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26 de agosto de 2013

MÁS ROMANTICO DE LO QUE ÉL IMAGINABA


I
Ahora lo que pasa es que mi amigo Dani ha muerto. La semana pasada lo enterramos en el cementerio de la Almudena. Aquí en la comisaría todo el mundo sabe que yo le tenía un aprecio especial. Pero no quiero que piensen que soy marica y todo eso porque cometerían un error muy grave. Lo que sucede es que yo a Dani le consideraba como si fuera mi hermano mayor. No sé cómo decirlo. Me refiero a que él era mi compañero en la policía secreta y él tenía mucha experiencia en el oficio, era unos cinco años mayor que yo y me enseñó todo lo que él sabía para ser un buen profesional. La verdad es que  desde el principio conseguimos entendernos a la perfección y, al poco tiempo de salir juntos, ambos conocíamos cómo iba a reaccionar el otro en cualquier circunstancia que nos surgiera. Me temo que nunca más volveré a tener un compañero tan inteligente ni tan eficaz como él. Claro que tanto tiempo en la policía me ha enseñado que todas las personas tienen su punto débil y el de Dani, desde luego, era la soledad que arrastraba en su vida privada; por ejemplo, era uno de los pocos policías que no tenían novia, amante, mujer o algo por el estilo. Incluso hubo compañeros que llegaron a insinuar alguna cosa acerca de su posible homosexualidad. Pero él no era homosexual, se lo digo yo, pero sí un tipo de lo más extraño, y antes de que una noche decidiera contarme algunas historias de su vida, uno ya intuía que algo serio le ocurría con las mujeres. Yo estaba, sobre todo, en que seguramente alguna mujer tenía que haberle hecho daño en el pasado o había algún problema de ese estilo.    
Y les puedo asegurar que hasta unas semanas antes de morir no supe nada especial de de su vida privada porque en ese sentido Dani era una persona de lo más reservada. Cuando salía de la comisaría después de terminar la jornada de trabajo, para mí era como si desapareciera de la faz de la tierra, y no lo volvía a ver hasta el día siguiente. Salvo una vez. Pues recuerdo que un sábado por la noche que no estaba de servicio entré, en compañía de unos amigos, en uno de esos bares de alterne de la Costa Fleming. Y allí estaba Dani, sentado en un taburete, hablando con una de las chicas del local, una morena con el pelo largo. Cuando me vio, les juro que sólo se dignó saludarme con un ligero movimiento de cabeza, luego volvió a su conversación y no probó a mirarme en todo el tiempo que estuvimos allí. Fue cuando comprendí que su vida fuera de la comisaría era un enorme fortín dónde no estaba permitida la entrada. 
Después, en el trabajo, les aseguro que Dani se comportaba como un tipo normal, incluso yo diría que era si cabe de lo más amable, generoso y dispuesto, si se lo pedías, a hacer cualquier cosa por ti. A mí, desde luego, siempre me cubrió las espaldas, tanto dentro como fuera de la comisaría. Pero repito que si alguna vez se me ocurrió preguntarle acerca de su vida privada, Dani eludió el tema con una habilidad prodigiosa, como si estuviera acostumbrado a salirse por la tangente cada vez que alguien osaba pisar un terreno acotado y que a nadie le concernía.
Dani no era que digamos un policía limpio, yo tampoco, claro, pero él me enseñó a elegir muy bien la mano que podía sobornarnos. Por resumir la política que solíamos emplear al respecto, se podría decir que en materia de drogas jamás consentimos la más mínima sospecha de ilegalidad. Sin embargo, en materia de prostitución, apuestas ilegales, delitos de inmigración, contrabando de alcohol y tabaco, pongo por caso, solíamos hacer la vista gorda y poner el cazo si el asunto era poco llamativo y no podía afectarnos laboralmente. Dani era un tipo muy listo y con mucha experiencia en la materia y nunca mando alguno sospechó de él en casi veinte años de servicio. Mi política fue ponerme a resguardo de su experiencia, es decir, dejarle la iniciativa en todo negocio que él viera rentabilidad y escaso peligro, por eso me fue a las mil maravillas mientras estuve con él. Dani siempre decía que a los policías corruptos suele atrapárseles por culpa de la codicia.

