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1 de mayo de 2018

18 de abril
El aburrimiento en la Feria de Abril es proverbial. El problema es que no se le puede transformar en obra de arte. Imposible. Sevillanas desde el desayuno hasta la cena. Una tortura. Al menos, veo a la familia. También los amigos alivian el naufragio. Para colmo de males vuelvo a casa en compañía de uno de esos virus gripales que alguien esparce por el mundo como si fuera el maná de Moisés. 

21 de abril
Tres días en cama con mucha tos, estornudos y sin pizca de hambre. Una oportunidad inmejorable para leer el diario de E. M. Delafield. Hacía tiempo que no leía algo tan delicioso. Una de las entradas me reconforta especialmente: “Tengo ocasión de observar, y no por primera vez, cuán poco agraciada puede volverle a una un resfriado”. Pues bien, certifico que en este preciso instante soy un espectáculo bochornoso incluso para personas cercanas de buen corazón.

24 de abril
La gripe aún no es un recuerdo. Tengo fiebre y la tos persiste como una deuda hipotecaria. Me conmueve que la pobre Delafield, a sus años, se haya contagiado con el virus del sarampión. Me siento unido a ella. Somos dos apestados víricos vagando por el espacio/tiempo. 
El cartero me trae un libro: “Amor”, de Henry Green, un amigo de Harold Acton, compañeros tanto en Eton como en Oxford. Dice sir Harold que su amigo Henry es  un novelista sumamente original. Ya veremos. 
Sobre la una y media me encuentro en el banco con Rafael Narváez. Terminamos las gestiones y nos tomamos un par de cervezas en un bar peruano. Me habla de la cantidad de trabajo que tiene acumulado. A cambio yo contraataco con lengua viperina contra la Feria de Abril.
Por la noche veo el Liverpool-Roma, semifinales de la Copa de Europa. Una buena batalla entre gladiadores feroces. Sólo un egipcio pone un poco de arte y buen gusto en el terreno de juego. Por la actitud de los públicos resulta del todo evidente que el fútbol es la religión oficial de nuestro tiempo. Mucho más fuerte que el opio. 

29 de abril
Mi amigo Juan Figueroa habría cumplido hoy sesenta y nueva años. Murió sin despedirse. A la francesa. Dejándome con un océano de recuerdos. En Madrid, años sesenta, cada viernes quedábamos a tomar el aperitivo en “Peñavel”, un bar de la calle Princesa. En invierno, él aparecía siempre con su abrigo de pelo de camello. Al llegar la primavera, chaqueta azul marino y pantalón crema. Normalmente, me traía algún libro nuevo, ya que en Índice los recibían a cientos. Recuerdo el día que se presentó con “Los cantos de Maldoror”. 

30 de abril
Aún me quedan algunos golpes de tos. Son restos del naufragio gripal. La gripe es una enfermedad que me parece absolutamente intolerable. Para mi gusto no debería ser tan persistente.
Dice Nietzsche que al Ser lo encontraremos más cerca de la frialdad mineral de lo inorgánico que en las profundidades trascendentales del espíritu. Desde mi punto de vista, el Ser debería dar alguna que otra señal de vida. No estoy nada contento con su comportamiento. El día que aparezca tendrá que darnos muchas explicaciones. 
Regreso a la tranquilidad violeta de Proust. Sinceramente, lo prefiero. Sin embargo, me llena de zozobra la historia de la hermana del ascensorista del hotel. ¿O era la hermana del botones? En cualquier caso, qué señora tan repugnante. No entiendo como a Proust pudo hacerle gracia alguien con acciones de tan mal gusto. 

1 de mayo
Mis propósitos dan vueltas como una noria. Al final pienso que lo mejor es acabar, de una vez por todas, el segundo libro sobre Hemingway. Son ya ciento ochenta y cinco folios, a un espacio, los que llevo escritos. Reconozco que, tras infinitos ataques de rechazo, a veces siento cierto afecto por el personaje. De habernos conocido es posible que hubiéramos terminado siendo amigos, quién sabe, aunque estoy seguro de que el muy bestia no habría tardado mucho en retarme a un combate de boxeo. Combate que yo rechazaría ipso facto. A cambio le mandaría mis padrinos y un juego de floretes para que eligiera. Uno no puede morir de cualquier manera. 
Hoy me he levantado a las siete y no he parado de escribir hasta este momento. No en vano celebramos el día del trabajo. Últimamente hay un día para cada cosa y una cosa para cada día. Claro que mañana pienso darme todo un banquete de ociosidad.


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