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23 de octubre de 2014

EUGENIO D´ORS



Bueno, pues a mí este señor siempre me ha sugerido un gran respeto, aunque luego dicen quienes lo conocieron que no se tomaba nada en serio. Y esto es precisamente lo que a mí me atrae de ciertos escritores, esa frivolidad y ese cinismo que algunos se gastan al hablar de las cosas del mundo, pero siempre, claro está, de manera brillante y como sin darse importancia. Uno de estos casos, como digo, es Eugenio d´Ors, catalán y más catalán y español que nadie. A mí D´Ors me interesa y le admiro porque, entre otras cosas, se vino a Madrid con el fin de enseñarle a los madrileños lo que tenían guardado en el Museo del Prado y no lo sabían. Porque si a Ramón le llevó toda una noche entablar cierta amistad con los moradores del museo y luego presentárnoslos en un libro genial que muy pocos han leído, don Eugenio d´Ors se arregló con tres horas para escribir una de las obras más inteligentes que sobre el arte y ese museo se hayan escrito jamás. Yo el libro lo he tenido de libro de cabecera algún tiempo, unos meses, justo hasta que empecé a soñarme con los fusilados de Goya y tuve que dejarlo y beber agua de azahar antes de irme a la cama.
Siempre he dicho que Madrid está por encima de Barcelona, no sólo por la capitalidad y la sala de trofeos del Real Madrid, que también, sino nada menos que por el Museo del Prado, que es el hito que marca la verdadera diferencia, étnica y cultural, entre una ciudad y la otra. D´Ors lo sabía y por eso se vino a Madrid y en Madrid compensó con creces el atraso congénito que por nacimiento había traído al mundo.
Naturalmente, Eugenio d´Ors, fuera de Barcelona, se hizo un hombre, y no sólo adquirió una cultura y un bagaje y todo eso, sino que se convirtió, él mismo, en la Cultura por excelencia. Quiero decir que D´Ors llegó a ocupar el centro geométrico y neurálgico  de lo que fue la cultura española a principios del siglo XX. Lo que todo el mundo quedó en llamar “Noucentismo”, por ponerle algo de letra en catalán, que ya se sabe que ellos son diferentes y algo más que un club. 
Claro que los catalanes nunca quisieron a D´Ors, y ahora lo consideran un apestado y un traidor, pues en Cataluña todo lo que no es “pujolismo nacionalista” es traición y merece garrote. Sin embargo, se equivocan de plano, porque, muy al contrario de lo que piensan, D´Ors fue el gran guerrero catalán, el gran conquistador que se vino a Madrid para hacerse con España en un verbo, como el que no quiere la cosa. Eso sí, nos conquistó a los españoles con el arma de la inteligencia sabia, por la buena letra con que escribía el “Glosari” y por lo que tan sólo en tres horas dijo del Prado, el Barroco, Pablo Picasso y el francés Cezanne, que pintaba muy bien. Pero incluso me dicen que luego la emprendió a mayores con los grandes filósofos y la metafísica de la estética o algo mucho peor. Y hasta se atrevió a disfrazarse de Goethe, nada menos, un señor que era un gran admirador de Napoleón y la mente más preclara y misteriosa del romanticismo alemán y parte del europeo.
O sea que este joven de Barcelona, el Eugeni, se vino de marcha a Madrid con un muestrario de los vinos del Penedés, pero fue en realidad para hacerse con una cultura universal y después, maldita sea, para quedarse con España, los españoles, el Movimiento Nacional y hasta con las flores del Pardo, que eran de la señora de Franco. Y no sé por qué, ya les digo, pero a los españoles nos enorgulleció que un catalán nos pusiera tan a tono y nos hiciera leer lo que nunca habíamos leído, sobre todo a Goethe, que por aquí sólo lo conocía Ortega de cuando estuvo en Nuremberga, que así lo pronunciaba él para darse importancia.
Sin embargo, la historia más interesante que le ocurrió a Eugenio D´Ors no fue en Madrid sino en Cataluña, concretamente en Cadaqués, una vez que su padre lo mandó allí para que cogiera un poco de peso y algo de rosicler en las mejillas, que parecía un muerto. No en vano, el joven Eugeni, igual que el joven Werther, cultivaba la pose del enfermizo romántico y daba pena verlo de lo enclenque que pintaba, por no hacer otra cosa que leer a Byron y a Shelley y a poetas de lo mismo. Pero el caso fue que se hospedó en casa de una señora que vendía pescado, el que pescaba su marido, y también tenía dos hijos que pescaban en la barca del padre. La señora se llamaba Lidia Noguer y, mira por donde, era hija de la Sabana, la última bruja oficial de Cadaqués, según el censo local del brujerío. No obstante, la señora Lidia, la hija de la bruja, estaba de buena como para caerse muerto al primer vistazo y después resucitar para no perderse el espectáculo corporal de esta señora. Pues sí, Lidia Noguer era una mujer espigada y como suavemente lamida por la brisa del mar, con dos ojos negros que brillaban como dos faros marinos en noche cerrada, además de todo lo demás y otras comodidades de muy buen ver y en perfecto estado de revista.
Y para mí que el joven Eugeni, mientras el marido y los hijos andaban de pesca, se la trajinaba verso a verso y la enamoraba y la volvía loca de amor, llenándola el alma de endecasílabos, el muy perillán. Al menos eso es lo que cuentan las crónicas del lugar y así dicen que empezó la historia trágica de Lidia de Cadaqués, hija de la bruja Sabana.
         Pues bien, cuando D´Ors, tiempo después de aquella aventura juvenil,  publicó su novela “La bien plantada”, Lidia fue diciendo por todo el pueblo que Teresa, la heroína de la obra, era ella y nada más que ella; y yo creo que tenía razón y D´Ors así lo dijo, aunque sin decirlo demasiado claro. Pero es que, además, Lidia también se pensaba que el Eugeni le mandaba mensajes de amor a través de todo lo que escribía, y la pobre andaba descifrando lo que él quería decirle, tanto en las glosas como en el resto de su obra.
El caso es que ella iba con los recortes de periódicos por todas las casas, al tiempo que repartía los dentones, las lubinas y el resto del pescado, dando la tabarra a todo el mundo con sus códigos descifrados y sus secretos de amor y todo lo que ella pensaba que D´Ors trataba de decirle en clave literaria, porque a las claras no se atrevía por la cosa del qué dirán. Desgraciadamente, la pobre Lidia murió loca en un asilo, rodeada de todos los libros de su gran amor, intentando medir en cada línea lo mucho que él la quería y la deseaba y todo lo demás del repertorio amoroso. Lidia de Cadaqués, la bien plantada, fue el ejemplo desdichado de una gran pasión y otra locura de amor para la historia. Que no son pocas.

acivantosmayo@gmail.com

         

1 comentario:

  1. Su nieto, Miguel D'Ors es un gran poeta. Tenía su Antología siempre a mano, hasta que un listo me la robó, así, por la cara.

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