como sucedió, sobre todo por mi propia conveniencia, ya que nunca he sido tan feliz como ahora lo soy.
Porque nunca pensé que al volver a Madrid, Julia María y yo seguiríamos viéndonos. Sin embargo, la atracción que sentimos el uno por el otro, supongo que debida a lo bien que lo pasamos en la cama, tal vez ella algo peor que yo, seguramente, pero te aseguro, querida, que está más allá de este mundo el placer que yo siento cuando cabalgo sobre los ímpetus de una yegua cerrera de tan buenos estribos, joder, Marta, no sabes lo que te pierdes por llevar a efecto esa manía tuya y de tu madre, doña Celia, de mantener tan en orden de pulsaciones a un corazón aburrido y emponzoñado como el tuyo. ¿No te das cuenta de que estás tirando al vertedero las energías de tu juventud? Porque a este mundo venimos, mi querida Marta, con los polvos contados, no se te olvide, y estoy seguro de que cuando nos llegue la hora tú vas a estar muy por debajo de los que en realidad te asignaron. Ese es el motivo de que yo trate ahora, por el favor que Julia María me hace, de ponerme al día en los retrasos y de llegar al final con las cuentas bien ajustadas, que por si no lo sabes son de obligatorio cumplimiento. Tal vez te sientas ahora en el limbo de las novias burladas, no te lo niego, pero si te retiras a reflexionar lejos de las influencias diabólicas de tu madre, doña Celia, acerca de lo que acabas de vivir, estoy seguro de que llegarás a la conclusión de que tus veinticinco años de mujer hermosísima son todavía una bendición de la naturaleza y una promesa de placer sin límite que debes cumplir cuanto antes, sin demora y a pleno pulmón, sobre todo para dejar salir de una puta vez a la potranca cerrera y de buenos estribos que tú también llevas dentro. Te garantizo, querida, que puedes convertirte en un jodido desperdicio de hembra si continúas guardando bajo llave ese santuario lleno de jaculatorias que ahora tienes bajo las bragas. Quedas advertida. 

