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27 de noviembre de 2011

¡QUÉ TRANQUILIDAD GALLEGA!

Después de la victoria electoral de `las derechas´, se me han puesto unos ojos como de búho insomne. Reconozco que no tenía yo mucha confianza en que el censo reaccionara de manera tan patriótica, tan sensata y con tan indefinible inteligencia. Sólo unos cuantos despistados aún persisten en su empecinamiento religioso de creerse la falsa ortodoxia del rojerío socialista. Pero lo malo no es que estos chicos cesantes hayan convertido a España en el paraíso reencontrado del vagabundo, ni que los bancos sean despreciados hasta por la elite de los atracadores de bancos, ni que la Moncloa sea el último refugio de los etarras, ahora en el Parlamento, sino que hayan introducido la fascinación de una estética colindante entre la basura urbana de los indignados y esa sonata de espectros ministeriales con la careta de lady Pajín. Porque una cosa es destruir una nación milenaria y otra muy distinta es infectarla con los virus hospicianos de lo cursi en plan tormenta del desierto. Todos sabemos que lo cursi es la vulgaridad elevada a la categoría de lo sublime. Zapatero, sin ir más lejos, es el ejemplo perfecto de político cursi. Quiero decir que Zapatero ha sido elevado por sus colegas desde su posición callejera de chico de León a todo un presidente de Gobierno. Ahora lo negarán, ya lo sé, pero los suyos lo han considerado durante ocho años como el oráculo de la izquierda planetaria, el paladín de la alianza de civilizaciones, el rey del buen talante, el hechicero del proceso de paz, el guía espiritual del separatismo catalán y, por supuesto, el rey del gasto público a tutti pleni. ¡Así nos ha ido! Y, para colmo, al chaval le ha tocado gestionar la crisis económica más profunda y jodida desde la Segunda Guerra Mundial. El resultado solo podía ser el que ha sido, es decir, la ruina más absoluta del Estado español, tal y como ya advertimos en este periódico hace algunos años. Sin hablar, claro está, del medio millón de empresas que se han ido por el sumidero gracias, sobre todo, a la impetuosa embestida de los sindicatos y sus indemnizaciones a lo Cristiano Ronaldo.
Pues bien, ahora han ganado `los nuestros´ y tienen por delante una tarea que se me antoja algo más que difícil. Yo diría que improbable. Para empezar no pueden caer en la falacia de la propaganda política. Todo lo contrario. Creo que ha llegado el tiempo de decir la verdad. En mi opinión, los socialistas han sido víctimas, no sólo de su inutilidad congénita como gobernantes, sino de su propia publicidad. Por ejemplo, ante las cámaras de televisión, Pepiño, como el párroco de mi pueblo, predicaba el evangelio de la honradez un segundo antes de echar `gasolina de la buena´ en el depósito insaciable de su partido. ¿También en el suyo? Y Elenita Salgado, cada vez que predecía un inminente crecimiento del PIB, se le erizaban los rulos de la permanente, creciéndole, además, una nariz ciranesca.
Ahora Rajoy, cuando le venga en gana romper la ley del silencio, debe explicar a los españoles lo que no explicó en la campaña electoral. Es decir, anunciar de una puta vez cuáles van a ser sus medidas para reducir el déficit público y cuáles para estimular la inversión privada. Yo aconsejaría al nuevo `Primer Ministro´ que le pusiera un poco de alegre candombe al asunto, ¡más muñeira!, no vaya a ser que se le rebrinquen los mercados en un torbellino de cabras montesas. Desde mi punto de vista, el señor Rajoy debería forzar un plazo más corto para el traspaso de poderes. ¿Es que acaso no oye el clamor de las campanas? A mí me parece que este señor de la barba es como la marcha al suplicio de Berlioz. ¡Qué tranquilidad gallega!



Antonio Civantos
antoniocivantos.blogspot.com

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