II

Ese día extraño en que Dani me dijo que quería hablar conmigo de algo personal y que tenía que ser fuera de las horas de trabajo no lo olvidaré mientras viva. Pensé con preocupación en lo grave que debía de ser el asunto si había decidido contarme alguna confidencia de su vida privada. Juro que me dejó planchado aquella naturalidad suya al invitarme a una copa después del trabajo.
--Tengo que contarte un problema personal que no sé cómo resolver. ¿Te importaría que quedáramos después a tomar una copa?
--Como quieras.  
A las diez en punto de la noche entramos en un pub que hay en la esquina de Eduardo Dato y Almagro, pedimos un par de güisquis y, como dos buenos amigos, nos sentamos a una mesa situada en uno de los rincones. Nunca le había visto fumar tanto ni tampoco le había notado tan nervioso, incluso me pareció que había envejecido, más que nada por unas ojeras muy profundas y oscuras, como de no dormir, que le ahondaban los ojos y le ponían cara como de muerto viviente. Tenía la piel algo así como apergaminada y ligeramente pálidas las aletas de la nariz. También me dio la impresión de que fuera del trabajo no era el hombre seguro de sí mismo que yo conocía. Cuando empezó a contarme su historia, la voz le salía temblorosa y hubo un momento en que estuvo a punto de venirse abajo. No me lo podía creer. El hombre que yo admiraba, mi compañero, aquel a quien yo habría seguido hasta el mismísimo infierno, se derrumbaba delante de mí como un muñeco de trapo.
--¡Maldita sea! Todo es por culpa de una mujer –me dijo, bajando la cabeza, como avergonzado de haberlo confesado –Como siempre me ha ocurrido en la vida.
--¿Qué es lo que te pasa?
 Entonces, me lo contó todo. Al parecer, la conoció una tarde en el autobús, cuando él iba de regreso a su casa. Me explicó que se trataba de una chica preciosa, extranjera, una chica no muy alta, pero que el pelo le brillaba como si fuera una estrella y también que era rubio y lo tenía muy corto, muy corto, casi parecía una niña, y que el rubio del pelo era muy claro, casi blanco. Sin embargo, lo que más le gustó de ella, no se lo van a creer, fue lo bien que le quedaban las gafas, unas gafas de montura negra que le daban el aspecto de ser una chica estudiosa de algún colegio privado. Al principio, por culpa de las gafas, Dani no supo de qué color eran sus ojos, aunque supuso enseguida que con ese pelo tan rubio y una piel tan blanca serían azules, acertando plenamente. 
En el autobús, los dos iban sentados frente a frente. Y el problema empezó a fraguarse cuando ella le regaló la sonrisa más angelical que nadie haya imaginado jamás.
--Me dejó hechizado, te lo juro, como si nunca hubiera visto una mujer y un rayo me atravesara el pecho de un lado a otro. Creo que ella leyó en mis ojos todo lo que yo empecé a sentir desde ese momento.
--Sigue contándome.
Entonces, Dani y la chica comenzaron a tutearse y, según sus propias palabras, parecía que se conocían de toda la vida. Así fue. Las palabras fluían libres entre ellos, sin ningún esfuerzo por saber qué decir, así que enseguida convinieron en bajarse juntos del autobús y continuar con su conversación en cualquier otro lugar. 
Me dijo que entraron en una cafetería y que estuvieron conversando toda la tarde. Ella le dijo que se llamaba Elsa y que era venezolana, aunque era hija de padre italiano y madre española. También le dijo que había venido a Madrid para estudiar periodismo, pero que no disponía de mucho dinero y que por eso vivía en Aluche, en un piso con varios sudamericanos sin papeles y que sólo en su habitación dormían ocho personas. Lo que ocurrió entonces fue que a Dani se le ablandaron tanto el corazón como la bragueta y en un arrebato de locura se lió la manta a la cabeza y se la llevó para su casa.  
Me dijo que llevaban juntos casi un año y que él estaba locamente enamorado de ella. Pero lo curioso fue que él nunca le dijo que era policía, como si algo en su interior le hubiera aconsejado que escondiera ese pequeño detalle, tan solo le contó que era funcionario del Estado y que trabajaba en un ministerio, lo que no dejaba de ser estrictamente cierto. 
La relación de Dani con las mujeres había sido hasta el momento bastante calamitosa. Me contó que conoció a una chica cuando él tenía dieciocho años y ella quince. Se llamaba Nina y fue a la mujer, hasta el momento de su encuentro con Elsa, que más había querido en su vida, mucho más que a su madre, según sus mismas palabras. Incluso estuvo casado con ella más de tres años. Sin embargo, Nina se enamoró perdidamente de otro tipo, uno de esos argentinos que hablan y hablan sin decir absolutamente nada, y la muy zorra se largó con él. 
--Nunca más la he vuelto a ver –me dijo con una sonrisa amarga dibujada en sus labios--. Me informaron de que se habían ido a vivir a Buenos Aires y que ese tipo tocaba el bandoneón en un garito de tangos. El muy cretino. 
Como es natural, Dani quedó muy afectado y no volvió a tener relaciones serias con ninguna otra mujer. Me confesó que desde la tocata y fuga de aquel putón verbenero, como él la llamó, sólo se había acostado con profesionales. Al parecer, tenía escogidas como a media docena de prostitutas que iba sustituyendo según envejecían.
--Son las tías más sinceras de este mundo –me dijo medio llorando--. Con ellas sabes de antemano que sólo van contigo por el dinero. No puede haber ni enamoramientos, a no ser que seas un gilipollas, ni engaños ni mentiras ni monsergas ni cuernos ni nada parecido.
--Recuerda que una noche te vi con una morena de pelo largo.
--Creo que esa era Vanesa, una chica estupenda y un portento en la cama. 
Sin embargo, el pobre Dani no fue consecuente con sus ideas y volvió a enamorarse de otra mujer. Pero no tuvieron relaciones íntimas enseguida de conocerse, sino que una vez instalada en el piso, Elsa se dedicó a limpiar la casa, ir de compras al supermercado, hacer la comida, lavar y planchar la ropa y todas esas labores propias de las amas de casa. Ella le dijo que a cambio de la comida y de la habitación que él le había proporcionado, no podía ofrecerle otra cosa que su trabajo como asistenta, prometiéndole que se iría de casa cuando encontrara un empleo que le permitiera pagar sus estudios y algo mejor que el cuchitril donde había vivido en Usera. Claro que después de tres semanas de convivencia y, sobre todo, de atenciones y regalos por parte de Dani, la pareja terminó en la cama y muy enamorados el uno del otro. Y enseguida el muy idiota comenzó con las promesas de matrimonio y todo lo demás. No se lo van a creer, pero le dijo a la chica que si se casaba con él obtendría la nacionalidad española y sus problemas de inmigración quedarían resueltos. Creo que ella se puso como loca de contenta y le prometió que se casaría con el cuando todo el papeleo estuviera listo.  