IV

No obstante, te diré que al principio de mi relación con Julia María pensé que se trataba de un amor de consolación y en plan resarcidor, como te digo, de las muchas carencias físicas que supuso mi noviazgo contigo, un noviazgo de casi cuatro años, joder, Marta, que es mucho tiempo como para que un hombre viva de soledades furtivas y de esas arenas movedizas que son siempre los amores pagados y no hablemos de esa otra vaina de avizorar de continuo el paisaje por ver si te entra una pava de tu tamaño y que luego se avenga a razones para que no se pegue a la bragueta como si fuera una sanguijuela. Te aseguro que todo esto resulta un sin vivir demasiado estresante para alguien que tiene tanto trabajo como yo. Por eso cuando me encontré con el premio de Julia María y después de que ella me insinuara muy hábilmente que no le importaría seguir nuestra relación en Madrid, yo acepté de inmediato y me puse en sus manos de mujer con experiencia y aquí nos hemos visto al menos tres veces por semana, siempre condicionados nuestros encuentros por la agenda de trabajo de cada uno, pero ayudados por una voluntad inquebrantable de querernos ver por encima de todo. Y te juro por lo más sagrado que conseguimos mantener el compromiso de no saber nada el uno del otro hasta la noche de la cena familiar en tu casa. Incluso te digo que nos reuníamos en habitaciones de hotel para que nuestras respectivas viviendas quedaran al margen de la pasión que nos ahogaba, porque era pasión lo que ambos sentíamos, no lo dudes, así lo creímos al menos hasta que tuvimos la certeza de que a la pasión había que añadirle algunas toneladas de amor. 
Joder, Marta, y todo gracias a la dichosa cena que la bruja de tu madre organizó, manu militari, con el fin de repartir las tareas ineludibles que había que llevar a cabo durante aquellos siete días antes de la boda. Pero, desde luego, a tu madre le salió la cena en su casa por la culata, y ahora que lo pienso me alegro enormemente de que así fuera. Y mira que se esmeró en aliñar bien la ensalada de brócoli, puerros y remolacha, la cual me tuvo tres días en un sin vivir porque estaba yo en que orinaba sangre y luego se trataba de los tintes rojos de la remolacha y sus carotenos tan beneficiosos para la piel, maldita sea, qué obsesión la de tu familia por la comida sana. Pero, claro, lo mejor de todo fue cuando, justo después de comernos la jodida ensalada, sonó el timbre de la puerta y Julia María, de repente, apareció en el comedor. Me pegunto por qué no se abrirá la tierra justo en el preciso momento en que uno quiere que se abra y no antes o después, maldita sea, qué relámpago de pánico me atravesó la barriga, pero que interesante resulto todo si bien se mira. 
Al principio, cuando tu padre me la presentó como su hermana, ninguno os distéis cuenta del terremoto que se empezaba a generarse bajo la mesa. En realidad, no teníais por qué. Desde luego, Julia María, al verme allí sentado y después de ponerla al corriente de que yo era el tipo que se iba a casar con su sobrina, tu prometido, maldita sea, se quedó tan paralizada como yo. Recordarás que la pobre no sabía qué decir. Luego empezó a tomar tierra y a preparar sin ningún tipo de escrúpulos su particular show de media noche, tratando primero de putearme a conciencia con aquellas preguntas suyas tan bien dirigidas por lo certeras a una de mis yugulares más preciadas. En diez minutos escasos logró ponerse al tanto de todos los particulares de mi vida, al menos de los que a ella más le interesaban. Claro que yo me vengué preguntándole todo lo que me vino en gana acerca de su vida y, para colmo, cuando ella callaba porque no quería responder a mi curiosidad, tu padre, tu madre y tú contestabais casi al unísono, sin enteraros del duelo entablado a primera sangre entre ella y yo. Así me enteré de que se había divorciado dos veces y que en vez de hermana era hermanastra de tu padre, un detalle que fue el causante de que yo ignorara hasta ese momento que Julia María formaba parte de tu familia. Yo sabía que ella llevaba el apellido Sánchez de primero y Gancedo de segundo, porque si llega a llevar el Ayeste detrás del Sánchez el misterio se habría desvelado antes de nuestra primera noche y ahora te puedo decir que habría sido una lástima, porque yo es que a tu tía la quiero con toda mi alma y mucho más desde los acontecimientos de aquella noche de la cena. Nunca olvidaré cuando, haciendo añicos el protocolo, las buenas maneras y, asediada por unos celos terribles, te dijo que no podías casarte conmigo porque ella era mi amante y yo el amor de su vida y que no lo consentiría de ninguna manera, te pusieras como te pusieras, y que armaría tal escándalo que temblarían todos los dogmas de tu madre y hasta se resquebrajarían los cimientos bursátiles de la banca española en general. Joder, Marta, no me negarás que tu tía le echó un par de huevos duros a la cena, completando la ensalada de tu madre. Pues para que lo sepas, por si no te ha quedado claro, los mismos recursos de mujer brava, el mismo talento, exhibe entre las sábanas, qué gran arrogancia la suya y qué manera de tirar cuando la muy zorra dice aquí estoy yo. Ni te lo imaginas. Como ya te dije: ¡una yegua cerrera con los mejores estribos de plata que uno se pueda calzar! Lo gracioso fue que todos pensasteis en primera instancia que se había vuelta loca o que estaba borracha o algo por el estilo, al fin y al cabo la tenéis considerada como la oveja negra de la familia entre otras lindezas. Por eso os quedasteis de piedra cuando me levanté para abrazarla y para decirle que yo también la quería y que por supuesto también ella era el amor de mi vida y que no me importaban los catorce años que me llevaba en edad y que el tiempo diría lo que tuviese que decir. Te aseguro, querida, que sólo por ver la cara de tu madre, doña Celia, mereció la pena vivir aquel momento. ¿Te acuerdas de lo que le ordenó a tu padre sin tener en cuenta sus muchos años de oración y penitencia? ¡Nicolás, echa de casa a estos dos fornicadores del diablo! Lo malo fue que a tu padre, con el espanto de un almirante perdido en un mar emborrascado, hasta le faltó el resuello para pronunciar las palabras mágicas y ponernos en la calle a tu tía y a mí, limitándose únicamente a señalarnos con el dedo el camino de la puerta, mientras por la boca le salía como una especie de aire espumoso de champán recién descorchado. 
En cuanto a ti he de reconocer, y no sabes cómo lo siento, que al ocurrir todo tan deprisa y como en un suspiro no tuve tiempo siquiera de mirarte el semblante, aunque me resulta demasiado fácil imaginar tu excelsa palidez y los ojos de asombros que pondrías, como no dando crédito a lo que pasaba delante de ti. Y es que en unos minutos te quedaste sin el novio sin usar que había sido de tu propiedad, pero no seas demasiado dura contigo misma y, como te digo, procura echarle las culpas a la persistencia de tu madre en conservarte entera hasta la noche de bodas, ya que en estos tiempos la flor de tu virginidad se ha depreciado bastante, supongo yo que por culpa de esa especie de velocidad supersónica que ha tomado la vida, desbocándose hacia no se sabe ni qué meta ni qué lugar, diga tu madre lo que diga. Y, ahora, mi querida Marta, procura olvidar y, por favor, perdóname las molestias ocasionadas y permite también que me despida de ti hasta que un día nos volvamos a ver. Sea donde sea.


FIN   
                
                               
               




No hay comentarios:

Publicar un comentario