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13 de noviembre de 2012

BAR CHICOTE



CARTAS A DORA MALENGO
MADRID, 12 DE NOVIEMBRE DEL 2012

QUERIDA DORA: El otro día nos encontramos a John Hemingway y a su novia Ana Grau en la taberna L´ardosa, en la calle Colón, tomando el aperitivo: unos pinchos de tortilla, salmorejo y cañas de cerveza. Perdona que insista en el asunto de la tortilla, pero es que se trata, desde mi punto de vista, de una tortilla excelente, una de las cinco mejores de Madrid, seguramente. Como tú sabes, resulta difícil encontrar tortillas de patatas medianamente aceptables por esos bares y tascas de Dios. Y ya son muchos los que he recorrido a lo largo y ancho de mi vida. El caso es que, como te digo, nos encontramos al nieto de Hemingway, al que ya conocíamos de una cena en Marbella, últimos de julio del 2011, después de la presentación de su último libro, “Los Hemingway, una familia singular”. El libro es excelente y ya está a la venta y a mí me ha servido para completar la investigación que tenía en marcha sobre la figura de Ernest Hemingway. Sin embargo, en las conversaciones que he mantenido con John sobre su abuelo siempre se ha interpuesto un escollo que suele ser insalvable en estos casos,  y es que hablamos acerca de un miembro de su familia, circunstancia que condiciona decisivamente cualquier comentario negativo o malintencionado por mi parte. El caso es que quedamos a cenar el viernes en Casa Salvador, un restaurante donde Hemingway solía ir a comer por la sencilla razón de que era amigo de Salvador Blázquez, por entonces propietario del restaurante. El restaurante hoy está en las manos primorosas de un gran cocinero madrileño, Pepe Blázquez, sobrino y heredero de su fundador. Comimos callos a la madrileña, habas con jamón, morcilla de Burgos, merluza rebozada, la mejor sin duda de Madrid, rabo de Toro (Hemingway), chuletas de jabalí (un servidor), leche frita, flan y un par de botellas de “Habla del Silencio”. Naturalmente seguimos hablando del abuelo, pero, como te digo, la cosa no funciona ni a este lado del río y entre los árboles ni tampoco en el jardín del Edén ni sobre las verdes colinas de África. Y para mí que a John no le gusta hablar de su abuelo ni de nadie de su familia, como es natural, y mucho menos con alguien como yo, un desconocido que se le ha ocurrido la desfachatez de meter las narices en las miserias, también en las glorias, de su gente más querida. Como tú bien sabes, hay un refrán que dice: de los tuyos dirás, pero no oirás.
Sin embargo, después de cenar nos fuimos a tomar unas copas a Chicote para purgar todas y cada una de nuestras culpas; y ahí nos ves en la fotografía saboreando unos cócteles maravillosos: John prefirió tomarse un “mojito” caribeño y yo elegí un “manhattan”, algo heterodoxo, ya lo sé, pues se trata de un cóctel que debería tomarse como aperitivo, pero vivimos tiempos en que todo parece encontrarse en periodo de demolición, y qué mejor práctica demoledora que empezar por las normas de la casa de la coctelería universal. ¡Qué bien me sentó el “manhattan”! Mejor dicho, los dos que me eché al coleto como si tal cosa, incluso después me atreví a bailar, sin que sirva de precedente, esa cosa tan animada de “La conga Blicotí”, sí mujer, aquella que cantaba y bailaba Josephine Baker en París, años veinte, con esas plumas blancas coronándole la esbeltez morena de su cuerpo de charlestón. El caso es que Chicote estaba hasta los topes de gente joven, no tan en plan gallofa y lencería fina como cuando la guerra y la posguerra, pero sí tan animada y con las mismas ganas de vivir. El local apenas ha cambiado de aspecto, tal vez parezca más oscuro por sus luces indirectas de color violeta, así que nos pareció que de un momento a otro iba a entrar el abuelo Ernest por la puerta giratoria, seguramente con una bandada de aduladores soviéticos revoloteando a su alrededor y algún que otro periodista del New York Times, Herbert Mathews, por ejemplo, del que plagió todos los artículos que mandó desde Madrid a la NANA (agencia nacional de prensa), que por aquel entonces estaba dirigida por John Wheeler. Esto no se lo dije, como es natural, al nieto del escritor, pues además de llamarme mentiroso me habría tirado el mojito a la cara. Al menos, uno en su lugar hubiera procedido de esa manera. Pero te aseguro que, según todos mis informes, Hemingway fusiló descaradamente cada uno de los artículos que escribió de la Guerra Civil.
Mi querida Dora, ya ves que estoy entretenido y que palio la espera de saber de ti con una vida más o menos movida y con gran cuidado de no caer en el aburrimiento. Siempre tuyo. Antonio

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