III

Sin embargo, a la mañana siguiente, revisando en la comisaría unos correos electrónicos de la INTERPOL, observó que el retrato de una chica morena de pelo largo le llamaba especialmente la atención. Descargó la fotografía y como por inercia procedió a modificarla mediante la técnica del fotomontaje, de tal manera que a la chica morena le puso el pelo corto y rubio de Elsa, los ojos azules y las gafas de montura negra, y de repente se dio cuenta de que aquella delincuente no era otra que la mujer con la que se iba a casar al mes siguiente. Pero no se llamaba Elsa, sino Melissa, y tampoco los apellidos coincidían con los del pasaporte.
--O sea que entró en España con un pasaporte falso –le dije.
--Y lo que es peor, yo no me di cuenta de nada. Además, me ha engañado con la edad, no tiene veinte años sino veinticinco. Imperdonable. Pero me gusta tanto esa chiquilla, me tiene tan loco y me da tanto placer en la cama que…
--¿Por qué la busca la INTERPOL?
--La buscan por  pertenecer a uno de los cárteles colombianos más importantes y peligrosos que hay. Según el informe, se trata nada menos que de una ejecutora y le achacan varios asesinatos. ¡Es una asesina al servicio del narcotráfico! Y como la policía la descubrió, los suyos la tienen escondida aquí en España. 
--Y qué mejor escondite que la casa de un policía. 
--No me lo recuerdes.  
Como ustedes supondrán, Dani estaba destrozado con lo que sabía del pasado de su novia. No en vano tardó dos meses en decírmelo. Naturalmente, anuló todo el papeleo de la boda y a ella le dijo que la burocracia en España iba muy lenta. En realidad, no sabía cómo resolver aquel dilema. Porque si se decidía a detenerla quedaría sumido en la miseria durante el resto de su vida, y si no la entregaba corría el riesgo de que tarde o temprano alguien descubriera la verdad y le consideraran cómplice de sus delitos. Pues bien, durante esos dos meses mi compañero vivió una auténtica pesadilla, ya que en casa tenía que disimular todo lo que sabía de ella y, además, tenía que dormir con un ojo abierto por si la tía ya estaba al tanto de qué clase de funcionario era él, y no fuera a ser que por seguridad se le ocurriera poner en práctica todos sus conocimientos criminales. Un auténtico calvario para el pobre Dani. De modo que decidió contarme el problema para liberarse de aquella tensión y, sobre todo, para que alguien de confianza le obligara a cumplir con su deber de policía.
Al día siguiente informamos a nuestros superiores y procedimos a la detención de la chica. No se lo creerán, pero esa mañana, cuando en el coche íbamos hacia su casa, noté a Dani demasiado tranquilo. Y, curiosamente, cuando llegamos, la chica había desaparecido. Sobre la mesita del salón había una nota en la que Elsa le daba las gracias por su hospitalidad y le comunicaba que volvía a su país. También le decía que le querría toda su vida.
--Esa chiquilla está acostumbrada a sobrevivir y tiene el sexto sentido muy desarrollado, no puede haber otra explicación –dijo Dani cuando leyó la nota--. ¿No te parece?
--¡Si tú lo dices!
Aquella misma noche, Dani se metió la pistola en la boca y apretó el gatillo. Los sesos quedaron pegados en el techo. Pero yo siempre he sospechado que fue él quien avisó a la chica de su inminente detención, dándole tiempo suficiente para preparar la huida y salir del país. Y es que Dani, a pesar de sus fracasos amorosos y su media docena de putas tristes, era mucho más romántico de lo que él imaginaba. El más romántico entre mil.


FIN
  
               
             

               

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